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3.5. La razón: el camino hacia la ansiedad

3.6.1. LOS MONSTRUOS DE LA RAZÓN

Probablemente, durante los últimos siglos, la razón ha servido para liberarnos de muchas injusticias. Gracias al pensamiento racional, la investigación científica se ha vuelto tan prolífica y tan eficiente para el ser humano. La lógica nos permite sobreponernos a los impulsos primarios cuando estos no resultan pertinentes. Sin embargo, la razón también podría tener ciertas fisuras, especialmente en el área social. Y esto se debe, a que el ser humano, es de naturaleza básicamente emocional.

O, dicho en otras palabras. Una persona puede haber construido su vida de forma absolutamente lógica, coherente y racional. Haber incluido en ella todos los elementos necesarios según las expectativas sociales o los criterios de la sensatez y, pese a todo, sentirse infeliz.

El pensamiento racional es una elaboración de nuestro cerebro, un mecanismo inductivo que genera conclusiones firmes en base a un número determinado de criterios. Sin embargo, la realidad está compuesta de tantos factores que, a nuestra materia gris, por así decirlo, le resulta imposible gestionarlos.

En cambio, las sensaciones sí son capaces de responder ante semejante cúmulo de variaciones. ¿Por qué con algunas personas nos sentimos tan a gusto? Podríamos tratar de explicarlo, pero es probable que al hacerlo nos dejáramos la esencia en el tintero. Dicen que hablar de danza es como bailar de literatura. Sencillamente no todo puede explicarse racionalmente.

Nuestra razón no conoce la información que recibimos a nivel inconsciente de los demás. El efecto, por ejemplo, de las feromonas (sustancias químicas que secretamos para provocar comportamientos específicos en otros individuos) se procesa a nivel inconsciente, No es un dato que pueda incluirse en una explicación racional. Y como este, hay otros muchos casos.

Son las sensaciones, nuestra parte emocional, la que verdaderamente está en contacto estrecho con la realidad tanto externa como interna. Cuando nuestro interior se conmueve por algo nos aporta una sensación de certeza muy poco racional.

No queremos decir que los sentimientos sean los poseedores de la verdad. De hecho, el criterio de verdad tiene posiblemente muy poco que ver con los sentimientos. Sin embargo, es un hecho que cuando nuestra conducta es contraria a nuestras sensaciones, experimentamos una incongruencia. Por eso miramos cuadros o escuchamos canciones. Porque nos generan sentimientos. Algo necesario para nuestra naturaleza.

De hecho, según algunos psicoanalistas, la razón básicamente se emplea para justificar o normalizar impulsos inconscientes. Otros piensan que las firmes explicaciones coherentes, en el terreno humanista, son intentos de adaptar y dar sentido a un mundo interno tan rico en matices como imposible de definir.

 

3.6.2. LA INTELIGENCIA RACIONAL

¿Por qué existen personas que según los test de inteligencia se consideran superdotados, y, sin embargo, fracasan en los estudios? ¿Es cierto que cada vez nuestra sociedad está intelectualmente más capacitada?
Analizar la inteligencia humana es una tarea tan compleja como apasionante. Sólo definirla ha supuesto grandes retos para los investigadores, aunque la mayoría estarían de acuerdo si nos referimos a ella como la capacidad de adaptación al medio. En otras palabras, una persona es inteligente cuando logra manejarse de forma satisfactoria en su entorno.
A lo largo de la evolución de los homínidos, dicha capacidad ha ido desarrollándose en la medida en que estos se agrupaban en comunidades con un mayor número de individuos. Como han demostrado las investigaciones antropológicas, el neocórtex (área cerebral donde podemos localizar la inteligencia), resulta ser mayor en los homínidos que pertenecían a grupos sociales más extensos y que exigían relaciones sociales complejas, como pueden ser alianzas, trabajos cooperativos, actividades competitivas, etc.

Además, la inteligencia no es el mero resultado de nuestra herencia genética, sino que, dada su flexibilidad, también está influida por los aprendizajes en la escuela, las enseñanzas de nuestros mayores y la propia experiencia vital.

De las múltiples clasificaciones existentes, nos detenemos en la que realizó el psicólogo estadounidense Robert Sternberg, quien etiquetó tres tipos de inteligencia. En primer lugar, la inteligencia analítica, que nos permite hacer planes y llevarlos a cabo, así como adquirir nuevos conocimientos. La inteligencia creativa, por su parte, es capaz de reutilizar elementos de nuestra experiencia en diferentes combinaciones, generando así novedades. Y, por último, la Inteligencia práctica, que se refiere al conjunto de habilidades que empleamos para afrontar las situaciones de cada día.

En ese esfuerzo por medir la inteligencia, a principios del siglo XX comenzaron a emplearse test que permitieran identificar a aquellas personas a las que se les podía confiar un arma en un conflicto bélico. Los test de inteligencia son herramientas que exploran diferentes áreas de la capacidad intelectual (razonamiento matemático, orientación espacial…), para ofrecer una puntuación integradora, y probablemente reduccionista, de las aptitudes del sujeto. Esta puntuación es el Coeficiente Intelectual que, en términos generales, aumenta tres puntos cada diez años, debido seguramente a la mejor nutrición, una educación cada vez más generalizada, un entorno progresivamente más complejo (hoy en día los niños tienen acceso a ordenadores, Internet, cine, etc.), y a la creciente movilidad de las personas que permite que nazcan hijos con mayor variabilidad genética.

Tenemos, en resumen, una increíble capacidad, que bien utilizada nos permitirá afrontar cualquier dificultad.

 

3.6.3. ALTERACIONES PERCEPTIVAS

La forma en que los humanos percibimos el mundo que nos rodea es objeto de estudio de numerosos investigadores del campo de la psicología. Y en esta área, uno de los detalles que más llaman nuestra atención es que lo que percibimos, suele estar alterado y distorsionado. Sin ir más lejos, nuestra visión no representa exactamente la realidad. Conocedores de estas aberraciones, los arquitectos atenienses que diseñaron el Parthenon, idearon sus columnas inclinadas hacia el centro y curvaron todas las horizontales, contrarrestando así nuestros déficits y haciéndonos creer que son perfectamente paralelas. Las alteraciones auditivas que ocurren durante una conversación tienen mucho que ver con las expectativas generadas en el receptor. Para explicarnos digamos que cuando pronunciamos una frase, no llegamos a emitir todos los fonemas, por una cuestión de velocidad y economía. Además, la persona que escucha esa frase recibe también los ruidos del ambiente, con lo cual, realmente percibe un porcentaje reducido de la misma. Es por ello, que su cerebro debe reconstruir la sentencia, completando los fonemas donde hay dudas. Para ello elige la construcción más probable en base al contexto. Por eso, cuando un mensaje es muy inesperado tendemos a no entenderlo a la primera y pedimos que nos lo repitan.

Sin embargo, de todas nuestras alteraciones perceptivas, quizá la más curiosa sea la referida a la percepción del paso del tiempo. Sorprendentemente, a medida que cumplimos años, vamos teniendo la sensación de que el tiempo transcurre más rápido cada vez. Este efecto tiene que ver con que progresivamente nos comportamos de un modo más automático, con la importancia que otorgamos a los acontecimientos en base a lo novedosos que son, y con el modo en el que almacenamos y recuperamos la información de nuestra memoria. Pero lo verdaderamente increíble es que las últimas investigaciones proponen teorías que cuestionan la propia existencia de esta dimensión, el tiempo, en torno a la cual ordenamos los acontecimientos de nuestra vida.

Según el filósofo prusiano Immanuel Kant, el tiempo no es un concepto empírico ni universal. No es algo real que existe en el mundo, sino el modo en el que los humanos percibimos las cosas. Incluso científicos como Carlo Rovelli, físico de la Universidad del Mediterráneo en Marsella, Francia, afirman, en resumidas cuentas, que, en el universo, el tiempo no existe.

Digamos a modo de conclusión, que estos errores de nuestros sentidos pueden ser considerados como atajos que nos aportan, a fin de cuentas, más beneficios que desventajas. Nuestra realidad es la realidad que percibimos, y especialmente, la que construimos.

 

3.6.4. LAS GRANDES JUSTIFICACIONES


En terapia una justificación es una explicación que empleamos para no tener que afrontar una situación que nos asusta, nos preocupa o que juzgamos sin solución. Puede llegar a suponer un serio inconveniente, ya que dicha situación probablemente nos está angustiando en el presente, y evitar su resolución sólo prolongará esa incómoda sensación.

Las justificaciones son tan frecuentes en la vida cotidiana que si analizamos las más frecuentes tal vez nos resulten familiares: “Si tuviera los recursos económicos necesarios, dejaría de aguantar esta situación laboral insostenible”. Evidentemente, el dinero es una realidad contante y sonante, y muy frecuentemente un bien escaso. Sin embargo, este tipo de justificaciones como las del ejemplo, aparentemente irresolubles, pueden ser enfocadas de un modo que nos permita rebajar la tensión. Tal vez la clave no esté en nuestro poder adquisitivo, sino en una buena capacidad para posicionarnos, ser asertivos y negociar, en su caso, con los responsables laborales en busca de alternativas reales.

“Si no fuera por mis hijos, no mantendría mi relación de pareja”. He aquí uno de los temas más delicados a los que podemos acercarnos. Los niños son siempre los más afectados y los que más absorben las tensiones que existen alrededor. Además su personalidad y su estructura psicológica están en construcción, por lo que cualquier alteración puede afectarlas. De ahí la importancia de cuidar las malas influencias sobre ellos. En este ejemplo de justificación, hemos de plantearnos qué es realmente lo que más les beneficiará: mantener un entorno de tensión, faltas de respeto, etc., o afrontar con valor un nuevo rumbo.

“Lo hago por tu propio bien”. En esta argumentación encontramos otro de los mecanismos que pueden causarnos problemas. Tomar decisiones por otro de forma unilateral significa asumir su incapacidad para hacerlo, nos carga con responsabilidades que no nos corresponden, crea dependencias, y además suele partir de principios egoístas, pues en el fondo, lo que probablemente buscamos, aunque sea de forma inconsciente, es nuestro propio beneficio. Es muy importante permitir que cada uno tome sus decisiones, aunque las juzguemos equivocadas, y buscar nuestra propia felicidad de manera independiente.

En resumidas cuentas, podemos ver que la mayoría de las justificaciones son un lastre en nuestra vida porque cargan en los demás la responsabilidad de nuestro propio bienestar. La solución a nuestros problemas, en el fondo, ha de estar siempre en nosotros mismos. No deberíamos permitirnos el lujo de esperar a que los demás cambien para ser felices. Esa sería, quizá, la mayor justificación.

 

3.6.5. PENSAMIENTOS QUE NOS INMOVILIZAN

Esencialmente, todo ser vivo está diseñado para adaptarse al medio, más o menos hostil, en el que ha nacido; en pocas palabras, para vivir. Según los antropólogos, el ser humano es quizá el animal más cualificado para adecuarse a casi cualquier entorno. Para ello cuenta, entre otros elementos, con un cerebro enormemente desarrollado.
Esta enorme capacidad de las personas para procesar información les permite realizar acciones muy especializadas. Contamos con un pensamiento racional basado en el método hipotético-deductivo, que es mayormente lógico, coherente y ordenado, pero también con pensamientos de tipo imaginativo, creativo e intuitivo. Gracias a ellos podemos relacionar diferentes conceptos y lograr soluciones nuevas a los problemas, o bien crear bellas manifestaciones artísticas.

Sin embargo, este proceso que va de la idea mental a la acción física, en ocasiones, se ve bloqueado por alteraciones. En consecuencia, nos volvemos menos resolutivos, nos estancamos. Y esto ocurre, de manera especial, cuando nos enfrentamos a un problema complejo. En ese caso, podemos experimentar que perdemos el control. Imaginemos una situación en la que un ser querido está sufriendo una enfermedad, o la imposibilidad de encontrar un empleo remunerado. Ante tales circunstancias podríamos pensar que el rumbo de los acontecimientos excede a nuestro control, que no podemos hacer nada.

Este es terreno abonado para la aparición de aquellos bloqueos intelectuales de los que hablábamos de que tratan de re-estabilizar nuestra mente por medio de procesos de defensa. No sería extraño entonces recurrir a pensamientos supersticiosos basados en pseudociencias.

Otro ejemplo de cómo nuestra mente puede desviarse del afrontamiento de la realidad son los heurísticos que, desde la psicología, pueden definirse como atajos mentales para llegar a conclusiones rápidas y, en muchos casos, a errores. Una muestra de heurísticos son los estereotipos, léase juzgar a un individuo basándose en la descripción estereotípica del grupo al cual pertenece. Otra forma de pensamiento heurístico es aquel que nos llevaría a pensar que la probabilidad de dar a luz a un hijo varón en una mujer que previamente ha concebido cuatro niños varones, es muy baja. Cuando desde el pensamiento racional concederemos que la probabilidad, en este momento, sigue siendo del 50%.

Pero hay más formas en que nuestro pensamiento puede encontrar problemas para llegar a la acción. Una bastante clara es el uso de drogas o alcohol; también pueden ser las neurosis, que no son sino distorsiones del pensamiento racional, u otros bloqueos producidos por sentimientos de incapacidad.

Como dijo el escritor Ambrose Gwinett, “Si quieres que tus sueños se hagan realidad, despierta”. Podríamos añadir: actúa.

 

3.6.6. BLOQUEOS PERCEPTIVOS

Anteriormente hablamos en este espacio de la influencia de las emociones a la hora de resolver problemas. De cómo los bloqueos en esta área limitan o condicionan nuestra eficacia para afrontar situaciones en la vida que nos preocupan. Dada la frecuencia con que este tipo de factores nos afectan, hoy vamos a centrarnos en el otro gran causante de bloqueos: la percepción que tenemos acerca de la situación que queremos resolver.

Los bloqueos perceptivos surgen por un problema a la hora de comprender el asunto que tenemos entre manos. Pongamos un ejemplo: dos personas se encuentran ante una situación problemática; ambos necesitan desplazarse a un destino diferente un mismo día y, sin embargo, sólo disponen de un vehículo. Comienzan a argumentar sobre los motivos que cada uno tiene para apropiarse del coche el citado día, pero no logran llegar a ningún acuerdo. No encuentran ninguna solución, así que se enfadan, y finalmente, nadie utiliza el coche. Curiosamente, a lo largo del viaje en autobús que cada uno acaba realizando, caen en la cuenta de que una fácil solución hubiera sido que uno llevara al otro a su destino y posteriormente, éste marchara al suyo, ya que ambos se encontraban en la misma dirección.

Aunque parezca mentira, casos de este tipo ocurren todos los días, y en ello, pueden intervenir varios factores. Uno de ellos es el llamado “efecto túnel”, que aparece cuando nos encontramos tan absorbidos por la ejecución de una acción que no nos detenemos a considerar más alternativas del problema. Y, muy probablemente, entre esas alternativas, está la solución. Pensemos en la cantidad de tiempo que gastamos tratando de resolver obstinadamente un problema de un mismo modo, pese a que repetidamente fracasemos, hasta el momento en que nos decidimos a barajar otras opciones.

Otro factor que comúnmente nos mantiene atascados en una tarea es el relacionado con las “suposiciones ocultas”, es decir, aquellas aparentes verdades que damos por hecho, que no nos detenemos ni siquiera a considerar, pero que son incorrectas. Es un obstáculo común en las investigaciones y algo pretendidamente buscado en los acertijos. La forma de evitar estos bloqueos pasa por considerar todas las alternativas, probarlas sistemáticamente y evaluarlas críticamente, para determinar si el contexto del problema nos ofrece otras posibilidades.

Por último, pensemos que la resolución de problemas, como muchas otras cosas, se beneficia de la experiencia y la práctica. Es decir, poner en forma nuestro cerebro enfrentándolo a diferentes problemas, y no sólo intelectuales, sino relacionales, sociales, culturales, etc., nos proporcionará un buen número de experiencias de éxito en este tipo de tareas, hará que nos sintamos más capaces y más eficaces y, en consecuencia, que seamos más exitosos a la hora de afrontar los obstáculos de nuestro día a día.

 

3.8.7. VIVIENDO EN UN FUTURO INCIERTO

La era de los ansiolíticos

De entre todas las patologías mentales severas que se tratan en los centros de salud mental, las más frecuentes son la esquizofrenia y el trastorno bipolar. La esquizofrenia normalmente se trata con medicamentos antipsicóticos, mientras que las personas con trastorno bipolar se benefician de los efectos de los ansiolíticos entre otros; al menos en la fase maníaca.

Pero lo ansiolíticos son utilizados por un sector mucho mayor y más diverso de la población. No es de extrañar en una sociedad en la que el estrés va en aumento. Datos de 2011 afirman que el estrés laboral afecta en España a más del 40% de las personas asalariadas y en torno al 50% de los empresarios. Por su parte, el estrés general afecta al 70% de nuestros ciudadanos. La inestable situación económica aporta también una dosis de crispación importante. Y la influencia puede ramificarse por las diferentes áreas de la persona: conflictos de pareja, relaciones laborales, incluso puede generar dificultades psicosomáticas durante el embarazo.

Los ansiolíticos son fármacos que tienen una acción depresora del sistema nervioso central, y se emplean para disminuir o eliminar los síntomas de la ansiedad, caracterizada por taquicardia, sensación de ahogo, insomnio, etc. Sin embargo, son medicamentos que pueden causar dependencia física y psicológica, por lo que es imprescindible que su uso sea siempre bajo prescripción médica. Igualmente, la retirada del fármaco debe de ser pautada por el profesional, de una forma progresiva, con el fin de evitar el síndrome de abstinencia que pudiera aparecer.

Sin embargo, la medicación sirve exclusivamente para reducir los síntomas. Intervenir el origen del problema será la clave para poder superarlo. Debemos de pensar que nuestro cuerpo tiene sus sistemas de alarma para informarnos de los peligros que corre. Silenciar esas alarmas sin solucionar el verdadero problema, nos conducirá, como mínimo, a que el problema persista. Probablemente nos sirva de ayuda pensar que sólo existe el presente, el aquí y el ahora. El miedo a un futuro incierto que, por definición, no existe, nos mantendrá fuera de la realidad vigente. Y de esa forma será difícil recordar la enorme capacidad que se encierra dentro de cada uno de nosotros como individuo. Si algo caracteriza al ser humano es su facultad de adaptación a cualquier entorno por muy extremo que sea.

 

3.6.8. PERDIENDO EL CONTROL

La cleptomanía es un ejemplo de trastorno que afecta al control de los impulsos. En un momento determinado, la persona siente una gran tensión y ansiedad, y emplea el hurto para relajarse. Tras el robo experimenta un bienestar, un alivio, que dura unos momentos. Y luego surge el sentimiento de culpabilidad.

Son muchos los trastornos relacionados con esta dificultad para controlar las energías internas, sin embargo, a un nivel menor, vemos que un gran porcentaje de la población sufre problemas que tienen que ver con la gestión de sus emociones.

Puede que a algunos de los lectores les resulte familiar la sensación de tensión, de angustia o asfixia ante un suceso. Una tensión que no son capaces de dominar completamente, y que acaba provocando diferentes comportamientos. Por ejemplo, ante ese impulso, algunos levantan la voz, golpean una pared, utilizan un lenguaje agresivo. Otros recurren a la ingesta de alimentos sin medida, otros a comprar objetos que no necesitan.

Se trata sencillamente de formas de aliviar esa tensión. Estrategias que se aprendieron en algún momento de la vida, -probablemente por imitación de padres o amigos-, y que efectivamente sirvieron para liberar la tensión, es decir, provocaron un alivio. Desde la primera vez que se llevaron a cabo, generaron lo que en psicología se denomina una “huella mnésica”, un recuerdo, que quedó bien grabado en la mente y que, en adelante, fueron reproduciendo en muchas ocasiones.

No significa que tras ese alivio no aparezca una sensación desagradable de culpabilidad y que, pensado fríamente, nos demos cuenta de que algo no funciona del todo bien. Sabemos que, no adecuado aquel comentario, aquella reacción brusca, o que acudimos al frigorífico en más ocasiones de lo que nos hubiera gustado… Pero sencillamente no podemos evitarlo.

Si estas conductas no nos llevan a puntos extremos, puede que nunca le demos demasiada importancia. Pero si realmente nos proponemos un cambio, debemos de ser conscientes de varias cosas. En primer lugar, que el cambio es posible, y quizá no resultará tan angustioso como podamos creer en un primer momento. En segundo lugar, debemos analizar detenidamente qué es lo que nos provoca esa tensión inicial. Con esta información, nos será más fácil buscar formas adecuadas de liberarla, de relajarnos. Muchas personas emplean el deporte o la creatividad para ello. Y están satisfechas.

 

3.6.9. LA HEURÍSTICA Y LOS ATAJOS DEL PENSAMIENTO

Varias investigaciones han puesto de manifiesto que las personas tendemos a otorgar cualidades positivas a ciertos sujetos, basándonos exclusivamente en su aspecto físico. Así solemos creer que alguien atractivo tiende a ser más honesto, y confiamos más fácilmente en él. Del mismo modo, pensamos que una persona que viste de forma desaliñada ha de tener un carácter tosco y carecerá de muchas amistades.

Este tipo de creencias basadas en estereotipos es sólo una parte de lo que llamamos razonamientos heurísticos. La heurística es, para decirlo brevemente, un atajo de nuestra mente para interpretar los hechos del día a día de forma rápida, y sin emplear demasiados recursos intelectuales. Por ello, genera errores, algunos de los cuales pueden ser fatales. Imaginemos la influencia de este efecto en las decisiones de un jurado que delibera acerca de la inocencia o culpabilidad de una persona. Cuestiones como la etnia de la que procede el sujeto, la edad, el sexo, etc., pueden suponer prejuicios erróneos de marcada trascendencia.

Sin embargo, estos atajos del pensamiento van más allá de los estereotipos. Se producen también a la hora de predecir acontecimientos de forma estadística. Supongamos, por ejemplo, que una mujer ha dado a luz cinco hijos, todos ellos varones. Si nuevamente se queda embarazada, y especulamos acerca de la probabilidad de que el siguiente hijo sea varón, tendemos a suponer que las posibilidades de que eso suceda son muy bajas. Sin embargo, lo cierto es que son exactamente del 50%.

Lo mismo ocurre cuando nos sumergimos en un río cuya profundidad media es de cincuenta centímetros. Por muy confiados que nos bañemos en él, nada nos asegura que, en ese tramo, su profundidad no sea de varios metros.
Más ejemplos cotidianos los encontramos a la hora de elegir un producto en un supermercado creyendo que será de excelente calidad en base a su elevado coste o al creativo diseño del envoltorio. También cuando imaginamos que, por viajar a la otra parte del mundo, encontraremos una playa más agradable que la que tenemos a pocos kilómetros.

En términos generales, podemos decir que cuanto menor sea nuestro conocimiento en un área, mayor será la probabilidad de realizar estimaciones equivocadas. Sin embargo, un curioso efecto se produce en el caso contrario. Profundizar mucho en un tema, igualmente puede distorsionar nuestra percepción. Imaginemos que leemos varios libros sobre enfermedades contagiosas y comenzamos a temer un contagio por realizar actividades que realmente no conllevan ningún riesgo.

¿Cómo evitar estas alteraciones? Entre otros modos, relacionándonos con los demás, hablando con nuestros seres de confianza. Seguramente, en ellos, encontraremos el equilibrio.

 

3.6.10. LA ESPERANZA


Según la Real Academia de la Lengua, la esperanza se define como el estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Se trata de un concepto valorado históricamente por filósofos, poetas y literatos. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y, sin embargo, existen también

quienes esgrimen argumentos en su contra.
Para estos últimos, la esperanza suele significar un modo mediante el cual la persona centra su atención en un objetivo futuro y con ello, deja de actuar en consonancia con la realidad de su presente.
Por ejemplo, cuando decimos: “Tengo la esperanza de que tal persona cambie”, quizá queremos decir “Sería más feliz si tal persona cambiara”. Y en ese caso, estamos ciertamente delegando la responsabilidad de nuestra felicidad en el otro, que probablemente no desee cambiar, y de hacerlo, no necesariamente sería en la dirección que nosotros deseamos. Al no hacernos responsables de nuestra propia felicidad, estaríamos actuando de manera irresponsable.
En ocasiones tenemos la esperanza de que algo maravilloso nos suceda, especialmente cuando nos encontramos en una situación desagradable. Pero si sólo lo deseamos, es probable que no pongamos los medios para que ocurra. Si nos conformamos con escapar de nuestra realidad creando un futuro idílico, y trasladarnos mentalmente a él unos minutos cada día, sólo estaremos encontrando el alivio suficiente para poder soportar la difícil situación actual; lo que suele contribuir a perpetuarla. En este caso, actuaríamos de forma inmovilista.
Sin embargo, cuando la esperanza se convierte en una forma de visualizar con nitidez mi objetivo y yo decido firmemente alcanzarlo, y para ello pongo todos y cada uno de los medios necesarios, sólo entonces se convierte en un motivador eficaz.
Por tratar de resumir, digamos que la esperanza de que las cosas van a salir bien sólo nos servirá para anestesiar nuestra ansiedad o nuestros miedos mientras no pongamos los medios para alcanzar nuestros objetivos. El superviviente de una catástrofe, rescatado tras varios días, no se mantuvo con vida por ese sentimiento mediante el cual se le presentó como posible lo que deseaba, sino porque en cada segundo del sufrimiento se aferró a la vida con todas sus fuerzas creando así esa realidad en la que era rescatado.

De algún modo, este enfoque nos empodera para procurarnos, al menos en una gran parte, el estado que deseamos para nosotros mismos. Lo cual también supone una gran responsabilidad.

 

3.6.11. LA SUPERSTICIÓN

La superstición es un curioso efecto que ha acompañado al ser humano probablemente desde su origen. Muchas personas creen que ciertos acontecimientos, aparentemente intrascendentes, pueden provocar desgracias o fortunas futuras, y no sólo eso, también que pueden controlar dichos acontecimientos evitando la supuesta causa. Por ejemplo, si evito pasar por debajo de una escalera, podré evitar sucesos desagradables en los próximos días.

Por lo general, el origen de estas creencias está íntimamente relacionado con la necesidad de control que tenemos las personas. El futuro impredecible nos genera una ansiedad difícilmente soportable. Cada día nos exponemos a la posibilidad de perder la vida en un accidente de tráfico o de cualquier otro modo. La enfermedad, la pérdida de empleo, el desamor, etc. Son factores que no controlamos por completo. Por más que pongamos de nuestra parte, las estadísticas confirman que un cierto riesgo está presente. Una forma de reducir esa ansiedad es la de generar una red de pseudoexplicaciones más o menos intrincadas que nos aporten la sensación de control. Lo mismo ocurre con los miedos existencialistas.
Pero no sólo la necesidad de control y el miedo al futuro generan pensamientos supersticiosos. También la culpabilidad, como sentimiento constante y generalizado en muchos seres humanos, está a la base de una tendencia a realizar rituales que supuestamente lograrán apaciguarla. En este caso, el proceso es más complejo ya que aquí se genera también la idea de un ser que nos juzga. Normalmente es la idealización de la voz del padre o de la madre (o tutor) que tanto escuchamos en nuestra infancia repitiéndonos aquellas cosas que habíamos hecho mal. A veces, en la vida adulta, esa voz sigue retumbando en nuestra cabeza. Este tipo de rituales, como ordenar exageradamente la mesa antes de sentarse a trabajar, colocar los objetos en una disposición concreta, etc. carecen a primera vista de utilidad, pero, de forma inconsciente, rebajan nuestra ansiedad.

Y aunque resulte increíble, otras especies animales, de forma rudimentaria, comparten esta tendencia. Experimentos con pollos han demostrado que estos animales picaban unos discos de color de forma ritual para tratar de controlar la llegada de alimento que les era suministrado de forma aleatoria. Parece que esta tendencia en cierto modo neurótica (por el grado de preocupación, tensión y culpabilidad que entraña), y de la que se beneficia la publicidad (asegurándonos que con sus productos tendremos un mayor control sobre el devenir de los acontecimientos) debe combatirse con la aceptación de que somos seres limitados y expuestos que, de hecho, vivimos en la incertidumbre, y que en ese fluir con nuestro entorno, podemos llegar a ser felices.

 

3.6.12 TOMAR LA DECISIÓN CORRECTA

 

Hay decisiones de las que depende toda una vida. Elegir los estudios que definirán nuestra profesión futura, elegir la pareja con la que compartiremos nuestras más preciosas experiencias, decidir si vamos a ser padres, si vamos a trasladarnos de ciudad o de país en busca de oportunidades…

Obviamente se trata de una gran responsabilidad no exenta de confusión debido a las diferentes opciones que podamos barajar. ¿Cuál la decisión correcta? ¿Es preferible escuchar a nuestra parte racional, fría y calculadora? ¿Sería mejor actuar impulsivamente en base a lo que nos dictan nuestros sentimientos? ¿Tal vez consultar a diferentes personas dignas de nuestra confianza o expertas en el tema?

Desde nuestra opinión, vamos a sugerir los cinco pasos fundamentales para tomar la decisión correcta:

En primer lugar, es fundamental poseer toda la información posible sobre el asunto en torno al cual hay que decidir. Para ello, cualquier fuente de información contrastada nos será muy útil.

El siguiente paso consiste en argumentar racionalmente nuestra decisión potencial con diferentes personas. En esta fase no importa tanto la opinión de los demás como que nos vayamos aclarando a medida que repetimos una y otra vez nuestra postura. Nosotros mismos solemos ser nuestros mejores jueces.

En tercer lugar, hemos de ser conscientes de lo que sentimos. Elegir los estudios superiores con mejores salidas laborales nunca nos hará felices si realmente no nos estimula esa disciplina. Lo que sentimos es nuestra verdad profunda, y mientras no permitamos que se contamine con miedos del pasado o del futuro, podemos tomarla como referencia acertada.

En caso de que no dispongamos de información suficiente o que nuestros sentimientos no estén bien definidos, contamos con la intuición, en el cuarto paso. Una capacidad para cotejar a nivel inconsciente y de forma rápida gran cantidad de datos procedentes de diferentes áreas, para ofrecernos una respuesta que, según los últimos estudios, será válida con altos niveles de probabilidad.

Y, por último, lo que probablemente tiene mayor importancia, es que nuestra decisión será la correcta porque la hemos elegido. Responsabilizarnos de nuestra elección significa ser fieles a ella pese a las contrariedades que nos encontremos. De nosotros depende que el camino escogido nos lleve al lugar deseado, que no es otro sino el presente, enfocado en la dirección adecuada. Para ello debemos de ser fuertes, estar a la altura de nosotros mismos. Como decía Woody Allen: “Hay muchas personas que tienen talento. Lo que hace falta es valor”.

 

3.6.13. LA PROFECÍA AUTOCUMPLIDA


Imaginemos una persona que conduce su vehículo por la carretera y tiene un problema mecánico de cualquier tipo. Detiene el coche y se acerca hasta una casa cercana a pedir ayuda. Mientras camina, comienza a plantearse si esas personas le recibirán amistosamente o si, por el contrario, responderán de forma descortés. De ser así, él se sentiría realmente molesto, y tendría que responder contundentemente. Recuerda otras situaciones en las que algunas personas no han respondido como él esperaba. Poco a poco, según se acerca a la puerta, va considerando las peores reacciones de los lugareños, y se ve a sí mismo enfrentándose a una situación desagradable. Cuando finalmente llama al timbre y responde una amable anciana, nuestro alterado protagonista la increpa sin remilgos, a lo que ella, totalmente desconcertada responde con un exabrupto similar. El tipo se marcha pensando que sus expectativas se han confirmado.

Con esta caricatura podemos comprender fácilmente el significado de la profecía autocumplida, en la cual, cuando nuestras propias expectativas se generan en base al miedo, entorpeciendo nuestra verdadera intuición, acabamos provocando la respuesta temida. Este tipo de alteraciones son muy frecuentes por ejemplo en las personas que padecen celos de manera patológica, o miedo al abandono. Su propio malestar constante y reiterado acaba por generar una reacción de distanciamiento en la pareja, que “confirma” las predicciones del otro.

A la mayoría de las personas, la intuición les permite realizar estimaciones muy acertadas acerca de la evolución de los acontecimientos, siempre y cuando eviten este tipo de distorsiones. Además, lo que va a ocurrir, depende en gran medida de lo que uno mismo genera con su comportamiento. Cuando, debido al miedo, centramos nuestra atención en el otro, dejamos de estar en nosotros mismos, con lo cual, nuestra propia conducta se vuelve caótica, sin sentido, incluso dañina para los demás.

Por lo tanto, ese miedo no es otra cosa que la dificultad para estar a la altura de nosotros mismos. Es decir, para ser coherentes con nuestros propios intereses, nuestros deseos y nuestra capacidad para alcanzarlos. Así, las anteriores experiencias de fracaso y la educación coercitiva pueden hacernos creer que vamos a ser incapaces de alcanzar nuestras metas, o que otras personas van a hacernos daño, del mismo modo que otras nos lo hicieran en el pasado. Sin embargo, esto probablemente no sea cierto. Quizá no se trate tanto de confiar en los demás, como de confiar en uno mismo.

 

3.6.14 ¿QUÉ ENCUENTRAN LOS QUE BUSCAN?

Basándose en los estudios de William Walker Atkinson, la escritora Rhonda Byrne publicó en 1996 el famoso libro “El secreto”, donde postulaba que la capacidad de los seres humanos para enfocarse en los aspectos positivos o deseados de cualquier asunto contribuye a que dichos aspectos se hagan realidad.

Aunque parezca increíble, estas aportaciones encontraron un sustento científico de la mano Amit Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, quien demostró que el comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el observador. Es decir, cuando el observador mira, dichas partículas se comportan como ondas, mientras que cuando no lo hace, actúan como partículas.

De igual manera, nuestro cerebro se activa en regiones prácticamente idénticas cuando ve un objeto que cuando lo imagina. Así se ha demostrado a través de tomografías. Y, para más, la generación de hormonas que tiene lugar en el hipotálamo, y que son vehiculadas a la sangre a través de la pituitaria, generando en las células receptoras sentimientos tales como amor, ira, alegría o envidia, acaban definiendo nuestro carácter en base a la frecuencia con que experimentamos estos sentimientos.

Sin embargo, estos patrones pueden ser modificados, con mucho esfuerzo, eso sí, por nuestra propia voluntad. Como se ha demostrado en el Instituto Tecnológico de Massachussets, nuestra mente puede desaprender y reaprender nuevas formas de vivir las emociones.

A la luz de todas estas aportaciones, podemos suponer que, cuando tratamos de alcanzar un objetivo, cuando buscamos algo, tenemos muchas posibilidades de encontrar aquello que visualizamos. No necesariamente, aquello que queremos. Sería quizá ingenuo pretender que con sólo desear algo, esto se alcanzase. A veces alcanzamos aquello que tememos que ocurra, como se demuestra en el caso de la “profecía autocumplida”, en la que, de tanto temer algo, lo acabamos provocando. Como ejemplo están los casos de celotipias o celos patológicos, donde la persona acaba facilitando que su pareja realmente le abandone o le sea infiel, por la presión enfermiza a la que le somete.

De modo que, podríamos decir que es lo que visualizamos, cuando buscamos algo, lo que acabamos por encontrar. Quizá en este punto, muchas religiones pueden acercarse a los planteamientos científicos y viceversa.
Desde los ingenieros y arquitectos que imaginan las calles y los edificios que con el tiempo se harán realidad, hasta las relaciones interpersonales, que no son sino el producto de lo que cada persona visualiza que son. De ahí la fantástica frase: “Ver una fotografía completa implica, también, ver al fotógrafo”.

 

3.6.15. LA PROYECCIÓN COMO MECANISMO DE DEFENSA

A la hora de tomar decisiones, de ser conscientes de lo que nos gusta, o cuando sentimos ganas de hacer algo, podemos, en ocasiones, tropezar con apetencias que socialmente no están del todo bien vistas, o que incluso a nosotros mismos nos parecen reprobables.

En estos casos, nuestro “Pepito Grillo”, nuestra conciencia, o lo que los psicoanalistas denominan, nuestro “superyó”, se encarga de censurar dichos impulsos para que dejen de generarnos angustia. Según los seguidores de Freud, existen varios modos de bloquearlos. Por una parte, pueden ser reprimidos; o lo que es lo mismo, enterrados en el subconsciente. En este caso, con el tiempo pueden llegar a causar una neurosis.

También pueden racionalizarse, o lo que es lo mismo, justificarse con astutas explicaciones. Imaginemos una persona que siente el impulso de humillar a un amigo y, cuando lo hace, argumenta que ha sido por su propio bien, para que aprenda una lección.

Pero hoy vamos a centrarnos en un mecanismo de defensa especialmente curioso: la proyección, que consiste en atribuir a otras personas (en ocasiones también a objetos) sentimientos, impulsos o pensamientos que pertenecen a uno mismo. Supongamos, por poner un ejemplo, que de pronto sentimos envidia porque un compañero de trabajo ha logrado un éxito. Imaginemos, además, que experimentar envidia fuera algo que nuestra conciencia no nos permite, que es algo que no aceptamos de nosotros mismos. Entonces podríamos acusar a un tercer compañero, que acaba de hacer un comentario intrascendente, de ser un envidioso. Pero lo más sorprendente es que ni siquiera nosotros mismos llegamos a ser conscientes de este proceso.

El mecanismo de proyección puede generar situaciones realmente injustas cuando acusamos o somos acusados de errores o injusticias que nada tienen que ver con la persona a la que le son adjudicadas. Cuanto menos dispuestos estamos a aceptar nuestros errores, más rígidos nos volvemos. Entonces tratamos de no aceptar ningún sentimiento que nos cause culpa, ya sea justificándonos, o culpando a quien tenemos más próximo. Si, además esta persona tiene problemas de autoestima o su situación de poder en la relación es menor, puede llegar a sentirse realmente culpable o estúpido, y tratar de remediar sus supuestos errores modificando conductas que eran saludables para él. Así, el efecto dominó iría generando un rastro de sufrimiento a diferentes niveles.

Conocernos bien, aceptarnos y perdonarnos a nosotros mismos, son excelentes estrategias para no causarnos daño ni causarlo a las personas cercanas, que son, por lo general, a quienes más queremos.

 

3.6.16. DISONANCIA COGNITIVA


Frecuentemente nos encontramos con personas que piensan que fumar tabaco es un hábito insano, pero se sienten incapaces de dejar de hacerlo. También hay quienes aman a su pareja, pero en muchas ocasiones, desearían distanciase de ella por diversos motivos. Existen momentos en la vida en que nos encontramos atrapados en dilemas de difícil solución.

La disonancia cognitiva es un término usado para definir el estrés mental y la sensación de malestar experimentada por un individuo que, en un mismo espacio de tiempo, lleva a cabo dos o más actos contradictorios, o que alberga creencias o valores opuestos entre sí.

En ocasiones, este efecto puede usarse de forma educativa o terapéutica. Por ejemplo, las campañas preventivas que promocionan el uso del preservativo en las relaciones sexuales pretenden generar, por este mecanismo, una conciencia real del riesgo de transmisión de enfermedades o de embarazos no deseados. También los terapeutas acostumbrar a fomentar en el paciente un cuestionamiento de ciertas conductas o creencias que le provocan problemas en su día a día.

Pero en otros casos, sencillamente nos encontramos ante un dilema que aparentemente nos supera. ¿Qué hacer entonces? En primer lugar, puede sernos útil conocer lo que dicen los estudios.
Según los experimentos que realizaron Matz y colaboradores en 2008, nuestra personalidad influye en el modo de afrontar la disonancia cognitiva. Al parecer, los extravertidos son menos propensos a sentir el impacto negativo de la disonancia y también menos dispuestos a cambiar de opinión cuando alguien les plantea un conflicto que cuestione su forma de ver las cosas. Los introvertidos, en cambio, suelen experimentar un malestar más profundo y acaban modificando sus criterios para que coincidan con los de la persona que les plantea un conflicto.

Resulta también fundamental realizar un esfuerzo preventivo. Si comenzamos por permitir una pequeña incoherencia en nuestra forma de actuar, es probable que poco a poco vayamos aceptando mayores desajustes entre lo que pensamos y lo que hacemos. No hablamos de inflexibilidad ante los acontecimientos, ni de dogmatismo frente a creencias diferentes a las nuestras. Nos referimos a la importancia de ser fieles a nosotros mismos.

Por último, pensemos que, en el fondo, siempre sabemos cuál es la decisión correcta y que prolongar el debate no es más que un truco con el que nos engañamos para no ponernos manos a la obra. De modo que tal vez sea el momento de aclarar la mente e iniciar el camino hacia aquello que nos merecemos.

3.6.17. LA CÁRCEL DEL SUFRIMIENTO


Dolor y sufrimiento son conceptos que a menudo empleamos indistintamente. Sin embargo, detenernos a ver las diferencias entre ambos, puede aportarnos algunas cosas útiles.
Veamos un caso práctico. Una persona se rompe una pierna y le causa dolor. Sin embargo, durante el proceso normal de curación, tal vez comience a pensar “Mi trabajo puede correr riesgo si el período de baja se prolonga demasiado”, “Quizá no se me quede bien la pierna y tengan que volver a operarme”, y demás pensamientos negativos. Este tipo de pensamientos nos causan el sufrimiento.
El sufrimiento no es la experiencia real, sino la forma de pensar sobre esa experiencia. Es una interpretación de lo que nos sucede. Nos centramos en una de las muchas características de esa experiencia, y centramos en ella toda nuestra atención. Por ello, las personas pesimistas tienden a centrarse en los aspectos negativos de diferentes realidades. Lo positivo de todo ello, es que tenemos la capacidad renfocar la atención en los aspectos que elijamos, de lo que se deduce que el sufrimiento es opcional. Mientras que el dolor ante un hecho que nos afecta es inevitable y normalmente breve en el tiempo, el sufrimiento es evitable y se prolonga más.
En este sentido, el sufrimiento supone una esclavitud. Nos mantiene enganchados a ese conjunto de ideas y emociones negativas. Sufrir puede convertirse en un hábito y parecernos algo normal que nos acompaña en el día a día. Por eso puede costarnos detectarlo. Podemos incluso disfrazarlo de esperanza, pensando, por ejemplo, “Espero que se me cure la pierna en poco tiempo, porque si no, voy a tener complicaciones”. Esta esperanza se basa en un futuro incierto, del que no tenemos certeza, y que nos provoca un cierto nivel de angustia y miedo.

Por lo tanto, en el polo opuesto a esa esclavitud que genera el sufrimiento, encontramos la libertad. Un modo de desengancharse de los pensamientos sufrientes referidos siempre al futuro. En nuestro ejemplo, la libertad pasaría por cuidar la pierna fracturada y permitir que evolucione según su propio curso, sin una expectativa de lo que debería ocurrir ni en qué tiempo debiera suceder.

Como resumen de todo lo anterior digamos que ni el dolor ni la enfermedad tienen que ver con el sufrimiento y que, para librarnos de él, seamos, en primer lugar, conscientes de que estamos sufriendo. Después descubramos qué es lo que nos provoca ese sufrimiento, y finalmente, no le dediquemos más pensamientos.

3.6.18. LA ANSIEDAD ES UN VACÍO INTERNO


La ansiedad es uno de los motivos más frecuentes de consulta en las clínicas de psicología hasta tal punto, que ya no resulta extraño escuchar a nuestro alrededor a personas que verbalizan dificultades para afrontar el estrés diario. Se han buscado, por este motivo, soluciones desde todos los ámbitos con resultados más o menos satisfactorios según el caso. Desde aquí vamos a tratar de aportar un enfoque alternativo.
Comencemos por aclarar que la ansiedad es un estado de inquietud de carácter difuso cuyas causas normalmente la persona no puede explicar. Tiende a percibirse como un sentimiento generalizado y totalitario, y precisamente es ahí donde radica la dificultad para afrontarlo.
Técnicas como la relajación diafragmática, el ejercicio o el yoga son muy útiles, sin embargo, no sirven para identificar las causas de la ansiedad. Por ello, su práctica es muy recomendable, pero acompañada de un análisis que facilite el autoconocimiento acerca de nosotros mismos y de los factores que nos angustian.

También se ha comprobado que resultan eficaces las técnicas conductuales como limitar el número de actividades diarias y concentrarse exclusivamente en ellas durante el tiempo que se haya estipulado, no aplazar tareas incompletas que nos mantendrán pendientes de ellas durante el tiempo de ocio, o aprender a decir «No» ante demandas externas que puedan saturar nuestra agenda.

Desde nuestro enfoque, la ansiedad es la representación de un vacío existencial que tratamos de llenar con actividades de diversa índole: el trabajo, el ocio, el uso de sustancias tóxicas, la comida, el sexo, internet, etc, etc. Es decir, tratamos de llenar ese vacío con elementos que se encuentran en el exterior. Sin embargo, la única forma de llenarlo realmente es con nosotros mismos; aprender a descentrar nuestra atención de las cosas que nos rodean: los problemas, el trabajo, los familiares, etc., y centrarnos en nosotros mismos. Escucharnos y comprender lo que realmente necesitamos, moviéndonos a la velocidad que determina nuestra propia maquinaria y atendiéndonos a nosotros mismos. Es entonces cuando la persona encuentra su verdadera fuerza, relativiza los problemas del día a día y prioriza las cosas que le hacen realmente feliz.

Por otro lado, uno de los factores que inciden en nuestro nivel de angustia está directamente relacionado con nuestra manera de concebir el mundo, nuestra manera de pensar. Así, el hecho de generar expectativas rígidas acerca de los acontecimientos futuros aumentará nuestra sensación de ansiedad. Pensar en la ansiedad la retroalimenta. No obstante, podemos reaprender a pensar. Pese a que nuestro modo de interpretar la realidad se gestó durante la infancia, podemos modificarlo.

 

3.6.19. RECOMPENSA INMEDIATA

De entre las muchas definiciones que tratan de abordar el concepto de inteligencia, hay una especialmente reconocida: “La inteligencia es la capacidad de adaptación al medio”. Según eso, la persona más inteligente es aquella que logra un mayor éxito en su entorno. Antes de apresurarnos a sacar conclusiones, pensemos que el éxito puede entenderse de múltiples maneras. Pues bien; no hace mucho, algunos autores añadieron algo nuevo y revolucionario a esta teoría: “Cualquier elemento del que dispongamos y mejore nuestra capacidad de adaptación al medio, también nos hará más inteligentes”. Es decir, si portamos una calculadora, un GPS, un móvil, etc., seremos sensiblemente más hábiles, más eficaces, más adaptables. Anotemos que esta forma de pensar no descarta en absoluto los matices emocionales de la inteligencia.

Desde luego, esto supone un cambio cualitativo y, de seguro, motivo para enriquecedores debates. Pero queríamos llegar a un apartado muy específico relacionado con la influencia de la nueva tecnología en la forma de relacionarse de los seres humanos.

No cabe duda de que sus bondades son innumerables, pero cuando hablamos de los sistemas de mensajería gratuitos entre teléfonos móviles, que permiten estar ininterrumpidamente conectado con todas las personas que se desee sin incrementar por ello el gasto mensual del servicio, podemos pensar que esta posibilidad está causando un impacto importante.

Baste revisar la última vez que cada usuario de nuestra lista usó el servicio, para comprobar que, en la mayoría de los casos, ha sido hace poco tiempo. Enviaron o leyeron un mensaje hace horas o minutos para muchas franjas de edad y en casi cualquier estrato social. Además, desde el nacimiento de este servicio hasta su uso generalizado han transcurrido apenas unos años. La implantación de los sistemas de comunicación es cada vez más inmediata. Se diría que cada vez dudamos menos a la hora de tomar decisiones de calado mayoritario.

Ahora pensemos en lo que nos sucede cuando estamos hablando física o virtualmente con alguien y algo reclama su atención (una llamada, un encuentro en la calle, etc.). Con frecuencia desenfundamos nuestro teléfono celular y repasamos los mensajes recibidos en este servicio. Podríamos pensar que cada vez nos cuesta más esperar cinco minutos de inactividad mientras nuestro contertulio termina su actividad. Podríamos pensar que cada vez nos cuesta más soportar pequeñas frustraciones. Necesitamos recompensas cada vez más inmediatas, y estos sistemas que obligan a una conversación superficial, simbólica y exageradamente optimista (en aquellos casos en que su objetivo prioritario sea narcisista) nos proporcionan eso: gratificación al instante.

Resulta importante mantenernos fuertes también en el campo de la resistencia ante la adversidad, aceptar que, en ocasiones deberemos aguantar periodos relativamente largos hasta que las cosas vuelvan a ponérsenos fáciles. La realidad física funciona más lentamente que la virtual, pero es ahí donde vivimos. Es ahí donde nacerán nuestros hijos.

3.6.20. LOS ESTADOS CARENCIALES


Del mismo modo que apartamos la mano del enchufe al recibir una descarga eléctrica, en un acto reflejo que actúa de forma inmediata e inconsciente, los seres humanos tenemos la tendencia a alejarnos de una realidad cuando esta nos supone un daño psicológico. El problema surge cuando ese alejamiento nos resulta impracticable, por el motivo que sea, a nivel físico y real, y en lugar de ello, lo realizamos a través de la fantasía.

Imaginemos el caso de una relación de pareja tormentosa que ya sólo aporta sufrimiento a sus miembros. Sin embargo, el distanciamiento físico les resulta imposible, ya sea porque tienen miedo de afectar a sus hijos, porque económicamente no les parece viable, o cualquier otra causa.

Ante esta circunstancia, los miembros de la pareja pueden comenzar a fantasear con diferentes realidades, con el objetivo de aligerar esa presión. Pueden acudir a un abogado y comenzar a gestionar los trámites del divorcio, sin llegar realmente a llevarlo a cabo. Pueden coquetear con otras personas barajando la posibilidad de una nueva relación donde ser amados, deseados, tenidos en cuenta… Todo aquello de lo que ahora carecen.

Pueden recurrir a pasar más tiempo con las amistades o la familia, consumir alcohol, tabaco u otras sustancias en busca de una evasión y un aporte de gratificación artificial. Fantasear con la posibilidad de que su pareja cambie. Que reconozca su error.

Los estados carenciales suelen caracterizarse porque, ante ellos, tendemos a evadirnos y a emplear una gran cantidad de esfuerzo en conductas que no se encaminan a solucionar el problema, precisamente en un momento en que las fuerzas escasean.

Independientemente de quién tenga la “culpa”, somos nosotros los únicos que podemos desligarnos de ese sentimiento. Según las estadísticas, la mayoría de los problemas de este tipo pueden solucionarse en unos meses si empleamos ese tiempo en buscar, por nosotros mismos, lo que necesitamos. De otro modo, se convertirán en angustias que nos acompañarán durante muchos años.

Debemos tomar decisiones. Las que sabemos que son correctas. Salir del lugar que nos asfixia, por más raíces que hayamos creado allí, es una buena opción si las anteriores no dan resultado. Identificar los propios errores, recurriendo en su caso a ayuda profesional, definir con claridad nuestro objetivo y el tiempo que estimamos que nos llevará alcanzarlo. Buscar relaciones sanas, aunque haya momentos en que nos atraigan situaciones en las que ya sabemos que volverán a surgir problemas. Recordemos que el humano es un animal de costumbres. Creer en nosotros mismos, aunque aparentemente nos falten los motivos. Y recordar que fuimos nosotros los que en algún momento decidimos ingresar en ese estado carencial. Preguntémonos por qué. Esa respuesta será la clave.

3.6.21. EL EQUILIBRIO ES IMPOSIBLE

Como decía el maestro budista Pema Chödrön, nada se va de nuestra vida hasta que nos enseña aquello que necesitamos aprender. El cerebro humano está diseñado para buscar hábitos, patrones de conducta y de pensamiento, que le permitan funcionar de forma “programada”. Esta programación la adquirimos tanto de la educación como de nuestra propia experiencia, a lo que algunos añaden una memoria genética que determina nuestros gustos, nuestras preferencias, y la tendencia a encaminarnos en unas direcciones y no en otras.

Además, como recientemente han demostrado las investigaciones de Nicholas Turk-Browne, profesor asociado de psicología en Princeton, y su equipo de trabajo, el cerebro humano borra recuerdos inútiles o que no encajan con las nuevas experiencias, con el objetivo de mantenerse ordenado. Por decirlo en pocas palabras, tendemos a generar una vida planificada y rutinaria.

Sin embargo, en ocasiones, tenemos la desgracia de topar con acontecimientos dolorosos e inesperados, que alteran ese status quo. Entonces parece que todo se desmorona. Nuestras expectativas o predicciones saltan por los aires y nos hallamos ante una situación totalmente novedosa que desearíamos habernos evitado.

Pero como explica literalmente y con gran claridad Steven Hayes, desarrollador de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), las personas que están sufriendo son las personas que tienen una oportunidad; la oportunidad de transformar sus vidas, porque han sido conscientes del precio de enredarse en un sistema que nos enreda a todos, con estos modos habituales de funcionamiento de la mente que están dentro del lenguaje mismo, encogiéndonos, limitando nuestras habilidades, destruyendo nuestras relaciones. No obstante, es necesario tomar conciencia de ese precio para poder salir de ese sistema.

El sufrimiento nos da la posibilidad de tomar conciencia de la necesidad de un cambio. Anestesiarlo sólo nos llevaría a perpetuar la situación desagradable, y así, la alarma de nuestro organismo que nos insta a salir de la situación se vería tristemente desoída.

Preguntémonos entonces, ¿qué tengo yo que aprender de tal situación, de tal persona que me causa ese dolor? Tal vez sea una ocasión para reforzar nuestros valores como seres humanos, tal vez una oportunidad para tomar la decisión de cuidarnos, de hacer algo por nuestro propio bien, en lugar de seguir satisfaciendo expectativas ajenas. Cada uno encontraremos una respuesta, la nuestra. Entonces podremos dar un paso adelante, y sin darnos cuenta, habremos crecido como personas. Gracias a ese desequilibrio nos hicimos más fuertes, y algo doloroso se perdió en el olvido.

3.6.22. EL CAMINO DE LA AUTODESTRUCCIÓN


La persona maltratada física o psicológicamente, experimenta, según los estudios, alteraciones emocionales, cognitivas y conductuales que dificultan el alejamiento del maltratador. Una de las consecuencias más impactantes es que deja de verse a sí misma desde su propia perspectiva o criterio y comienza a verse a través de los ojos del maltratador, llegando incluso a justificar la conducta de éste.

Por este motivo, es frecuente que una vez finalizada la relación tóxica, la persona maltratada vuelva a sentirse atraída por otro maltratador y genere una nueva relación dañina. Es lo que cree que se merece, y espera, en un sentido inconsciente, volver a ser tratada de forma vejatoria, como si de una adicción se tratara.

Pero, en muchos otros casos, no hace falta llegar tan lejos, para encontrar conductas autodestructivas propiciadas por la proximidad con personas tóxicas. En cada relación en la que somos humillados, nuestra autoestima se ve lastimada, y esto facilita que, por más que a nivel racional nos creamos merecedores de la mayor felicidad, a nivel subconsciente propiciamos lo contrario.

Las relaciones dañinas pueden ocurrir también entre padres e hijos, cuando los primeros humillan a los últimos, se avergüenzan de ellos, o los rechazan. Los primeros años de vida, como sabemos, son especialmente frágiles, y los padres suponen toda nuestra fuente de influencia. La falta de apego en la infancia crea generalmente importantes secuelas. Los conflictos en la pareja pueden generar una desatención de los menores, o incluso pueden ser cosificados como “arma arrojadiza” en los procesos de separación. El llamado Síndrome de Alienación Parental.

Cada vez que una persona cercana a nosotros, con la que mantenemos unos lazos afectivos importantes, nos humilla, se provoca una herida emocional. Esa humillación puede ser mediante una actitud egoísta -aprovechándose de nosotros-, denigrándonos, etc.

Pero lo realmente dañino es que esa humillación la hacemos propia y comenzamos a replicarla con facilidad. Especialmente con nosotros mismos, pero también con los demás. Además experimentamos una cierta atracción por ese tipo de personas o de situaciones. Visto así podríamos decir que la humillación se propaga como un virus y su origen está en la necesidad de poder sobre nuestros semejantes. Es a lo que podríamos llamar un camino hacia la autodestrucción, para salir del cual no basta con repetirnos frente al espejo que nos merecemos mucho más, ya que no se trata de que lo creamos a nivel consciente y racional, sino que lo sintamos a nivel profundo. Y eso se logra poco a poco, con paciencia, y sobre todo, con conductas en pro de nuestra felicidad. Son los hechos los que finalmente nos reencauzan, los pasos en la dirección deseada.

3.6.23. QUÉ ES LA LITOST


En su afán por conocer la conducta y los sentimientos humanos, la psicología se esfuerza por identificar y describir quiénes somos realmente. Para ello debe, en ocasiones, profundizar también en aquellos estados carenciales que menos nos agradan, o de los que menos orgullosos nos sentimos.

En este sentido, llama nuestra atención el concepto de Litost que, con su acostumbrada maestría, describe el escritor checo Milan Kundera en su obra “El libro de la risa y el olvido”. Kundera explica que Litost es una palabra checa, intraducible a otros idiomas, que se usa para referirse a un estado de padecimiento producido por la visión de nuestra propia miseria puesta repentinamente en evidencia cuando nos comparamos con otro.
Se desencadena en esas ocasiones en las que nos sentimos inferiores al otro, pero no nos permitimos reconocerlo, y nos invade un sentimiento de venganza que jamás llegaremos a confesar. Así, embargados por esa rabia, emprendemos una serie de acciones encaminadas a hacerle pagar al otro por nuestro dolor. Pero, -he aquí la clave del concepto-, en esa venganza nunca mostramos nuestros verdaderos sentimientos, así que, proyectamos la rabia sobre otro elemento que nos permita seguir enmascarados.

Veamos un ejemplo. Dos hermanas deciden una noche salir a una discoteca a bailar. La velada transcurre de forma divertida y amena, pero, en un momento dado, suena la canción favorita de la más joven, y esta, como un resorte, salta a la pista y se deja llevar por cada acorde, en una danza que a todos deja fascinados. La hermana mayor se siente violentada al ser consciente de su incapacidad para abandonarse de ese modo tan espontáneo, que ella envidia. Sin embargo, su ego le impide reconocerlo. Ya de vuelta a casa, se desorientan, y la mayor, cargada de rabia, aprovecha la ocasión para recriminar a su hermana cosas tales como que se han perdido por su culpa, que es una despistada, y para cargar aún más las tintas, inventa que la mayoría de las amigas la critican por esa inconsciencia tan frecuente. En resumidas cuentas, que prefiere no volver a salir con ella.

La hermana menor queda destrozada, llora desconsoladamente. Y, entonces, la mayor siente compasión, puesto que ahora ambas se encuentran igual de humilladas. Y de este modo su rabia, puede, al fin, desaparecer.
En un momento u otro, todos podemos aplicarnos este concepto, pero lo más interesante, en nuestra opinión, es que el propio Milán Kundera aporta un modo de afrontar y superar este tipo de debilidades. Según sus palabras textuales: Uno de los remedios usuales contra la propia miseria es el amor. Porque aquel que es amado de un modo absoluto, no puede ser miserable.

3.6.24. ANGUSTIA EXISTENCIAL


Por lo que sabemos, ninguna especie animal, a excepción del ser humano, se plantea preguntas abstractas acerca del sentido de su existencia o de la posibilidad de un ser superior y creador de cuanto nos rodea.
Este anhelo primigenio ha impulsado el avance científico del mismo modo que causa en algunas personas un profundo sentimiento de vacío y angustia. Sirva como ejemplo de estos últimos toda la producción del brillante filósofo existencialista Jean-Paul Sartre.

En ocasiones, incluso los rigurosos biólogos abordan el asunto de la existencia de Dios. El propio Francis Crick, premio Nobel por sus trabajos acerca de la estructura del ADN, se cuestiona la probabilidad de que la vida haya surgido por causa del azar. En sus palabras, “Un hombre honesto, provisto de todo el conocimiento del que disponemos nosotros, sólo podría decir que, en algún sentido, el origen de la vida parece en este momento ser poco menos que un milagro, tantas son las consideraciones que deberían satisfacerse para ponerla en marcha”.

Del mismo modo, el físico sir Fred Hoyle, al analizar los miles de aminoácidos altamente especializados que se encuentran en una célula viviente y cómo estos se combinan de forma exacta con las enzimas adecuadas, llega a la conclusión de que la probabilidad de que el surgimiento de la vida en nuestro planeta se debiera al azar es de una entre 10 elevado a la 40.000. Obviamente, estos planteamientos no aportan la ansiada respuesta. En su lugar, generan muchas otras preguntas.

Desde otro ángulo, podemos considerar la angustia existencial deteniéndonos en las reflexiones del escritor Milan Kundera, cuando nos habla de esa necesidad que tienen algunas personas de asumir responsabilidades o retos de enorme magnitud. Así enfrenta la tendencia a afrontar el peso con la inclinación por la levedad. Según él, la carga más pesada supone una plenitud en la vida, cuanto más pesada sea, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Aunque cuando es demasiado pesada, nos aplasta y nos destroza. Por el contrario, la levedad, la ausencia de carga, nos vuelve más ligeros que el aire, hace que volemos hacia lo alto y nos distanciemos de la tierra, que seamos reales sólo a medias, y que nuestros movimientos sean tan lívidos como insignificantes.

Efectivamente pretender responder ciertas preguntas puede suponer un peso excesivo, y evitarlas de entrada una levedad insoportable. Pero tenemos la capacidad de elegir el peso que deseamos soportar, y también la de plantearnos si realmente seríamos felices en una existencia sin misterios.

Una pregunta fundamental en todo este asunto sería ¿Para qué queremos evadirnos? A primera vista, podríamos responder que, escapamos del momento actual porque estamos atravesando una etapa dolorosa que tratamos de evitar. Pero no siempre es así. En muchas ocasiones lo hacemos por imitación o aprendizaje vicario. Efectivamente se trata de un hábito muy frecuente a nuestro alrededor. Pero también podemos construir nuevos hábitos. A fin de cuentas, tratar de adivinar o suponer lo que nos depara el futuro es mucho más complicado que disfrutar del instante en el que nos encontramos.

3.6.26. EL TÚNEL


La personalidad neurótica que, según los estudios se presenta en un porcentaje de entre el 5 y el 15 por ciento de la población, se caracteriza, entre otras cosas, por la negación como mecanismo habitual para hacer frente a una vida que le duele o le desagrada. El neurótico evita afrontar los problemas que se le presentan, y por eso, su existencia trata de pasar “de puntillas” por ciertas regiones demasiado dolorosas. De este modo, su existencia se limita enormemente.

En este sentido, el escritor argentino Ernesto Sábato, recientemente fallecido, describió con minuciosa exactitud, y hasta sus últimas consecuencias, la personalidad neurótica, en su novela “El túnel”, a través de un personaje protagonista quien, en un momento de la narración comprende el origen de su angustia: “…en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles”.
Convivir con hombre o mujer neuróticos puede no ser fácil, especialmente si se desconocen estas características de su personalidad. El neurótico se distancia de todo aquello que supone que puede dañarle, para observarlo con precisión, para protegerse, para estar prevenido. Analiza cada detalle con el rigor de un científico o un matemático, aunque dicha actitud temerosa hace que él mismo se salga de la ecuación, y por eso, le cuesta comprender que quizá, es él quien genera los problemas en la relación, o causa la indiferencia del otro.

Este distanciamiento y la negación anteriormente mencionada le llevan a experimentar una sensación intensa de vacío y soledad, una angustiosa incertidumbre ante todo lo que no puede controlar. En suma, una confusa oscuridad al prohibirse a sí mismo salir de ese túnel estrecho donde se mantiene a salvo, pero sin poder acercarse realmente a otro ser humano. Además, cada desengaño, cada herida emocional, reafirman su creencia de que el mundo es un lugar hostil. Por ello, una estrategia de afrontamiento para todos estos síntomas es la de obligarse a exponerse. Caminar nuevos senderos, aunque desconozca su destino, encontrar la felicidad en el único lugar donde realmente habita: las inciertas regiones de lo incontrolable.

3.6.27. EL EFECTO MÁTRIX

Cuando los misteriosos y controvertidos hermanos Wachowski dirigieron la película “Matrix” en 1999, no eran probablemente conscientes del fulgurante impacto a nivel mundial que iban a generar sus planteamientos. A partir de entonces, y reforzados por las dos secuelas “Reloaded” y “Revolutions”, millones de fans comenzaron a fantasear con las descripciones acerca de una realidad oculta que formulaba la trilogía.

Si bien es cierto que podemos encontrar reminiscencias de estos conceptos en filósofos como Platón y su “Mito de la caverna”, y más directamente en la literatura fantástica del siglo XX con autores como Aldous Huxley y su trabajo más conocido “Un mundo feliz”, también hemos de decir que esa sensación de estar viviendo un mundo de apariencia, de estar gobernados por seres desconocidos, caracteriza a muchos trastornos psicológicos y psiquiátricos como demuestran las investigaciones. Por ejemplo, está catalogado el síndrome de Fregoli, un extraño trastorno en el cual el sujeto cree firmemente que ciertas personas transforman habitualmente su apariencia o se disfrazan. Es decir, que varias personas que él conoce son en realidad, una sola que se transmuta.

Otra curiosa afección es la paramnesia reduplicativa. En este caso, el enfermo piensa que un lugar o zona ha sido copiado y duplicado, existiendo en dos o más lugares simultáneamente, o que ha sido “recolocado” en otra ubicación. Podría suponer así que la casa en la que vive ha sido trasladada o recreada en otra parte de la ciudad.

El síndrome de Capgras caracteriza a personas que están convencidas de que sus seres cercanos han sido reemplazados por impostores de apariencia idéntica. Suponen que su pareja, o su mejor amigo no son tales, sino desconocidos disfrazados de ellos.

La inserción de pensamiento, un delirio característico de la esquizofrenia lleva al paciente a creer que sus pensamientos no le pertenecen, sino que están siendo introducidos en su mente por parte de alguien.
Igualmente, sorprendente es el síndrome del doble. En este caso, el sujeto está totalmente seguro de que existe un ser idéntico a él, pese a que su personalidad y su forma de vida sean diferentes.

Por último, señalemos que el consumo abundante de marihuana puede provocar en algunas personas una sensación de repugnancia hacia el mundo, basada en la creencia de que la hipocresía o la falsedad lo gobiernan de algún modo.

No deja de resultarnos curiosísimo este conjunto de alteraciones perceptivas y cognitivas que tanto se asemejan a esa visión tan recurrente de la ciencia ficción según la cual vivimos, como diría Calderón de la Barca, en un sueño.

 

3.6.28. LA REALIDAD SOÑADA


Una de las características más fascinantes de la mente humana es que, en ella, la mayor parte de la información se procesa a nivel inconsciente. Sólo tenemos conciencia de una pequeña parte de todos los estímulos que nuestros sentidos envían al cerebro. Dichos mensajes se interpretan de forma subliminar y sólo somos conocedores de aquellos de especial relevancia. Incluso, en ocasiones, cuando se requiere de una respuesta inmediata, el sistema nervioso asume el control de la situación y genera una conducta sin que lo hayamos decidido voluntariamente. Esto sucede, por ejemplo, cuando algo se precipita hacia nuestros ojos, y debemos cerrarlos antes de que impacte contra ellos. Se trata de mecanismos automáticos a los que llamamos reflejos, y son de carácter innato.

En ocasiones también ocurre que parte de la información que tenemos acerca de nosotros mismos se almacena en ambos “archivos”, el consciente y el inconsciente, y lo hace de modo diferente. Pongamos un ejemplo: María cree que no es celosa. Racionalmente puede argumentar lo absurdo de este sentimiento, y citar también múltiples ocasiones en las que no se ha comportado de este modo. Sin embargo, podría suceder, que a nivel inconsciente sí experimentara celos en su relación. En este caso, los mecanismos internos se ven obligados a justificar su sentimiento de desconfianza generando conductas que oculten dicha emoción, pero liberen igualmente su malestar. Podría, por ejemplo, promover un enfado a raíz de un error intrascendente de su novio. Así lograría desquitarse y pasaría inadvertida su angustia cuando él miró a otra mujer.

Es frecuente que aquellas características de nuestra personalidad que no nos gustan, las enmascaremos. Muchas veces porque estamos cansados de sentirnos culpables de ciertos conflictos, y nos sentimos sin fuerzas para cambiar. Sea por el motivo que sea, podríamos llamar a esta forma inexacta de ver el mundo “la realidad soñada”.

Gran parte de la información que emitimos acerca de nosotros mismos en las redes sociales, por ejemplo, se podría englobar dentro de esa realidad soñada. Nuestra mejor versión, lo que nos gustaría ser, o creemos que somos. Aceptarse, ajustar las expectativas acerca de nosotros mismos, conocernos, buscar soluciones, realizar un tratamiento terapéutico, o estar dispuesto a perdonarnos, son estrategias para acercarnos más a “la realidad” que, pese a que siempre será subjetiva, nos permite enfocar las cosas de un modo mucho más exacto, ser más operativos en la gestión de nuestros errores, y emocionalmente más inteligentes.

 

3.6.29. LA TERCERA OLA


El 3 de abril de 1967, el profesor de historia Ron Jones, decidió llevar a cabo un experimento en su colegio de Palo Alto, California. El objetivo que se proponía era demostrar a sus alumnos cuál había sido el proceso ideológico que 30 años antes había desencadenado los regímenes dictatoriales en Europa, y que aún hoy en día, seguíamos expuestos a caer en una situación semejante.

En primer lugar, solicitó a los asistentes que entraran al aula en menos de treinta segundos sin hacer ruido y que se sentaran correctamente. También les pidió que sólo participaran en el espacio habilitado para las preguntas, y que todas ellas debían comenzar por “Profesor Jones”. Poco a poco fue volviéndose más autoritario, y observó que el rendimiento general de los chicos mejoraba.
Aquel experimento debía durar sólo un día, pero a la siguiente clase habían acudido más alumnos que en la sesión anterior. En esta ocasión, Jones les pidió que se saludaran de un modo similar al del nazismo y llamó al grupo “La tercera ola”, basándose en la suposición de que la tercera de una serie de olas en el mar es siempre la más fuerte. Todos los jóvenes se mostraban muy motivados y el rendimiento escolar mejoraba. Algunos le reclamaban “¿Por qué no enseña usted así siempre?”.
Al tercer día Jones, debatiéndose entre detener el juego o seguir, e incrédulo ante las mutaciones que observaba, pidió a sus alumnos que diseñaran un logotipo para su grupo, y les propuso un ritual para iniciar a nuevos miembros. Se decidió que nadie que no fuera miembro pudiera asistir a la clase. Al final del día, el grupo contaba ya con 200 miembros y comenzaba a cobrar vida propia.
Al día siguiente el profesor se alarmó al ver la manera en que los chicos se involucraban, y el sentido de la lealtad y la disciplina que estaban alcanzando.

Se comportaban como si fueran superiores a los demás, de hecho, algunos se habían autoasignado el papel de vigilantes informando de aquellos alumnos que no realizaban el saludo, lo cual parecía encaminarse hacia una conspiración. Jones, asustado, se vio obligado a interrumpir definitivamente el experimento.

Las conclusiones que extrajo el propio profesor acerca de la maleabilidad mental del ser humano y de la fragilidad de un sistema democrático resultan escalofriantes. Al parecer, el hecho de perder la identidad en un grupo homogéneo y disciplinado despierta en las personas un delicado instinto.

 

3.5.30. CÓMO ACOMPAÑAR A UNA MENTE SUPERDOTADA

Algunos niños muestran, ya desde los primeros meses de vida, capacidades demasiado precoces. Por ejemplo, pronuncian su primera palabra en torno a los cinco meses, en lugar de a los 8, como es frecuente, o responden a su nombre al medio año, en lugar de a los 9 meses, como suele ocurrir con la mayoría de los neonatos.

Los niños superdotados también comienzan a caminar antes, se interesan rápidamente por los libros, muestran una gran memoria, e interés por temas sociales, son muy inquietos, no necesitan dormir mucho… Digamos que su cerebro funciona más rápido. Tienen, además, lo que los expertos llaman hiperestesia, es decir, una capacidad sensorial exacerbada. Todos sus sentidos se mantienen alerta constantemente.

Según la Organización Mundial de la Salud un superdotado posee un Cociente Intelectual superior a 130 puntos. Además, se trata de una capacidad heredada, es decir, la mayoría tiene familiares que también lo son. En España, a fecha de hoy, viven un millón de personas con superdotación intelectual, y muchos, ni siquiera lo saben.

Sin embargo, su vida no es fácil. Ser diferentes, les acarrea numerosos problemas. Su exceso de actividad suele agotar a sus padres y ellos se aburren fácilmente. Uno de cada dos fracasa en los estudios, pero en nuestro país no existen escuelas especializadas para ellos. Por otra parte, su carácter analítico los lleva a ser temerosos ante posibles fracasos, pero también manipuladores y perfeccionistas. Además, se observa en ellos lo que los expertos denominan “disincronía evolutiva”, refiriéndose a que, pese a su precocidad intelectual, otras áreas, como la conductual o la emocional, conservan un desarrollo normal. Por eso pueden reaccionar con lloros o rabietas como cualquier niño de su edad.

La adolescencia es un período crítico para un superdotado, quien puede sentirse diferente a los demás, rechazado e incomprendido. Según Alicia Rodríguez, presidenta de la Asociación Española para Superdotados, sufren dificultades para adaptarse al trabajo porque sus jefes no toleran que sean brillantes.

Otra de los problemas que experimentan tiene que ver con su área afectiva. La intensidad de sus percepciones les provoca una hipersensibilidad emocional, área en la que suelen mostrarse mucho menos hábiles, en ocasiones. Todo ello puede provocar cuadros depresivos y ansiosos que generan dolores de barriga, náuseas, problemas de sueño, etc.

A las personas que conviven con ellos se les recomienda no presionarles ni imponerles metas demasiado elevadas. En lugar de eso, debemos acompañarlos y motivarles a desarrollar su creatividad, facilitarles el acceso a juegos y fuentes de información a su nivel, y evitar comparaciones con otras personas.

 

3.6.31. LA OBESIDAD ESTÁ EN EL CEREBRO


La mayoría de los autores contemporáneos piensan que la respuesta que da la madre a las demandas de su hijo durante los primeros años de vida influye en gran medida en el desarrollo armónico de su futura personalidad. Según estos investigadores, si la madre no logra comprender el lenguaje sin palabras del bebé, cuando éste sea adolescente, puede presentar dificultades para identificar sus propias sensaciones, y calmar su ansiedad interior a través de la ingesta de alimentos.

Los propios pacientes con este tipo de obesidad identifican una semejanza entre su conducta y la adictiva. Es decir, han aprendido a evadirse de sus problemas por medio de la comida. Los atracones les provocan un bienestar breve y un sentimiento posterior de culpabilidad que refuerza su sentimiento de fracaso. El cual, a su vez, fortalece el propio abandono.

Es por ello que, a la hora de realizar un tratamiento, no basta con emplear técnicas médicas. Resulta necesario, además, afrontar todos esos factores psicológicos y conductuales que han llevado a la persona a desarrollar su enfermedad. Es decir, puede lograrse una reducción progresiva del peso corporal a través de cirugía bariátrica, con técnicas como por ejemplo la implantación de un balón gástrico; pero es necesario que la persona deje de “pensar como obeso”.

El mayor miedo que sienten muchos pacientes que han alcanzado una silueta de su gusto, es volver a recuperar kilos. Para evitarlo, es importante que se identifiquen las causas que le llevaron a ganar peso, trabajar la tolerancia a la frustración, entendiendo que una baja tolerancia implicaría no soportar pequeñas frustraciones del día a día, y tener que recurrir a la ingesta de nuevo. Es fundamental desarrollar un fuerte autocontrol, apoyarse en las personas cercanas, -que deben estar informadas previamente del proceso y del modo correcto de acompañar al paciente-. Encontrar actividades de tiempo libre que aporten gratificación, afrontar otras posibles dificultades personales o sociales si las hubiera, ser consciente de que se trata de un proceso lento, con altibajos, incluso con retrocesos. Y por último, tener en cuenta que el mecanismo que el cerebro adquirió en algún momento del desarrollo para calmar el malestar o la ansiedad, estará presente, quizá, durante toda la vida. Pero que es posible, como muchos pacientes logran cada día, controlarlo.

 

3.6.32. EL EQUILIBRIO EMOCIONAL PREVIENE EL CÁNCER

El de colon es un tipo de cáncer bastante común. Se caracteriza por la generación de células malignas en la porción intermedia y más larga del intestino grueso. Y tiene un alto porcentaje de recuperación cuando se diagnostica a tiempo. Así pues, la prevención e información de esta enfermedad es crucial para el paciente.

Uno de los principales inconvenientes para el enfermo son las sesiones de quimioterapia con sus efectos secundarios característicos. Por ello, la terapia psicológica ha desarrollado técnicas que ayudan a reducir estos efectos tan desagradables del tratamiento.

Entre los programas de tratamiento psicológico más empleados cabe destacar la hipnosis, a través de la cual, se sugestiona una relajación profunda y una visualización de escenas placenteras. También es muy útil que antes y después de la quimioterapia, se realice una relajación muscular progresiva con visualización de escenas relajantes. Según la investigación, la eficacia de esta técnica reduce en un 50% las náuseas y los vómitos.

Igualmente se emplea con buenos resultados la desensibilización sistemática. Para ello se identifica aquello que más teme el paciente que va a someterse a quimioterapia (caída del pelo, náuseas, mareos, etc.). Posteriormente se aplica una relajación mientras el paciente va imaginando cómo se enfrenta a esos miedos. De este modo va realizando ensayos en la imaginación. Ensayos acompañados de bienestar físico. Y así, va perdiendo el miedo.

Entre las técnicas de control atencional, destacamos las de distracción mediante estímulos externos. Consisten en distraer la atención del paciente mediante videojuegos u otras actividades distractoras como ver la televisión o contar historias durante la sesión de quimioterapia. El objetivo es impedir que se forme el condicionamiento clásico. Es decir, que el paciente asocie la quimioterapia con dolor o situación desagradable, y le sea cada vez más difícil acudir.

Por último, hemos de tener en cuenta que los pacientes con síndrome de colon irritable tienen más probabilidades de desarrollar cáncer de colon. Teniendo en cuenta que el colon irritable es una enfermedad puramente psicológica, puesto que no cumple con los parámetros de enfermedad física, podemos hacernos una idea de hasta qué punto es importante el equilibrio emocional en la prevención de este tipo de enfermedades.

 

3.6.33. CAUSAS PSICOLÓGICAS DE LA MIGRAÑA


Según la Organización Mundial de la Salud, en España cuatro millones de personas padecen migraña, de las cuales, más de un millón y medio la sufre de forma crónica. El inicio suele darse entre los 10 y los 30 años, y afecta más a mujeres que hombres.

La migraña conlleva ataques de dolor intenso en un solo lado de la cabeza, así como náuseas, vómitos, e intolerancia a la luz y a los sonidos que empeora con el movimiento. Si bien las causas son desconocidas, investigaciones recientes apuntan a que está producida por la activación del nervio trigémino. También se ha encontrado un componente hereditario: en más de la mitad de los pacientes, existen antecedentes familiares.

Del mismo modo se ha observado que entre los desencadenantes de una crisis se encuentran el tipo de alimentación (alcohol, chocolate, cítricos, queso, frutos secos, cebolla), los hábitos de vida, las horas de sueño (ya sea por exceso o por defecto), el uso de anticonceptivos, los ciclos menstruales, así como factores psicológicos, especialmente estrés, ansiedad y preocupaciones. Resulta fundamental un diagnóstico adecuado pues, aunque hoy en día no disponemos de un tratamiento curativo, hasta en el noventa por ciento de casos se puede controlar la migraña, logrando aliviar el dolor lo antes posible a través de medidas farmacológicas, es decir, con medicación específica. También existe un tratamiento no farmacológico para prevenir y tratar el dolor una vez que este aparece. Esto se logra ejecutando un uso correcto de las posturas corporales tanto de día como de noche, aplicando técnicas de relajación y respiración para controlar la tensión psicológica en su caso, ajustándose a una dieta adecuada, regulando los horarios de sueño, usando almohadas cervicales, aplicando de forma local calor o compresas de hielo, y a través del ejercicio o el yoga.

Se ha comprobado que muchas personas sufren ataques de migraña precisamente durante los fines de semana. Para este caso, los expertos barajan dos explicaciones. La primera hace referencia al hecho de que, pasado el estrés de los días laborables, al llegar el tiempo de descanso, nuestro cuerpo se “suelta” de ese estrés a través de dolores de cabeza. La segunda opinión apoya la tesis de que las migrañas de fin de semana aparecen como consecuencia del cambio en nuestros ciclos, en los patrones de sueño y alimentación, por ejemplo.

Alguien podría suponer que cuando no somos capaces de salir de ese ciclo constante de estrés y ansiedad, tan agresivo para nuestra salud, es el propio cuerpo quien nos obliga a detenernos, a descansar por un tiempo.

 

5.6.34. LOS COMPLEJOS NOS LIMITAN


¿A quién no le gustaría ser un poco más alto o un poco más bajo? ¿Algo menos obeso o un poquito más corpulento? ¿Quién no se vergüenza de alguna característica de su apariencia física? Y lo mismo ocurre a nivel intelectual. ¿Quién no desearía adquirir más conocimientos en algún área específica, o se siente apocado en determinadas conversaciones?

Los complejos nos limitan. Afectan a nuestra autoestima, nos hacen sentir inferiores. Pero ¿cuál es su origen? ¿En qué circunstancias nos detuvimos por primera en esa característica personal que nos abochorna? Tal vez un amigo, o un familiar quien, con la mejor intención y sin pretenderlo conscientemente, nos transmitió su rechazo.

A un nivel superior, el origen se encuentra en el miedo generalizado a la diferencia. Los seres humanos, con nuestra naturaleza asociativa, nos sentimos más seguros cuando mantenemos un nivel alto de homogeneidad, es decir, cuando nos parecemos a los demás y al canon estipulado en ese momento. De ahí la gran influencia que ejercen en nosotros las modas. Es por ello que una diferencia respecto de la media nos hace sentir inseguros, reclama la atención de quienes nos rodean, y puede convertirse en motivo de burla. Pese a todo, somos nosotros mismos nuestros mayores censores.

¿Cómo se afronta una dificultad de este tipo?
Parece obvio recurrir a nuestra, igualmente necesaria, tendencia a diferenciarnos, a ser únicos e irrepetibles, insustituibles. Pero, lamentablemente, este tipo de enfoques tan racionales no suele resultar eficaz ara superar un complejo, ya que nuestra verdad es, esencialmente afectiva. Nuestro complejo lo es porque nos hace sentir menos queridos, y probablemente nos convertirá en personas complacientes y excesivamente facilitadoras, como si tratáramos de suplicar una aceptación, por parte de los demás, que nosotros mismos no nos concedemos.

Aprender a querernos y a aceptarnos no es un asunto racional. La angustia que genera esa falta de amor propio nos vuelve más susceptibles a generar dependencias de sustancias o hábitos insanos con los que evadirnos de la realidad, incluso dependientes de otras personas en ese eternamente insatisfecho esfuerzo por ser aceptados y amados.

Un perfecto ejemplo lo hallamos en el famoso drama francés de Edmond Rostand titulado “Cyrano de Bergerac”, cuyo protagonista se niega innecesariamente la posibilidad de ser correspondido por su amada. El motivo: la fealdad que su apéndice nasal le confiere. Un complejo que le impide valorar sus otras grandes virtudes.

Tal vez, esa sea la mejor forma de superar un complejo. No centrarnos exclusivamente en él, no permitir que nos eclipse.

5.6.35. PÁNICO ESCÉNICO

Con relativa frecuencia llegan a nuestros oídos noticias acerca de famosos artistas, acostumbrados a subir a los escenarios y que, en un momento dado, tienen que cancelar una actuación. En el instante en que debían subir al proscenio, comenzaron a sentir que el corazón se les salía del pecho, a

experimentar mareos, sudores fríos…
El pánico escénico es una sensación angustiosa aguda, caracterizada por unos niveles de ansiedad incontenibles que provoca un bloqueo conductual en el sujeto que lo padece, y que se produce cuando éste trata de realizar una actividad que conlleva interacción social. Su origen se encuentra en la generación de pensamientos irracionales anticipatorios relacionados con el fracaso inminente en el desempeño de la actividad.

Según Jean Harvey, decana de la facultad de cuerda de la Royal Academy of Music, de Londres, para evitar el miedo escénico, el artista, al que se le exigen unos niveles tan altos de excelencia en la ejecución de su arte, ha de desarrollar una gran frialdad y un distanciamiento con el público.

Desde nuestro enfoque, para prevenir un problema de estas características, es muy recomendable detenerse en tres aspectos:
En primer lugar, aceptar que la interpretación, la conferencia, o la exposición sea cual fuere, puede salirnos mal, y no pasa nada. A los humanos nos encanta tratar de controlarlo todo, pero la realidad es que ni podemos, ni tenemos la obligación de ser perfectos. La angustia surge cuando no nos permitimos fallar. Y lo cierto es que, si nos equivocamos, no pasa absolutamente nada. En segundo lugar, es muy importante trivializar el acontecimiento. Quitarle importancia. Nuestra vida no está en juego, ni siquiera nuestra reputación, aunque creamos lo contrario. Sólo es una actuación, sólo es una charla. En cambio, la primigenia reacción fisiológica de nuestro organismo, sólo se justificaría si fuéramos atacados por un león en la época de las cavernas.

Por último, pero igualmente esencial, es dominar la materia de la que vamos a hablar; haber ensayado suficientemente la interpretación. Cuando la ansiedad o el miedo al fracaso se deben a que nos sentimos mal preparados, estamos refiriéndonos ya a otro tipo de problemática. La confianza en nosotros mismos nos dará mucha seguridad. Y en este caso, la exposición progresiva, que es una técnica, también empleada en el tratamiento de fobias, resulta de gran utilidad. Consiste en ensayar de menos a más. Al principio solos, y poco a poco con un número cada vez mayor de espectadores. Hasta llegar a practicar en el mismo escenario donde tendrá lugar el espectáculo, de modo que nos resulte familiar.

3.6.36. LOS LÍMITES DEL CONTROL (Anorexia nerviosa)

La alimentación es, en primer lugar, una necesidad, un requisito para la supervivencia. Sin embargo, el ser humano, con esa tendencia a instrumentalizar cuanto le rodea, puede convertirlo en algo más. Los impulsos compulsivos pueden llevarnos a ingerir alimentos de forma ansiosa, exagerada y desordenada o, por el contrario, a privarnos de ellos, con el objetivo de controlar nuestra propia forma física.

La anorexia nerviosa supone una pérdida de peso provocada por la inanición voluntaria de quien la padece. Y, como siempre, la mejor forma de tratarla es conociendo las causas. En este sentido, y hablando en términos generales, se cree que las personas susceptibles de desarrollar anorexia provienen de una familia sobreprotectora y rígida en cuyo entorno el sujeto apenas tiene iniciativa propia. Además, desde el principio, la persona tiene un alto nivel de aspiración en la vida, y carece de habilidades para afrontar o manejar situaciones estresantes.

Igualmente se ha comprobado que la anorexia surge en una etapa de la vida en la que aparecen conflictos interpersonales, experiencias intensas de fracaso, presencia de la menarquia o primera menstruación, u otras situaciones estresantes para el paciente.

También es importante destacar que ese deseo de adelgazar se observa en personas que frecuentemente tienen familiares cercanos con obesidad o anorexia. En estos casos, dichos familiares actúan como modelos a imitar.

Sin embargo, la columna vertebral del trastorno puede hallarse en el deseo de control. Controlar el peso significa, para la persona con anorexia, controlar todo aquello que le asusta. Por algún motivo, se siente incapaz de afrontar ciertos sucesos de su vida (una pérdida, un sentimiento de abandono, de rechazo, etc.), y por eso centra la atención en su propio cuerpo. Controlando su peso se siente eficaz y capaz. En muchas ocasiones deja de luchar por el resto de sus aspiraciones y se contenta con lograr mantener su peso en los niveles deseados.

Estas conductas, también son reforzadas por la familia y el entorno, ya que normalmente, ante la aparición de la anorexia, la persona comienza a recibir todo tipo de cuidados y atención por parte de quienes la rodean. Y esa gratificación (muchas veces inconsciente) va consolidando el trastorno.