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3. LA ARQUITECTURA DE LAS EMOCIONES

3.1. La importancia de lo que sentimos

 

En este capítulo nos proponemos describir con rigor esta concepción del ser humano que se recoge en el modelo de La arquitectura de las emociones puesto que, si bien no se trata de un enfoque diseñado para el abordaje terapéutico del tratamiento de adicciones, sí nos ofrece una visión del ser humano completa y comprensible, lo que la hace válida para cualquier tipo de intervención psicoterapéutica.

Como decimos, el enfoque de la Arquitectura de las emociones nos permite comprender las verdaderas motivaciones del paciente adicto, y así poder ofrecerle una terapia que realmente llegue a transformar el tejido emocional de la persona que acude a la consulta.

Para entrar en materia, digamos que La arquitectura de las emociones es un modelo que comienza a articularse a partir un hecho claro y sencillo: todo conocimiento del mundo real nos llega a través de nuestros sentidos: vista, oído, olfato, tacto, gusto, y las sensaciones interoceptivas que nos informan acerca de lo que sucede en el interior de nuestro cuerpo. No tenemos ninguna otra forma de conocer el mundo. No existe otro camino.

Algo, en principio tan obvio, nos abre las puertas de este enfoque que se basa en las aportaciones de grandes pensadores como, por ejemplo, Viktor Emil Frankl, famoso neurólogo y psiquiatra austriaco, fundador de la logoterapia, quien entendió que el hombre busca inevitablemente un sentido para su vida, el cual, en el fondo, es su sentimiento, su sentir.

De igual modo, cuando el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, uno de los padres de la psicología humanista, elabora su jerarquía de las necesidades, y nos dice que las personas requerimos la satisfacción de necesidades básicas como el alimento, la respiración, o la seguridad, antes de poder dedicarnos al alivio de otras más elevadas como el amor, la confianza o la autorrealización, nos está hablando en el fondo, de sus sentimientos.

Así, la existencia de una sensación desagradable como es el hambre nos impulsa a realizar un conjunto de acciones para satisfacerla, y experimentar una sensación agradable de saciedad. De hecho, el objetivo de todo proceso médico o terapéutico debe consistir en fomentar la experimentación de sentimientos agradables en el paciente. En consecuencia, el psicoterapeuta ha de identificar, de forma individual, detrás de qué conceptos racionales/intelectuales se ocultan esos sentimientos para diseñar el proceso terapéutico.

Desde estos planteamientos, también podemos comprender nuestra conducta mucho mejor -las causas de nuestra conducta-, encontrando que, básicamente, nuestra conducta, cuando es adaptativa, se explica en base a dos principios básicos: experimentar sentimientos y sensaciones agradables y evitar la experiencia de los desagradables. Evitamos la sensación de hambre, de rabia, de angustia vital, de soledad, de curiosidad. Por ello nos procuramos un trabajo, gestionamos nuestros conflictos, desarrollamos nuestras pasiones, investigamos… En este sentido, la patología radica en la necesidad de experimentar sentimientos desagradables o la incapacidad de buscar los agradables. En estos casos, una persona puede buscar inconscientemente estados prolongados de tristeza, de odio, de frustración, de miedo o de dolor.

Desde este enfoque, la racionalización de lo que sentimos, el pensamiento como tal, se considera un proceso evolucionado que pretende ordenar y dirigir nuestras acciones para alcanzar determinadas sensaciones o experiencias. Por ello, cuando dicho proceso racional adquiere un valor prioritario, la persona no logra acercarse a las sensaciones y sentimientos agradables, y se siente confusa y fracasada. Es el caso de un sujeto gobernado por la creencia intelectual de que debe de aglutinar posesiones, y encamina sus acciones a tal fin. No obstante, por más pertenencias que logre adquirir, la sensación de felicidad no aparece. Creyendo que eso se debe a que aún no posee las suficientes, sigue esforzándose en dicha tarea.

Muy similar es el caso de la persona gobernada por la creencia de que si disminuye su peso corporal será más feliz. En conclusión, podemos afirmar, que serán problemáticas todas aquellas acciones y conductas basadas en creencias y atribuciones puramente racionales, es decir, que no persigan, en última instancia, la adquisición de una sensación agradable.

Obviamente tampoco resultará sana la búsqueda de sensaciones agradables irresponsable, es decir, aquella que no facilita el mantenimiento de dichas sensaciones. Ejemplo de ello sería la persona impulsiva que se gasta todos sus ahorros en un día adquiriendo experiencias agradables, sin contemplar la sostenibilidad en el futuro.

 

 

 

TABLA DE EMOCIONES

TRISTEZA

tormento, pesimismo, pesar, decepción, remordimiento, rechazo, bochorno, sufrimiento, congoja, disgusto, alienación, humillación, depresión, suplicio, culpa, aislamiento, derrota, insulto, tristeza, melancolía, vergüenza, abandono, desánimo, lástima, desesperación, infelicidad, dolor, soledad, desaliento, arrepentimiento, decepción, inseguridad, condolencia, pesadez

MIEDO

alarma, terror, nerviosismo, aflicción, shock, pánico, tensión, pavor, miedo, histerismo, desasosiego, susto, humillación, temor, preocupación, horror, ansiedad, angustia, pesadumbre, desestabilidad, desorientación, espanto, inquietud, inseguridad, turbación, decepción

SORPRESA

asombro, sorpresa, pasmo, alerta, susto, confusión, desconcierto, desorientación, impacto, impresión, perturbación, sobresalto, sofoco, frustración

ENFADO-IRA

enojo, malhumor, indignación, amargura, venganza, desprecio, irritación, exasperación, furia, odio, desagrado, envidia, inquietud, frustración, decepción, cólera, aversión, resentimiento, celos, fastidio, enfado, hostilidad, menosprecio, repugnancia, aspereza, ira, violencia, rencor, hastío, rabia, susceptibilidad, descontento, desánimo

AMOR

adoración, atracción, sentimentalismo, añoranza, afecto, cuidado, deseo, amor, ternura, pasión, cariño, compasión, capricho, simpatía

ASCO

amargura, asco, decepción, repulsión, descontento, desencanto, desilusión, incomodidad, vergüenza,

ALEGRIA

emoción, jovialidad, felicidad, euforia, contento, triunfo, fascinación, dicha, alegría, júbilo, entusiasmo, estímulo, impaciencia, alivio, alborozo, deleite, jolgorio, satisfacción, esperanza, regocijo, buen humor, gozo, brío, agradecimiento, éxtasis, excitación, orgullo, embeleso, serenidad

 
 

EMOCIONES SECUNDARIAS

CULPA: Violación o desliz de carácter moral. Surge de la reprobación de uno mismo

VERGÜENZA: Surge del supuesto de que hemos revelado públicamente defectos, debilidades, ineptitudes, etc. Reprobación social.

CELOS: Amenaza real o imaginaria a nuestra relación por parte de un rival. Se puede combinar con ansiedad (sin él no podré vivir…) o depresión (le romperé la cara si…) Inseguridad

ENVIDIA: Deseamos las ventajas de otra persona. Comparaciones

OFENSA: Reacción a una injusticia percibida subjetivamente. Se puede mezclar con autocompasión, depresión e ira

ANSIEDAD: Se basa en pensamientos orientados al futuro que suponen peligro o amenaza y nos sentimos vulnerables a ellos. Exagera el estímulo e infravalora nuestra capacidad de afrontamiento.

 

LAS CUATRO TÉCNICAS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

1. Identificar las emociones: Leer en las personas. Las emociones contienen datos, son señales que nos muestran los acontecimientos más importantes que suceden a nuestro alrededor, tanto en el mundo interior, como en el área social o la profesional. Debemos identificar con precisión las emociones en los demás y ser capaces de comunicar y expresar las nuestras para una comunicación eficaz.

2. Utilizar las emociones: Tener el estado de ánimo adecuado. Nuestro modo de sentir influye en nuestra manera de pensar y en la naturaleza de nuestros propios pensamientos. Las emociones dirigen nuestra atención hacia los acontecimientos importantes, nos preparan para emprender una acción y nos ayudan a guiar nuestro proceso de pensamiento cuando resolvemos problemas.

3. Comprender las emociones: Predecir el futuro emocional. Las emociones no son acontecimientos aleatorios, sino que tienen una serie de causas subyacentes. Las emociones cambian siguiendo una serie de reglas y, por lo tanto, pueden llegar a comprenderse. El conocimiento de las emociones se refleja en nuestro vocabulario emocional y en nuestra capacidad para realizar análisis de emociones futuras.

4. Manejar las emociones: Actuar movidos por el sentimiento. Dado que las emociones contienen información e influyen en el pensamiento, necesitamos incorporarlas de forma inteligente a nuestro razonamiento, a nuestra conducta. Para ello, debemos mostrarnos abiertos a las emociones, sean o no bienvenidas, y elegir estrategias que aprovechen la sabiduría que nos proporcionan nuestros sentimientos.

 

LAS DIMENSIONES DEL SER HUMANO

¿Por qué son los países en vías de desarrollo los que ostentan los primeros puestos en los ránquines de felicidad personal?

¿Por qué no es más feliz una persona cuanta más formación tiene? ¿Ni tampoco cuanto más dinero gana?

Existen dos dimensiones en el ser humano: la racional y la emocional, pero la felicidad se encuentra exclusivamente en el desarrollo del área emocional. Lo que cabalmente tiene mucho sentido puesto que la felicidad es, una emoción.

Occidente, -siempre que ha podido-, ha priorizado el desarrollo del área intelectual. Y tenemos motivos para estar orgullosos de ello: El Siglo de las Luces, la Ilustración, el conocimiento científico, la lógica, la matemática, la medicina, la física cuántica… Gracias a eso se ha producido la maravilla de una evolución acelerada en muchas disciplinas, lo que ha redundado en que la esperanza de vida de las personas prácticamente se duplicara, y mil aspectos más que sería imposible enumerar aquí.

Sin embargo, existe un área muy específica para la cual, nuestro desarrollo intelectual no es tan útil: el área de las relaciones humanas. En este campo, la razón falla, comete errores, se equivoca. En el campo de las relaciones humanas, ni la matemática, ni la lógica nos son de gran utilidad. De hecho, podríamos compararlas con una brújula dañada, que nos lleva al lugar incorrecto. En este subjetivo campo del que hablamos, nuestra lógica intelectual se comporta como «el abogado corrupto». Me explico.

Tópicamente suele decirse que el trabajo de un abogado consiste en ganar el juicio. Defender a su cliente. Y un abogado corrupto, dirá cualquier cosa, sea cierta o no, con tal de lograr este objetivo. Pues bien, ese es el papel de la razón en las relaciones sociales. Sigmound Freud lo llamó «racionalización». Con ello se refería a un mecanismo de defensa que tenemos las personas mediante el cual, justificamos nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos dándoles una explicación lógica. Así evitamos la culpa y la ansiedad que nos provocaría afrontar la realidad. Imaginemos que siento rabia hacia un ser cercano por cualquier motivo. Supongamos, además, que mi educación y mi propia moral me impiden reconocerme a mí mismo, y mucho menos a los demás, esa rabia. Con estos antecedentes, el día que me encuentro con él, decido gastarle una broma irónica que nos hace reír a todos. Cuando alguien me acusa de haber sido hiriente, me justifico alegando que, sencillamente, era un comentario gracioso sin mala intención.

Otro ejemplo es el de la persona que ofrece un puesto de trabajo a alguien de quien está secretamente enamorado para poder verlo todos los días. Podríamos encontrar miles de ejemplos en nuestro día a día.

La razón, en todos estos casos, actuará como ese abogado corrupto, que elaborará cualquier explicación para justificarse, para lograr que la incómoda verdad se mantenga oculta. Por eso, cuanto más inteligentes seamos, más convincentes serán esas explicaciones/justificaciones, pero no por ello, más verdaderas. Si, así evitaremos esa incómoda culpa, esa molesta ansiedad. Pero ¿a dónde van esas verdaderas motivaciones finalmente, -motivaciones que muchas veces son desconocidas para nosotros mismos, es decir, inconscientes-? ¿Se evaporan limpiamente?

No, esas motivaciones se quedan ahí. Podríamos decir que, sin poder digerirse o gestionarse de forma sana. De cara al mundo, y a nosotros mismos, todo está bien, una vez que nos hemos justificado. Pero el caso es que seguimos odiando a esa persona cercana, y cada vez que estamos cerca de ella, nos vemos impelidos a burlarnos de él. Lo cierto es que estamos enamorados de esa compañera de trabajo a la que vemos cada día, a la que querríamos declarar nuestro amor, pero no lo hacemos. ¿Cómo vamos a hacerlo si estamos casados con otra persona, tenemos hijos…?

Y es ahí donde se crea el trauma, o la herida emocional.

A las consultas de psicoterapia acuden diariamente madres que se arrepienten de haber traído a sus hijos al mundo, hijos que odian a sus padres, personas que sienten una fuerte atracción por alguien, sujetos que envidian poderosamente a sus compañeros de trabajo… Muchos de estos pacientes ni siquiera son conscientes de sus sentimientos. Son necesarias muchas sesiones terapéuticas para identificarlos. Y cuando, finalmente salen a la luz sus verdaderas motivaciones, suele producirse una crisis y una transformación, ya que la persona reconoce, por fin, quién es en realidad. Y puede que su moral, el conjunto de valores morales en el que ha sido educado, no apruebe quién realmente es. Así que, a partir de entonces, sólo puede aceptarse, y reestructuras esos valores, esas creencias en base a sus sentimientos. Porque uno no decide tener unos sentimientos u otros, simplemente los experimenta.

Autoconocimiento y aceptación son pues, dos pasos esenciales del proceso de recuperación de una persona psicológicamente enferma, o espiritualmente enferma. Bajo el peso de las leyes morales, de la educación represiva, los tabúes, y los complejos (todos ellos elementos de racionales), sepultamos nuestras verdaderas motivaciones, nuestras emociones. Y pese a que ese abogado capaz de justificar cualquier cosa nos haga ganar el juicio, y quedemos socialmente exentos de toda culpa, la herida seguirá creciendo en nuestro interior. La mayor parte de los trastornos psicológicos que podemos experimentar los seres humanos están producidos por esa negación de los verdaderos sentimientos.

Curiosamente, en el Génesis se nos habla de esa misma disyuntiva en Adán y Eva entre comer del árbol de la ciencia o del árbol de la vida. Según la parábola, al comer del árbol de la ciencia, fueron declarados culpables. Y, al parecer, esa culpa, quedaría impresa en todos los seres humanos, bajo la forma de pecado original. Efectivamente, esta creencia determinó el pensamiento occidental durante los últimos milenios.

Pasemos pues a analizar cómo nos condicionan estas represiones a nivel individual, familiar y social. Cómo el pensamiento racional nos genera esa ansiedad constante, de la que no podemos escapar, y cómo el desarrollo de la capacidad de sentir, la experimentación de nuestras emociones nos acerca realmente a la felicidad.

En las siguientes lecciones analizaremos estos factores a diferentes niveles.