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3.3. Nivel de la pareja

Si decimos que la realidad afectiva es la que determina la felicidad del ser humano, hemos de conceder una importancia fundamental a nuestra relación de pareja, pues generalmente es con ella con quien se comparte nuestro más rico espacio de afectos. Dicen algunos maestros orientales que amar al otro es amarse a sí mismo a través del otro. Sólo seremos capaces de cuidar a nuestra pareja en la medida en que podamos cuidamos a nosotros mismos. Así que comencemos a acercarnos a este asunto desde la misma simbología.

 

3.3.1. LA SEMIÓTICA DEL AMOR

Imaginemos que encontramos frente a nosotros la imagen de dos pescados enlazados. Algunos pensarán inmediatamente en el símbolo zodiacal de Piscis que, por cierto, también constituye la era astrológica que se inició hace 2000 años y en la que aún nos encontramos. Otros evocarán el emblema del cristianismo primitivo. También habrá quien enlace directamente con los dioses egipcios Isis y Osiris. Incluso alguno identificará los trazos como la señal de la pagana unión entre lo femenino y lo masculino. Ciertamente, este símbolo, ha sido utilizado con todas estas connotaciones a lo largo de los siglos y las culturas.

Según la semiótica, disciplina que estudia los signos, las personas necesitamos entender y compartir todo cuanto nos rodea, y lo hacemos a través de códigos que tienen un sentido o significado común. El lenguaje, sin ir más lejos, es un conjunto de símbolos, que encierran una significación. Lo mismo ocurre con las cifras y la matemática en general. Pero el simbolismo también aparece en áreas mucho más cotidianas, como las prendas de vestir. Jean Claude Kaufmann, director del Centro Nacional de Sociología francés analizó en su libro “Le Sac” la emancipación de la mujer en los últimos siglos, a partir del tipo de zapatos que ha usado en cada época. De igual modo, un estudio de la Universidad de Kansas realizado en 2012 demostró que era posible deducir el 90% de los rasgos de personalidad de un sujeto a partir del análisis de su calzado.

La forma de cualquier objeto también encierra connotaciones complejas. Un cuadrado, por ejemplo, representa la detención, el estancamiento. El círculo genera la idea de la perfección, la homogeneidad, la divinidad. No eran casuales las formas que usaban los antiguos pueblos romanos, griegos o cristianos para definir la planta de sus templos.

Algo semejante ocurre con las relaciones amorosas. En ellas, la simbología resulta crucial, y aparece en los mensajes que una persona envía a otra, desde la tradicional rosa roja, hasta el obvio símbolo de un corazón, pasando por candados en las rejas, o la manida estampa de Cupido. Sin embargo, no todos los símbolos de amor emitidos son voluntarios. Algunos, incluso, son exclusivos para sólo dos personas…

Uno de los grandes investigadores en semiótica fue el filósofo francés Roland Barthes quien, en su obra “Discurso amoroso”, hablaba así de la influencia de los símbolos en el amor: “La mayor parte de las heridas me vienen del estereotipo: estoy obligado a hacerme el enamorado como todo el mundo: a estar celoso, abandonado, frustrado, como todo el mundo. Pero cuando la relación es original, el estereotipo es conmovido, rebasado, eliminado”.

 

3.3.2. ENAMORARSE

No es fácil elegir a la persona que va a acompañarnos durante buena parte de nuestra vida, quizá por ello son tan numerosas las investigaciones acerca de las relaciones de pareja, y sus conclusiones, tan enriquecedoras. En este sentido, el London School of Economics ha llevado a cabo un riguroso estudio con alrededor de 200.000 personas de todo el mundo, confirmando que la felicidad tiene mucho más que ver con el amor que con, por ejemplo, una subida de sueldo. Por otra parte, investigadores de la Universidad McGill de Montreal (Canadá), demostraron que mantener relaciones sexuales con frecuencia contribuye a la neurogénesis, es decir, el crecimiento de nuevas células cerebrales, mejorando la memoria. Pero, más que eso, el amor intenso crea neurocircuitos muy resistentes que la memoria encuentra difíciles de borrar aun cuando la relación se ha roto. Por eso nos cuesta tanto olvidar a exparejas, como ha demostrado el prestigioso neurobiólogo Antoine Bechara, profesor de Psicología en la Universidad Southern California (EE. UU.).

Sin embargo, una de las personas que más ha estudiado la biología del amor y la atracción, es la antropóloga y bióloga estadounidense Helen Fisher, quien ha desarrollado una teoría verdaderamente práctica. Según ella, existen cuatro tipos de personalidades, cada una de las cuales se asocia a una determinada sustancia química del organismo: dopamina, testosterona, estrógeno y serotonina. El predominio de una sustancia u otra determina nuestra forma de ser y esto puede determinarse mediante un “test sináptico”.

Así, las personas en cuyo organismo predomina la dopamina, son impulsivos, arriesgados, aventureros, creativos y gustan de estar con personas similares. Generalmente, no desarrollan un gran apego y es común que sean divorciados y tengan hijos de diferentes relaciones. Es el grupo que más entiende y acepta el poliamor.

El predominio de testosterona propicia el desarrollo de seres pragmáticos, racionales, ordenados, decisivos. A menudo son líderes que se centran en su pareja a fondo, pero se olvidan de ella en cuanto la relación se acaba.

Aquellos que tienen altos índices de estrógenos son personas empáticas, a las que les gusta cuidar a los demás. Tienen mucha imaginación y la facultad de unir ideas, en principio, contrapuestas. El amor y el mundo de los sentimientos lo es todo para ellos, y buscan encontrar a su alma gemela. Generalmente, son personas con nóminas bajas, poco centradas en el dinero o en la ambición. La serotonina genera individuos conservadores, amantes de la rutina y las tradiciones, que aman a personas tranquilas y que pertenezcan a su misma comunidad.

Según Fisher, conocer nuestras propias preferencias nos ayudará a acertar a la hora de elegir una pareja.

3.3.3. ¿SERÍAS FELIZ CON ALGUIEN COMO TÚ?

Desde los planteamientos psicoanalíticos, nuestra verdadera esencia se haya en los

sentimientos, entendidos como experiencias físicas genuinas e irracionales. Por su parte, la razón, en el área de las relaciones sociales, no es sino un mecanismo con el que justificamos nuestra conducta impulsiva con la pretensión de que sea aceptada para los demás.

Las personas que tienden a guiarse prioritariamente por su razón, por sus criterios intelectuales, pueden llegar a encontrar dificultades irresolubles en sus relaciones personales, pese a que su comportamiento sea aparentemente intachable. Ello se debe a que, en este territorio, el frío intelecto no resulta muy adecuado.

Estos sujetos a los que nos referimos, pese a que puedan resultar brillantes en muchas otras áreas, se ven torpes a la hora de gestionar conflictos afectivos, y no se percatan de aspectos que a los demás les parecen fundamentales.

Existe, en cambio, una regla bastante útil que puede servir a las personas excesivamente intelectualizadas para ver con un poco más de objetividad y claridad su mundo emocional. Dicha regla se articula en torno a la pregunta: “¿Serías feliz con alguien como tú?”. Si la respuesta es sí, entonces es que se encuentra en la dirección adecuada. La respuesta afirmativa a esta cuestión identifica a sujetos empáticos, equilibrados, que muy probablemente encontrarán parejas y amigos cercanos con los que mantendrán un buen trato y una relación duradera.

En cambio, otras personas se darán cuenta de que alguien como ellos les resultaría difícil de tratar. Bien sea por considerarse irresponsables, ansiosos, malhumorados, poco honestos, o sencillamente porque se tienen en baja estima. Estas personas probablemente exigen del otro cualidades que ellos mismos no ofrecen. Y por ese motivo, puede ser que hayan hecho sufrir a unas cuantas personas con las que algún día mantuvieron una relación cercana.

Detenernos un momento a valorar estas cuestiones puede aportarnos información enormemente valiosa acerca de nosotros mismos, y comprender las motivaciones de las personas que nos rodean para acercarse o alejarse de nosotros. Es decir, todo aquello que la razón desconoce.

Una vez tenidas en cuenta estas consideraciones, pensemos en las claves del mantenimiento de una relación, es decir, ¿qué sucede una vez que elegimos a esa persona especial?

 

3.3.4. …Y FUERON FELICES

Fue el conocido director de cine Sydney Pollack quien dijo que una película debía terminar en el momento en el que la chica y el chico se besan. Se refería a que la tensión dramática, el interés –por así decirlo- terminaba cuando la relación amorosa se convertía en un hecho.

Del mismo modo, la mayoría de los cuentos tradicionales terminan con ese comienzo de la relación, entendiendo que con aquello de “…y fueron felices” el tema queda zanjado. Y es que, en lo que se refiere al mantenimiento de una relación de pareja, no siempre es tan fácil.

La interdependencia entre las artes narrativas y la vida real es estrecha. Incluso puede decirse que los modelos propuestos en la literatura, el cine o la televisión sirven de referencia especialmente a los adolescentes, quienes imitan consciente o inconscientemente las pautas, la estética y los comportamientos de sus personajes favoritos.

En consecuencia, podemos pensar que efectivamente se sabe y se cuenta poco acerca de cómo mantener una relación amorosa, más allá de la fase de enamoramiento inicial. Y esto genera tensiones, situaciones de ansiedad y decisiones precipitadas de las que puede que nos arrepintamos.

A esta dificultad contribuye el cambio de modelo en la pareja actual. A grandes rasgos, las generaciones anteriores inscribían sus decisiones, en lo que al mantenimiento de la pareja se refiere, dentro de un patrón bastante cerrado, que consistía en que ambos miembros, a una edad temprana, constituían una relación generalmente definitiva, y en poco tiempo nacían los niños. Sin embargo, en la actualidad, esta tendencia está cambiando. Según un informe del Instituto de Política Familiar (IPF) de julio de 2010, en España dos de cada tres matrimonios acaban en divorcio. En tan sólo una década, los divorcios se han triplicado en nuestro país, situándonos a la cabeza de Europa.

Una de las estrategias para evitar que ocurra una ruptura, si lo que se desea es evitarlo, consiste en vivir la realidad. Es decir, evitar ese planteamiento tan dañino del tipo “sería una persona perfecta sólo con que cambiara este detalle…”. Dicha forma de razonamiento, inofensivo a primera vista, va provocando una focalización creciente de nuestra atención en semejante detalle, hasta convertirlo en trascendental.

No pretendemos decir que deban aguantarse situaciones insostenibles, ni permitir, por supuesto, ningún tipo de vejación. Nos referimos a comprender que nuestra pareja no es perfecta, como tampoco nosotros lo somos, y que muchas veces el hecho de no aceptarnos a nosotros mismos nos conduce a no aceptar al otro, precisamente en aquellas cualidades que un día nos acercaron. Porque en la realidad, es justo después de ese primer beso, cuando la verdadera historia comienza.

Sin embargo, una relación es algo incierto. Gran parte de nuestra felicidad puede depender de ella, y sin embargo, no existe manera de tener certeza acerca de su evolución. ¿Qué podemos hacer entonces con esa angustiosa incertidumbre?

 

3.3.5. UN PASEO POR LA NIEBLA

Las parejas con situaciones difíciles o conflictivas acuden frecuentemente a las consultas psicológicas con el deseo de hallar el modo de entenderse, de rencontrar la armonía perdida; en una palabra, de volver a ser felices. En estos casos es habitual que cada miembro de la pareja esté esperando un cambio por parte del otro, y piense que, si el otro realiza dicho cambio, alcanzarán esa felicidad tan anhelada.

Ocurre a menudo que ese amor ha llegado a confundirse con control. Controlar al otro poco a poco, pero de forma cada vez más intensa. Controlar sus hábitos, sus decisiones, sus gustos. Sin embargo, el amor es ciertamente lo contrario, es decir, dar libertad, dejar que el otro sea él mismo, se desarrolle, tomo sus decisiones. Es aceptar al otro. Pero ¿cómo se hace algo así? En un primer momento, tales ideas pueden causarnos cierto temor.

El primer paso es quererse a uno mismo, respetarse a sí mismo. Los únicos responsables de nuestra vida somos nosotros mismos. Si no me tengo a mí, si no me amo a mí, no puedo comprometerme, o amar a otro. Por eso es necesario descubrir quién soy yo, cuál es mi misión en la vida. Conocer aquellas áreas que no acepto de mí mismo, saber si soy capaz de permitirle a otra persona que muestre afecto hacia mí.

En segundo lugar, a la hora de formar una pareja, es importante mantener el nivel de autonomía suficiente para que ambos sigan existiendo como unidades independientes, para no llegar a fundirse, puesto cada uno mantiene unos gustos, unas opiniones, unos hábitos que le definen como persona, y perderlos significaría perder la propia identidad. En este momento, lo sano es ver las cosas cómo son, no como me gustaría que fueran y tampoco como temo que sean. Esperar que el otro cambie o vivir con el miedo a que la felicidad desaparezca, son formas de huir de la realidad, de no disfrutar de lo que ocurre en el presente. Y es precisamente al aceptar la realidad cuando experimentamos la alegría. Para que esto ocurra es fundamental conocer nuestros propios sentimientos, ser capaces de manejar nuestras frustraciones y resolver los conflictos.

Todas las personas desean amar y ser amadas. El amor es energía poderosa, y ciertamente hay encuentros que nos cambian la vida. Que nos dan su apoyo, y a través de los cuales podemos ser más nosotros mismos, y desarrollarnos. Que ese camino nos llene realmente dependerá de que no nos dejemos contaminar por los miedos acerca de lo que ocurrirá en el futuro. Quién es realmente la otra persona y qué va a suceder son aspectos que tendremos que ir descubriendo poco a poco y disfrutando, como un paseo por la niebla.

Pese a ello, siempre existe esa duda a la hora de comenzar… ¿A quién elijo? ¿En qué criterios me baso para tomar una decisión? ¿Cuál sería… mi pareja ideal?

 

3.3.6. LA PAREJA IDEAL

A la hora de plantearnos una relación sentimental con alguien, es frecuente que nos asalten todo tipo de dudas. Y resulta lógico, si tenemos en cuenta que estamos exponiéndonos a una situación en la que podemos ser enormemente felices, pero también podemos sufrir considerablemente. Además, y sobre todo, se trata de un momento de incertidumbre. Nos encantaría tener control sobre el futuro, pero para bien o para mal, eso no es posible.

Una recomendación frecuente consiste en valorar a la persona con la que nos disponemos a iniciar ese viaje. Listar sus cualidades y los aspectos que consideramos que pueden llegar a ser un problema en el futuro. Nosotros estamos de acuerdo sólo en parte con esta iniciativa.

Obviamente, conocer a la persona es fundamental. Compartir diferentes experiencias y situaciones puede ayudarnos a tomar decisiones. Una valoración precipitada en busca de satisfacción a corto plazo no es en absoluto recomendable cuando lo que pretendemos es construir algo duradero.

Sin embargo, ¿cómo manejamos todos los datos que obtenemos? Quizá, tras ese “examen” tengamos argumentos a favor y en contra, que no resulten demasiado prácticos para tomar una decisión. Quizá resulte que estamos basándonos demasiado en el enfoque racional, tan útil cuando se trata de cuestiones prácticas, y tan confuso cuando hablamos de sentimientos.

Porque ciertamente, estimar el futuro de una relación de pareja en base al análisis detallado de las personas que la forman, sería como valorar un cuadro a priori, basándose en los colores que van a ser empleados para su realización.

La pareja no equivale a la suma de sus miembros. En vez de eso, se va construyendo cada día con nuestras actitudes, con nuestra capacidad para emocionarnos, para saber valorar que lo importante significa para cada cual algo distinto. E inevitablemente, una parte de ese resultado depende del azar.

Los miedos, basados en experiencias pasadas, juegan un papel fundamental. El modo de interpretar la conducta del otro, puede predisponernos para confiar en él, o para acumular resentimientos.

De ahí la importancia de preguntar antes de interpretar una conducta, especialmente si de ello va a depender un conflicto. ¿Qué querías decir cuando comentaste esto? ¿Por qué no has llamado en toda la tarde? Ese tipo de aclaraciones pueden hacernos comprender, incluso, los miedos del otro. Tengamos en cuenta que a nadie nos gusta mostrarnos frágiles, vulnerables o celosos. Y por ocultarlo, muchas veces generamos situaciones difíciles.

Tampoco desdeñemos el sentido del humor, que tiene la capacidad de transformar una potencial crisis en una bella demostración de afecto. Combinemos, en suma, los colores, con la diversión con que lo hacen los niños.

En cualquier caso, es cierto que, en ocasiones, hay desacuerdos, conflictos, crisis. ¿Qué relación no los tiene cuando está viva? Además, la lucha de poder en la pareja es un hecho, como lo es en cualquier interacción entre varios seres humanos. Pero igualmente, existen unas recomendaciones para afrontarlos.

 

3.3.7. TENEMOS QUE HABLAR

Pasada la fase de idealización de la pareja y, en muchas ocasiones, durante el matrimonio, puede generarse una sensación de despertar abrupto. Tras unos primeros años de idealización se accede a otro estado de conocimiento real de la persona con la que convivimos. Esta colisión con la realidad cotidiana puede producir una crisis emocional importante, ante la cual, las personas reaccionan de formas diferentes.

En ocasiones nos domina un miedo al abandono, a la soledad, y puede ser que sacrifiquemos muchas cosas de nosotros mismos para encadenarnos al otro: espacios personales, relaciones con la familia de origen, amistades, etc.

También puede ocurrir que generemos un sentimiento de culpa en la persona que intenta acabar la relación, con el objetivo de retenerla. Es frecuente que en estos casos aparezca un permanente estado de insatisfacción afectiva y una absurda búsqueda de culpables en vez de soluciones. Nacen así los celos, los cónyuges que adoptan el rol de padre o de madre y, si se tienen hijos, es posible que se generen alianzas para fortalecer esa lucha por la hegemonía. Imaginemos cómo afectará esto a los menores.

El resultado es un sistema familiar patológico, donde la única manera que se percibe para reducir la incertidumbre interna es congelar las conductas del otro, impidiendo su crecimiento.

La lucha de poder implica la confrontación de necesidades incompatibles; uno desea algo que el otro no, por lo tanto, cada cual se esfuerza para imponer su deseo. Ante esta situación tan compleja y desagradable, la mejor estrategia es la negociación. Para ello es indispensable cooperar, y al final de la negociación los participantes deben encontrarse satisfechos con el resultado.

Una de las conclusiones frecuentes en la terapia de pareja es que la forma más eficaz de solventar las dificultades se encuentra en el cambio de uno mismo. La imperecedera contienda para que cambie el otro sólo conlleva frustración, y excede a nuestro control. Pero el cambio personal, que implica aceptar que también nosotros somos falibles, suele propiciar resultados satisfactorios.

En cuanto a las causas más frecuentes de conflicto en la pareja, encontramos que los celos, justificados o no, acaban originando muchas de las crisis y rupturas en nuestros días…

 

3.3.8. CONFLICTOS DE PAREJA

Carla y Juan acuden a terapia de pareja para tratar un conflicto grave que tuvieron recientemente. Han intentado resolverlo de todas las maneras imaginables, pero no se ponen de acuerdo, llegando al punto de plantearse una ruptura. El caso es que tenían previsto casarse; la fecha estaba fijada para hace unos pocos meses, pero la chispa saltó cuando ella le contó que sus amigas le habían preparado una despedida de soltera en un lugar que a él no le inspiraba confianza. Por otra parte, los costos del enlace habían ascendido muy por encima de lo esperado, y cada vez estaban más angustiados. La decisión final fue anular la boda.

Carla se sintió humillada ante todos los invitados, llegando al punto de pensar que jamás podría perdonarle. Juan, en el fondo, descansó aliviado. Ya se veía endeudado para pagar la celebración. Pero después de eso, las cosas fueron a peor. Pasaban todo su tiempo libre tratando de explicarse el uno al otro los motivos que les habían llevado a actuar como lo hicieron, pero ninguno parecía ceder. Ella decía que todo se arruinó por sus celos, y él que había actuado inconscientemente con la economía. Para colmo, la pareja tiene un hijo de poco más de un año, al cual deben concederle la mayor parte de su tiempo, y las familias comienzan a rumorear por ambas partes.

Digamos, en primer lugar, que el objetivo de la terapia no consiste en decidir quién tiene la razón, cuál es la verdad. Ni siquiera qué sería lo más justo o correcto. A veces se confunde a un psicólogo con un abogado, con un filósofo, o con un moralista. Se trata más bien de que puedan decidir qué quieren hacer con su relación, y una vez esté decidido y consensuado, encontrar y poner en práctica el modo de lograrlo. Suele decirse que el diálogo en la pareja es esencial, recomendable, sanador. Pero esto no es cierto. Carla y Juan han dedicado cientos de horas a conversar, debatir, discutir, negociar… Y no ha servido. El diálogo sólo es útil cuando es de calidad, es decir, cuando dejamos de pretender tener razón. La razón puede utilizarse para ocultar nuestros miedos, para anular la empatía.

Si, por poner un ejemplo, Juan hubiera dicho: “Tengo miedo de que vayas a esa despedida, aunque no tenga motivos”, seguramente la respuesta de Carla hubiera sido bien distinta. De lo que se desprende la importancia de ser consciente de lo que en el fondo sentimos, tener la valentía de expresarlo, pedir lo que necesitamos, confiar en el otro entendiendo que no es nuestra posesión, y entender que hagan lo que hagan los demás, los únicos que podemos hacernos verdaderamente daño, somos nosotros mismos.

 

3.3.9. CELOS

Los celos en la pareja son un conjunto de sentimientos, emociones y conductas relacionadas con el temor a perder a la persona que amamos. Esto conlleva en ocasiones una actitud vigilante, temerosa, hostil o muy crítica.

Se trata de un fenómeno prácticamente universal, que aparece en muchas especies animales, pero que, concretamente en el ser humano, plantea ciertas diferencias en función del sexo.

Cuando buscamos sus orígenes, solemos encontrar pérdidas afectivas en la infancia ocasionadas por padres que valoraban poco las virtudes de los hijos, muy exigentes y críticos. Así como patrones afectivos mal aprendidos o modelos de referencia poco útiles.

El problema no es tanto sentir celos, sino en la intensidad de estos. Cuando los celos se prolongan en el tiempo o se vuelven muy intensos, pueden convertirse en el desencadenante de una situación personal y familiar insostenible. La persona celosa que pretende controlar todos los pasos de su pareja para que no le sea infiel, termina por “recluirla” en una especie de cárcel, llegando incluso a malinterpretar los detalles afectuosos que su pareja pueda tener con ella. En consecuencia, puede mostrarse agresivo verbal o físicamente.

Es importante establecer si dichos celos tienen una base justificada. Además, existen algunas estrategias eficaces para afrontarlos y retomar la armonía en la pareja que se basa en la ternura, la comprensión, la tolerancia y el respeto mutuo.

En primer lugar, es fundamental aceptar que dichos celos se están experimentando. La negación sólo nos servirá para desviar el problema y complicar su resolución. En segundo lugar, partiendo de la idea aceptada por la mayoría de los psicólogos de que los celos injustificados aparecen en personas con una cierta inseguridad y baja autoestima, resulta eficaz aprender a quererse a uno mismo y aceptarse, fomentando, por ejemplo, nuestras aficiones y proyectos. Cuando una persona se vuelve más autónoma y creativa, la probabilidad de que los celos se produzcan es menor.

Darnos cuenta de que la pareja es una persona, y por lo tanto, no de nuestra propiedad, ayudará a que dejemos espacio a la mutua confianza y reduzcamos el control excesivo.

Un paso clave, ante la aparición de dudas, es hablar de ellas con la pareja en un momento de calma.

Por último, si las estrategias anteriores no terminan de funcionar y la situación está desbordada y se ha perdido el control sobre ella, es recomendable acudir a un profesional que intervenga en el reaprendizaje de nuevas conductas más adaptativas y de pensamientos más racionales.

Aunque no sólo son los celos los causantes de problemas. Existen muchos otros procesos mediante los cuales los componentes de una relación se sabotean su propia felicidad. Y lo más curioso es que la mayor parte de las amenazas y daños no ocurren en el mundo físico, sino exclusivamente, en nuestra mente.

 

3.3.10. LA ENFERMEDAD PERFECTA

Como ya hemos dicho en otras ocasiones, el miedo al fracaso nos puede llevar a sabotearnos a nosotros mismos en situaciones que muy probablemente iban a hacernos felices. En el intento de no volver a experimentar dolor, podemos autoinfligirnos un verdadero sufrimiento a largo plazo.

Un ejemplo es aquella persona que se censura exageradamente, no viendo a sus amigos, o privándose de asistir a celebraciones, con el único fin de que su pareja obre en consecuencia. De esta manera trata de controlar una posible infidelidad por parte del otro. Sin embargo, a largo plazo, podría estar generando un clima asfixiante y falto de estimulación, lo que desembocaría en una relación poco deseable.

Otro caso frecuente en las consultas de terapia de pareja es el de aquellos que deciden romper su relación por miedo a ser abandonados. Muchas veces este miedo ni siquiera es consciente para la persona en cuestión, de modo que, para justificar sus actos, se ve obligada a construir argumentaciones rebuscadas que, en el fondo, acabarán haciéndole sentir culpables.

Y es que la pareja, debido a la intimidad que se establece entre ambos y, en ocasiones, la dependencia, es un terreno donde afloran los miedos más irracionales. Es frecuente proyectar en el otro las dificultades que más nos avergüenzan de nosotros mismos. Aquello que no quiero ver en mí, suelo verlo en la otra persona: su inseguridad, su escasa madurez, su actitud irresponsable, su falta de transparencia…

Sin embargo, uno de los casos más extremos es el de aquellos hombres o mujeres especialmente sensibles al daño sufrido en el pasado, que tratan de protegerse a toda costa de futuros fracasos por medio de cualquier recurso que encuentren a su disposición. Estas personas suelen interrumpir una relación en cuanto aparecen los primeros sentimientos de afecto. De igual modo, pueden mantener varias relaciones poco serias con tal de creer que ninguna de ellas es realmente significativa. Con frecuencia escapan de la realidad por medio de la fantasía, nuevamente para protegerse. Pero su característica más definitoria es que su necesidad de experimentar el amor pervive con absoluta intensidad.

Podemos denominarla la enfermedad perfecta, ya que este tipo de sujetos aspiran fervientemente a ser amados, pero rechazan dicha posibilidad con la misma intensidad. Así cada día es una montaña rusa de sentimientos apasionados y contradictorios que acaban produciendo un cierto placer patológico, y conducen muy probablemente a una frustración casi adictiva.

Ante semejante situación, parece necesario comprender que la mayor parte del daño sufrido ha sido causado por su conducta evitativa, y que seguramente la posibilidad de sentir dolor, es más sana que la certeza de sufrir eternamente.

Así que, después de haber enumerado todos estos posibles motivos de daño para la pareja, vamos a dedicar un último punto de este capítulo a plantear algunas recomendaciones.

 

3.3.11 AFRONTAR NUESTROS CONFLICTOS DE PAREJA

Muchas parejas están atravesando etapas difíciles en las que los conflictos se suceden sin que parezca posible ya una mejoría. Las discusiones son constantes, cualquier excusa parece suficiente para que salte la chispa… ¿Qué podemos hacer llegados a este punto? Lo que proponemos a continuación son una serie de pasos para que ambos os comprometáis con un cambio real en el caso de que deseéis hacerlo. Advertimos que no se trata de algo fácil de conseguir; que el orgullo enturbiará el camino más de una vez, pero que no se trata de lograrlo de la noche a la mañana. Lleva su tiempo, y requiere mucha paciencia.

En primer lugar, es muy importante darse un respiro. Es probable que estéis tan heridos y cansados que uno quisiera resolverlo todo rápidamente para poder empezar a descansar y a sentirse feliz, pero lo cierto es que esta impaciencia generada por la angustia es un gran enemigo. Dos o tres días sin veros van a servir para recobrar un poco las fuerzas y la tranquilidad.

Después, para afrontar el reencuentro, hay una idea fundamental, en nuestra opinión, que debería regir todas las conversaciones: no se trata de lo que el otro está haciendo mal, sino de las cosas en las que yo puedo mejorar. Obviamente, si se han dado tantas discusiones es porque hay características personales o conductas de nuestra pareja que no aprobamos. Probablemente hemos dedicado muchas conversaciones a hacérselo ver, pero nunca lo hemos logrado, ya que sólo hemos obtenido justificaciones.

¿Si tan evidente es para nosotros, por qué no lo es para ella o para él? La respuesta puede ser que nosotros mismos se lo impedimos con nuestra obcecación. Probablemente hemos desvalorado a nuestra pareja en repetidas ocasiones facilitando que se cierre a la posibilidad de aceptar sus errores. No quiere eso decir que seamos culpables, sino que tenemos la llave para lograr nuestro objetivo. En este caso, sólo se trata de que yo analice mis errores, las cosas que podría haber hecho mejor. Poder disculparme, valorar a mi pareja por las cosas que honestamente creo que está haciendo de forma ejemplar, y transmitirle todo mi afecto.

Centrarnos exclusivamente en nosotros como motor del cambio. De este modo no sentiremos frustración ni impotencia, sino que cada vez estaremos más cerca de alcanzar nuestro objetivo, que no es otro que estar a la altura de nosotros mismos en la relación. Conseguir enorgullecernos de nuestros propios logros. Es más que probable que cuando lo consigamos descubramos que nuestra pareja ha caminado también su parte del camino, y recordemos entonces, por qué la elegimos.

 

3.3.12. NUESTROS MAYORES TAMBIÉN SE ENAMORAN

Aún hoy en día, las relaciones íntimas en la tercera edad son un tema del que habla poco. Nos cuesta aceptar que, en esta etapa de la vida, las personas sigan albergando sentimientos, emociones, deseos y necesidades. Sin embargo, tenemos cada vez más motivos para comprender, aceptar y potenciar el desarrollo del área afectiva en las personas mayores.

En primer lugar, porque es un hecho. Según estudios recientes, entre los 75 y 85 años, el 38.9% de los varones y el 16.8% de las mujeres mantienen una vida sexual activa.

Por otra parte, porque la sociedad envejece progresivamente. Según datos del Instituto Nacional de Estadística en nuestro país, la población mayor de 64 años se duplicará en 40 años y pasará a representar más del 30% del total de españoles. Es decir, cada vez será mayor el número de personas mayores.

Además, sus condiciones físicas y psicológicas son cada vez mejores, en base a las mejoras en nutrición, a los avances médicos, y a los servicios sociales, que aportan actividades y espacios de ocio. Gracias a estos espacios, la tercera edad puede mantenerse integrada socialmente y generar nuevas relaciones. Y todo ello libre del estrés propio de etapas anteriores; ya que generalmente no deben de preocuparse por la hipoteca, el cuidado de los hijos, o los horarios y tensiones laborales.

Es cierto que las consecuencias del paso del tiempo son innegables. La bajada en la producción de hormonas relacionadas con la actividad sexual en la mujer tras la menopausia, y en el hombre a partir de los 60 años, además del aumento de la probabilidad de desarrollar enfermedades o demencias, afecta manifiestamente a la cualidad de las relaciones íntimas.

Nos obstante, esta compleja realidad desemboca en un afrontamiento de las relaciones adaptado a la situación. Como las mismas personas mayores manifiestan, en esta etapa predomina el afecto, el cariño, la aceptación de los cambios físicos, el sentirse acompañado, la tranquilidad. Sobre todo, en aquellos que se han liberado de los tabúes.

Estamos pues ante un escenario que nos interesa conocer, respetar y cuidar. Porque ese escenario, algún día, será el nuestro.

Detengámonos, para finalizar este capítulo, en esa época del año en la que una familia pasa su prueba de fuego; cuando, según la tradición, todos miembros acuden desde sus respectivas ubicaciones para encontrarse con los suyos…