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3.7. Emociones y sentimientos: el camino hacia la felicidad
3.7.1. LA VERDAD ESTÁ EN LOS SENTIMIENTOS
Cuando la psicología se adentra en el complejo campo de los sentimientos, debe elegir el enfoque desde el cual abordar el asunto. Gracias a la neurociencia, por ejemplo, podemos determinar la ubicación cerebral más o menos exacta de algunos de ellos. Así, los estudios demuestran que las emociones humanas se originan en el llamado sistema límbico. Más específicamente, científicos de la Universidad de Concordia, en Canadá, descubrieron que tanto el amor como el deseo sexual están localizados en dos estructuras del cerebro muy concretas: la ínsula y el núcleo estriado; sin embargo, ambas están separadas. Curiosamente, en estas mismas áreas encefálicas se procesa la adicción a las drogas.
Pero hallar su ubicación, no es suficiente para conocer dichos sentimientos. En un terreno mucho más abstracto, el que trata de describir las sensaciones, se mueve el diseñador y editor estadounidense John Koening, quien afrontó la compleja tarea de etiquetar, mediante neologismos, sentimientos frecuentes en las personas y que, sin embargo, aún carecen de denominación. Con semejante planteamiento, Koening acuñó el término “Liberosis” para designar al deseo que en ocasiones experimentamos de preocuparnos menos por las cosas, de aflojar el control sobre nuestra propia vida, de ser menos competitivos y más despreocupados.
Otra de sus curiosas propuestas es “Vemodalen”; término con el que se pretende aludir a ese miedo a que todo ya se haya hecho antes. Somos seres únicos, pero existen 7.000 millones de personas tan únicas como nosotros. Al intentar diferenciarnos desesperadamente acabamos siendo idénticos, y eso puede acarrear verdadera angustia existencial.
Otro asunto importante en el campo de los sentimientos es el de su transmisión. ¿Cómo podemos transmitir un sentimiento con racionales palabras a otra persona que nunca lo ha experimentado y lograr que nos comprenda? Ciertamente parece muy difícil, debido a la propia esencia abstracta y experiencial de las emociones. Por eso, probablemente el arte sea más eficaz que la rigurosa descripción científica para conmovernos, o lo que es lo mismo, trasladarnos un sentimiento en su estado puro. La música, el cine, la fotografía, la poesía, la pintura son seguramente vehículos eficaces para movilizar sentimientos entre un emisor y un receptor.
Y finalmente, si abordamos de pasada el eterno debate entre razón y emoción, podemos plantear un punto de vista basado en la creencia de que la verdad está en os sentimientos. Por ello, no es recomendable avergonzarse por ellos, ni juzgar a alguien por experimentarlos. Cosa diferente son las conductas que decidimos realizar a partir de ellos. Nuestros actos, eso sí, pueden ser valorados con el criterio de la razón.
3.7.2. EL FUTURO NO EXISTE
En algunos países orientales, los profesionales de la salud, -los médicos-, cobraban su salario únicamente mientras las personas estuvieran sanas. Se trataba de un concepto de la sanidad orientado hacia el bienestar físico y mental que consideraba que el ser humano debe procurarse la felicidad, el equilibrio. Y esto, es cualitativamente diferente de centrarnos en prevenir la enfermedad, el dolor o el sufrimiento, aunque al principio cueste ver la diferencia.
Evitar el dolor significa desempeñar conductas centradas en el miedo. El miedo a la enfermedad en lo que a salud física se refiere; el miedo a acontecimientos desagradables, o dolorosos en lo que a salud mental se refiere. Miedo a quedarnos sin dinero, a perder a nuestra pareja, a perder el trabajo. Miedo a decir lo que pensamos provocando reacciones de rechazo en quienes nos escuchan, miedo a ser coherentes con nuestras propias ideas y afrontar las consecuencias que ello conlleva.
Pero lo cierto es que el miedo provoca ansiedad. Un estado de tensión constante que nos desgasta y que se relaciona con multitud de enfermedades orgánicas según se extrae de un trabajo realizado por investigadores del Instituto de Atención Psiquiátrica del hospital del Mar, de Barcelona. Estas enfermedades relacionadas con estados elevados de ansiedad son: cefaleas, alergias, cardiopatías, hipertensión, enfermedades osteomusculares, y alteraciones en la piel y en las articulaciones debido a la presencia de un tipo concreto de colágeno más laxo y flexible que el normal.
Si lo pensamos detenidamente, podemos darnos cuenta de que ese estado de ansiedad, ese miedo, que dirige gran parte de nuestras acciones se caracteriza por centrarse en situaciones y acontecimientos que van a ocurrir en un futuro más o menos próximo. Sin embargo, la verdad es que el futuro no existe. O dicho de otro modo, si durante el desayuno está usted pensando en la reunión de trabajo, cuando llega la hora de dicha reunión está pensando en el almuerzo, durante el almuerzo está preocupado por la actividad que debe realizar a continuación, y así sucesivamente ¿piensa que habrá podido disfrutar de ese café con tostadas, que habrá podido realmente involucrarse en esas opiniones y decisiones laborales, que habrá degustado los alimentos de media mañana y de la compañía de las personas que le rodeaban? ¿O habrá sido, por el contrario, una mañana repleta de tensiones y sinsabores?
Como llevan mucho tiempo repitiendo psicólogos y pensadores, la felicidad está en el aquí y en el ahora, porque aquí y ahora es el único sitio donde podemos encontrarnos a nosotros mismos.
3.7.3. EL ESTADO DE DURANTE
Para Emmanuel Kant, uno de los filósofos más influyentes en el pensamiento moderno, el tiempo no existe en la realidad física. Se trata más bien, y a grandes rasgos, de un criterio que genera nuestra mente para organizar las percepciones. Quizá por este motivo, la sensación del paso del tiempo es subjetiva, y da lugar a que, en ocasiones, días enteros nos parezcan haber transcurrido en un abrir y cerrar de ojos, mientras que otros resultan interminables.
Parece ser que cuando experimentamos con intensidad una vivencia, la sensación del tiempo desaparece. En ese punto no nos dedicamos a recordar otras experiencias, ni a valorar lo que nos está sucediendo. Tampoco hacemos planes para el futuro. De hecho, todo aquello que resulta innecesario lo postergamos. Es entonces cuando nuestra atención se entrega, por entero, a los sucesos que se están desarrollando en ese mismo instante. No estamos centrados en el antes ni en el después. Es el estado del durante.
Curiosamente, de una persona que se comporta de este modo, solemos decir que es muy vital, o apasionada. Decimos “está viva”. Y nos genera una cierta atracción. También resulta significativo que cuando experimentamos vivencias apasionadas, ya sean agradables o desagradables, tendemos después a revivirlas una y otra vez, a compartirlas con quienes nos rodean, y generalmente, estos se muestran atrapados por nuestra narración de lo sucedido. En ellas se encuentra, a fin de cuentas, el origen de gran parte de la producción artística del ser humano.
Todo esto evidencia que esos estados que nos cautivan encierran algo esencial para el ser humano. También podemos pensar que no se puede acceder a ellos de forma racionalmente planificada. De poco nos serviría disponer todos los elementos necesarios para revivir la misma situación si carece de esa espontaneidad. Por lo tanto, debemos aceptar que no depende de uno mismo que este tipo de realidades se produzcan. Sin embargo, sí que está en nuestra mano el reconocerlas cuando se presentan. La sensibilidad es, entre otras cosas, la capacidad para identificarlas.
En esta línea de pensamiento encontramos a Eckhart Tolle, quien ya en su famoso libro “El poder del ahora” reflexiona sobre la importancia de mantenerse atento a la realidad del presente inmediato, tanto interno como externo, para alcanzar una forma de equilibrio.
Y lo más significativo es que ese tipo de vivencias que nos atrapan, que nos revitalizan, no tienen por qué ser grandes acontecimientos. Si estamos atentos, podemos descubrir realidades increíbles en casi cualquier sitio. En una sonrisa, o en la luna que nace en el horizonte.
3.7.4. EROS Y THÁNATOS
Según Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, los seres humanos estamos gobernados por dos fuerzas. Una, denominada Eros, que nos impulsa hacia la vida, la supervivencia, el amor y el deseo. Y otra, Tánatos, que nos empuja al sufrimiento, al dolor y a la autodestrucción.
Bajo este supuesto, las personas nos debatimos entre estas dos pulsiones o impulsos. Aunque no seamos conscientes de ello, algunas de nuestras acciones están destinadas, en última instancia, a provocarnos dolor. En ocasiones nos propinamos un daño innecesario por ejemplo al asumir la responsabilidad en los problemas de los demás. Tratamos de hacerles cambiar, sin que exista en ellos una motivación para ese cambio.
En ocasiones, ante circunstancias adversas, generamos sentimientos de incapacidad que malogran su resolución, lo que a su vez retroalimenta la generación de nuevos sentimientos de incapacidad. Y poco a poco, este bucle va fortaleciéndose.
El consumo o abuso de sustancias adictivas es otro claro ejemplo de hábitos que nos acercan a la autodestrucción en mayor o menor medida. Como también lo es el mantenimiento de una situación que nos reporta constantes insatisfacciones pero que, por miedo, nos obstinamos en mantener, pese a que todo indique que nos estamos equivocando.
Todas estas formas de enfocar la realidad nos desgastan y nos consumen. Y en palabras de Freud, nos acercan a la muerte. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que otras muchas de nuestras formas de actuar nos llenan de vida.
Tomar la decisión que nuestra propia intuición nos indica, aunque sea con ese ligero temor característico de los momentos en los que sentimos que perdemos el control de lo que va a ocurrir. Ese control que nunca dejó de ser una falacia, pues resulta imposible gobernar el futuro.
Comenzar a querernos a nosotros mismos, y darnos cuenta de que ha llegado la hora de respetar nuestras propias decisiones. Ser consecuente con mi opinión y poder estar así orgulloso de la persona que veo en el espejo.
Procurarme tiempo para mí. Para disfrutar de las pequeñas cosas que me rodean. De esos eventos cotidianos que me llenan realmente, en lugar de sentirme constantemente insatisfecho por no alcanzar objetivos o estatus impuestos por los demás.
Permitir que el afecto, el amor, el deseo, renueven nuestra forma de mirar el mundo. Esos son los impulsos que nos mantienen realmente vivos.
3.7.5. SÉ AGUA, AMIGO
El agua es un elemento determinante en nuestra vida, y probablemente no somos del todo conscientes de su influencia ni de su poder. Para empezar a hacernos una idea, pensemos que nuestro cuerpo está compuesto en un 60 por ciento de agua. Está compuesto de agua el 70% de nuestro cerebro, el 80% de nuestra sangre, y el 90% de nuestros pulmones. Así mismo, los primeros animales del planeta surgieron del agua.
Pero vayamos más allá. El agua es el elemento más versátil -al ser capaz de amoldarse a cualquier recipiente-, y también el más fuerte, pues con su paciente movimiento va erosionando los paisajes hasta modelarlos con formas curvas. De ahí la célebre frase de Bruce Lee: “Vacía tu mente, libérate de las formas. Como el agua. Pon agua en una botella y será la botella. Ponla en una tetera y será la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Sé agua, amigo.” Con ello abogaba por la importancia de aprender a fluir con el río de la vida de modo tranquilo y confiado. Aceptando las cosas que suceden, pero también responsabilizándonos de nuestra situación actual, y todos los eventos que se presentan en nuestra vida, como diría el místico indio y maestro espiritual Osho.
Si prestamos atención a la interpretación de los sueños –asunto del que se encargara, no sólo Freud, sino el mismo Aristóteles muchos siglos atrás-, encontramos que el agua representa el estado anímico de la persona. Obviamente este tipo de descripciones son enormemente subjetivas, pero según opiniones actuales, soñar con aguas tranquilas implica que el sujeto está en paz, sereno, y que es capaz de aceptarse a sí mismo. De igual modo, soñar con grandes cantidades de agua, suele ir unido a momentos de cambios emocionales importantes, por ejemplo, al inicio de una relación sentimental.
Desde el enfoque filosófico, uno de los mayores pensadores de todos los tiempos, el filósofo griego Heráclito, sostenía que la esencia de la realidad es el cambio. El cambio sería así el único sustrato estable de la realidad. Para ilustrar esta afirmación explicaba que resulta imposible bañarse dos veces en el mismo río, pues el río, es decir, el torrente de agua es distinto a cada instante. Como vemos, una vez más, la referencia al agua para ejemplificar la vida.
Por último, apuntemos algunas frases sobre la cristalografía del agua. Cuando este elemento se congela, puede observarse al microscopio una composición de cristales hexagonales. Curiosamente, cada uno de estos bellos hexágonos contiene matices diferentes que lo hacen único. Además, se ha comprobado que estas formas cambian cuando el agua está expuesta a diferentes situaciones tales como contaminación, sonidos agradables u otros factores. Es por ello que algunos autores como Masaru Emoto llegan a sostener que el agua tiene memoria.
3.7.6. CONOCERSE PARA ACEPTARSE
Dicen las enseñanzas orientales que lo que nos causa rechazo es lo que nos sobra de nosotros mismos, y lo que nos atrae es justo lo que nos falta. Este criterio sería un buen punto de partida para el largo viaje del autoconocimiento personal.
Ciertamente, uno mismo, puede llegar a resultarse, en ocasiones, desconocido. Como prueba de ello pensemos en las veces que hemos escuchado en un reproductor nuestra voz o visionado nuestra propia imagen grabada. La sensación suele ser extraña, y muchos detalles nos sorprenden. “¡No sabía que hacía ese gesto, ni que pronunciaba así!”.
Pero más allá de los elementos evidentes, referidos a la forma, existen áreas más profundas en nuestro interior, cuya existencia nos sorprendería. Según las teorías del autoconocimiento personal, existen cuatro áreas en la persona. El área que conozco yo y los demás también. La que sólo conozco yo, pero nadie más. La que los demás ven de mí, pero yo desconozco. Y finalmente la que ni yo ni los demás conocen acerca de mí mismo. Por eso, escuchar a los demás cuando hablan de nosotros, a pesar de que nos resulte duro, puede aportarnos información muy útil. Otra fuente de datos excepcional es nuestra propia historia. Pensemos en las cosas significativas que hemos hecho a lo largo de la vida. Si nos han salido bien o mal, si hemos sido constantes, o nunca nos hemos decidido con rotundidad en una dirección.
¿Pero por qué se permite nuestro cerebro semejante nivel de desconocimiento respecto a sí mismo? El motivo es que rechaza la mayor parte de la información que podría llegar a herirle. De este modo, relega los acontecimientos, vivencias e interpretaciones desagradables a un sótano desordenado y caótico al que llamamos inconsciente. Sin embargo, aunque a nivel racional no podamos emplear estos conocimientos subconscientes, a nivel emocional sí que se procesan. De este modo, las personas, evitamos situaciones que supuestamente nos harán infelices, aunque no podamos explicar con palabras los motivos para hacerlo. De ahí que la formación intelectual no garantice mejores modos de afrontar la vida.
Además, como estudia la psiconeuroinmunología, parte de esos traumas inconscientes pueden generar enfermedades físicas. Del mismo modo que sabemos que muchos de nuestros tics, como tocarnos el pelo, pellizcarnos mientras hablamos, etc., son manifestaciones del estado emocional, generalmente inconsciente.
Tenemos con todo ello, unas cuantas piezas más para continuar esta experiencia apasionante que es el autoconocimiento, y que nos servirá, en última instancia, para aceptarnos.
3.7.7. LA VENTANA DE YOHARI
Normalmente pensamos que podemos controlar lo que los demás conocen de nosotros mismos. Muchas veces nos esforzamos por ocultar nuestros sentimientos a los ojos de otras personas. Ocultar nuestro enfado, o nuestros nervios. Aparentar ser quienes no somos, por ejemplo, en las redes sociales. Sin embargo, del mismo modo nos creemos capaces de adivinar características de personas que ni siquiera ellos conocen.
En este sentido, los psicólogos cognitivos Joseph Luft y Harry Ingham, desarrollaron una interesantísima herramienta, conocida como “Ventana de Yohari”, para analizar cómo se estructura toda la información que existe acerca de una misma persona. Según estos psicólogos, todas esas características pueden dividirse en cuatro áreas.
Por un lado, estaría la información que, por ejemplo, de Ana, maneja de sí misma, y que, al mismo tiempo también conocen las personas allegadas a ella: el color de su pelo, que es una persona agradable, y que tiene miedo a la oscuridad. A esta parte la llamaron área libre.
Por otro lado, existe información que Ana conoce de sí misma, pero que los demás ni siquiera imaginarían. Por ejemplo, que está planteándose abandonar los estudios de derecho al final del semestre. Esta sería el área oculta.
Sin embargo, también existen algunos aspectos de Ana, evidentes para los demás, pero que ella desconoce. Por ejemplo, que se comporta de modo infantil cada vez que habla con su padre. Esta información se encuentra en el área ciega.
Finalmente hay rasgos de Ana que ni ella ni los demás conocen. Por ejemplo, que la causa de esa conducta infantil ante su padre es la desconfianza de él acerca de la capacidad de su hija para enfrentarse a los problemas del día a día. Esta es el área desconocida.
La ventana de Yohari nos es enormemente útil para darnos cuenta de lo valioso que puede ser para una persona aumentar su área libre, lo cual puede conseguirse recibiendo información concreta de los demás. Esto nos ayudará a comprender muchas cosas acerca de nosotros mismos. También podemos lograrlo aprendiendo a mostrarnos ante los demás tal y como somos, sin avergonzarnos, afrontando nuestra realidad. De este modo, nuestros puntos vulnerables serán cada vez menos. Para acceder a aquellas características absolutamente desconocidas de nuestra personalidad, podemos recurrir a la terapia psicológica, o incluso a la hipnosis, cuando sospechamos que algún suceso importante o traumático, quizá de nuestra infancia, puede estar afectándonos negativamente y no logramos acceder a él.
El aislamiento, cerrarnos a los demás, sólo nos conduce a conservar áreas insalubres en nuestro interior. Permitamos que entre luz en nuestros miedos y de ese modo, desaparecerán.
3.7.8. EL DIALOGO INTERNO
El diálogo interno es el acto de comunicación que tenemos con nosotros mismos. Normalmente se produce a nivel inconsciente y, al no quedar constancia en ningún registro ni existir otros oyentes con quienes confrontar el contenido de dicho monólogo, es difícil conocerlo con fidelidad. Sin embargo, la importancia de este modo de relacionarnos con nosotros mismos es decisiva para nuestra autoestima o incluso para el éxito que podemos llegar a alcanzar en nuestras actividades.
Imaginemos que estamos clavando un clavo y nos golpeamos el dedo con el martillo. En este momento se produce con frecuencia un acto reflejo que nos permite liberar la tensión que experimentamos a causa del dolor a través de un exabrupto. Inmediatamente después suele comenzar el diálogo interno. Aquí encontramos las tan importantes diferencias entre unos estilos y otros.
Algunas personas comenzarán a insultarse a sí mismos, con improperios y desvaloraciones acerca de su capacidad. Otras culparán a la mala suerte que parece acompañarlos allá donde van. Y también habrá quienes expresen su dolor y se den ánimos para terminar la tarea del mejor modo posible, valorando su capacidad para lograrlo.
La relación que establecemos con nosotros mismos en este tipo de diálogos viene a ser similar a la que mantenemos con cualquier otra persona. Obviamente si insultamos a un conocido y le desvaloramos, la reacción que cabría esperar en él es la de alejamiento. Si le transmitimos repetidamente que su suerte es pésima en cualquier tarea que inicie, probablemente la persona se vuelva insegura y temerosa y, en consecuencia, rechace iniciar nuevas tareas que suponen un cierto riesgo. Si, por el contrario, animamos a alguien que acaba de cometer un error, y le recordamos lo capaz que es de solucionarlo, probablemente estemos ayudándole a lograr lo que se propone y, en definitiva, estaremos generando un agradable vínculo con él.
El diálogo interno se genera en la infancia y está íntimamente relacionado con la forma en que nuestros padres se relacionaron con nosotros en aquella época. Los niveles de tolerancia, motivación, aprobación o confianza se transmiten a través de los comentarios que recibimos acerca de nuestras acciones. Padres inseguros, excesivamente críticos o desmotivadores ejercen una influencia negativa en sus hijos. Sumariamente digamos que el modo en que nos ven nuestros padres afecta al modo en que nos vemos a nosotros mismos. Sin embargo, y aquí puede estar la clave, podemos reaprender. Podemos pedirnos disculpas y reiniciar la forma de tratarnos, como si se tratara del comienzo de una larga amistad.
3.7.9. JUGAR EN LA EDAD ADULTA
Friedrich Fröbel fue uno de los primeros pedagogos que estudió el juego en niños, demostrando su importancia en el desarrollo del lenguaje, las habilidades físicas y la creatividad. También demostró su eficacia como método para identificar dificultades en la socialización del infante y para corregirlas, así como para formar los conceptos de ética, moral, justicia, equidad, etc.
También los animales evolucionados juegan durante su etapa infantil, y también en ellos el juego cumple un papel fundamental de aprendizaje y entrenamiento para la actividad adulta. Leones que juegan a atacarse, entrenando sus estrategias de caza o sus mecanismos para zafarse de la presa; monos que manipulan diversos objetos como piedras o tierra, afinando su motricidad en manos y pies.
Sin embargo, cada vez es más frecuente que las personas practiquemos juegos en la edad adulta. De este modo, mantenemos las capacidades intelectuales y físicas en buen estado: memoria, razonamiento, orientación, conocimientos geográficos, destrezas matemáticas. Y de igual modo, tono muscular, reflejos, agilidad, etc.
Pero aún podemos ir un paso más lejos, y plantearnos el juego, como una forma de enfocar otros aspectos de la vida, hasta ahora considerados “serios”. Para explicarnos, observemos que, el juego, según la RAE, es un ejercicio recreativo sometido a unas normas. Y la clave está en el adjetivo “recreativo”, es decir, que produce un placer en sí mismo, más allá de la finalidad pretendida con su ejecución. Por otra parte, sabemos que cuando disfrutamos con la tarea que estamos desempeñando, nuestra eficiencia aumenta considerablemente, así como nuestra propia salud. Disfrutar de lo que hacemos, reduce nuestros niveles de ansiedad, estimula nuestra imaginación, nos permite aportar ideas creativas y con ello sentirnos realizados. Y cuando hablamos de disfrutar no rechazamos la idea del esfuerzo. Muchos juegos requieren grandes cantidades de esfuerzo y dedicación.
La cuestión es cómo lograr que ciertas actividades nos motiven para poder “jugar” con ellas. En este sentido, las empresas pioneras que logran procedimentar las tareas de modo divertido para sus trabajadores, alcanzan incrementos evidentes en su productividad y reducen de forma considerable las bajas por problemas de salud. Igualmente, los centros educativos que aplican métodos de aprendizaje modernos consiguen, a través del juego y de actividades motivadoras en sí mismas, un desarrollo intelectual y una educación en valores muy superiores en sus alumnos a la media de otros centros.
Frente a la creencia de que la excelencia en cualquier área sólo se consigue con sufrimiento, ansiedad, frustración o miedo, se sitúa aquella otra que sugiere que nuestra responsabilidad como adultos consiste en encontrar el modo de disfrutar con todo lo que hacemos.
3.7.10. EL DESEO
Según el científico Dorion Sagan, desde el punto de vista de la física, la principal característica de la vida es que no está en equilibro. A diferencia de la materia inerte, los organismos vivos poseen un movimiento interno. Necesitan alimentarse y respirar, funciones básicas que se caracterizan por una sensación incómoda, que genera un movimiento con el objetivo de recuperar ese equilibrio. No obstante, en muy poco tiempo, el conflicto entre lo que se precisa y la carencia, reinician la secuencia.
A otro nivel, los humanos precisamos las relaciones sociales, la compañía de otras personas, el amor. Desde ese punto de vista, el deseo, es decir, ese sentimiento intenso que experimentamos por conseguir algo, nos pone en marcha y nos guía.
En base a lo dicho, se genera el debate entre las posturas que abogan por la aceptación de lo que nos viene dado como principio vital, y aquellas que otorgan al deseo y a la búsqueda de lo deseado, un sentido clave en nuestro comportamiento.
En nuestra opinión, el deseo debe diferenciarse del aferrarse a las cosas. No se trata de controlar el devenir de los acontecimientos. Tampoco de forzar voluntades ajenas. Sino de permitirse esa experiencia mediante la cual, nos sentimos atraídos por algo o por alguien y nos movilizamos en esa dirección.
Apoyando esta tesis, para el psicoanálisis, en el origen de la conducta se encuentra la libido, que no es otra cosa que la energía psíquica del deseo. Sin embargo, por aportar otro enfoque más, el médico psiquiatra y psicoanalista francés, Jacques Lacan, opinaba que el deseo no es una relación con un objeto o una persona, sino una relación con la falta, la ausencia de lo deseado. Por lo tanto, se trataría de una fuerza continua que nunca puede ser satisfecha.
Regresando a nuestra postura, concluyamos que tal vez el deseo, en cualquiera de sus manifestaciones, se encuentra a la base misma de la vida. Nos moviliza para acercarnos a aquello que nos importa. Y pese a que ello encierre un conflicto en sí mismo, probablemente la vida se origine en ese mismo conflicto. De este modo, sólo al final de la misma, dejaremos de precisar cualquier cosa.
Como rezaba fray Guillermo de Baskerville, protagonista de la novela de Umberto Eco “El nombre de la rosa” refiriéndose al “amor” como sinónimo de lo que aquí denominamos “deseo”, qué pacífica sería la vida sin amor. Qué segura, qué tranquila, y qué insulsa.
3.7.11. SIMPLICIDAD
Si analizamos la evolución de muchos pintores fundamentales de la historia del arte, encontraremos que progresivamente sus obras alcanzaban mayores cotas de simplicidad. Velázquez se vuelve más esquemático y abocetado. Con el paso de los años, a Goya le va preocupando menos el perfeccionismo formal, y Pablo Picasso persigue formas cada vez más intelectualizadas y simples.
Abundando en este concepto podemos referirnos a “La navaja de Ockham”, principio metodológico que sostiene que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Dicha regla se aplica actualmente en campos como la informática, la estadística o la economía. Incluso Copérnico la empleó para defender su teoría heliocéntrica, frente a quienes sostenían (y demostraban con interminables ecuaciones) que era el sol el que giraba alrededor de la tierra. Por contra, la ecuación de Copérnico era mucho más simple.
Sin embargo, en nuestro día a día, es posible que nos encontremos con una complejidad alarmante, para empezar en los horarios. El número de tareas que pretendemos realizar es cada vez mayor. Y, cuando pretendemos buscar soluciones a nuestro estrés, podemos llegar a pasar por alternativas que impliquen añadir otra actividad más aún. Nuestros recursos atencionales son limitados, como es limitada nuestra capacidad para resolver problemas, para realizar actividades, etc. Sin embargo, a veces, nos cuesta aceptarlo.
Complicarse con múltiples objetivos, puede ser también un modo de justificar la pasividad. Tardes enteras en el sofá pensando todas las cosas que debería de hacer, y debatiéndome por cuál comenzar. Conflictos que evito con personas cercanas y opiniones que callo para evitar la angustia o el esfuerzo de un debate en pro de soluciones. Cuando la consecuencia final de esta evitación acaba siendo la perpetuación de los problemas, y tal vez, la generación de problemas nuevos.
Tomar el camino más corto, generalmente significa no esperar a que sea el otro el que cambie, sino cambiar uno mismo. Eliminar lo superfluo, quedarnos con lo que realmente necesitamos. ¿De qué lastre podemos desprendernos?
La complicación puede suponer también el hecho de perder la limpieza en nuestra mirada. Es decir, puede ser que cuando veamos a alguien hacer o decir algo, extraigamos conclusiones en base a nuestra experiencia pasada. Desde el miedo podemos interpretar erróneamente el sentido de las acciones del otro, sólo por el hecho de que nos recuerda a algo doloroso de nuestro pasado. De esta forma, hechos innocuos pueden dolernos. La mejor forma de ver lo que hay, es simplificar, limpiar nuestra mirada, atendiendo al presente, a lo que realmente encontramos en él.
3.7.12. LA ATENCIÓN BIEN DIRIGIDA
Aunque pueda parecernos extraño, la psicología animal cobra cada vez más contundencia en nuestro entorno. Dueños de mascotas aseguran que su perro o su gato padecen hiperactividad, ansiedad, o depresión. Quizá nos cueste comprenderlo, pero cuando escuchamos a los científicos afirmar que una serie de chimpancés superaron en unos experimentos a estudiantes humanos en tareas nemotécnicas consistentes en recordar varias series de números, o que los elefantes manejan la aritmética en niveles simples, tal vez nos replanteemos nuestras convicciones. Lo cierto es que existen pájaros que usan herramientas para pescar, cefalópodos que emplean cáscaras de coco para protegerse, y chimpancés que utilizan palos afilados como lanzas cuando cazan. Por cierto, que este último descubrimiento, realizado en 2007, se considera la primera prueba de uso sistemático de armas en una especie distinta a la humana.
Podemos considerar a Darwin como el padre de la psicología animal, quién propuso sus teorías en la obra “Expresión de las emociones en el hombre y los animales”. Más de un siglo después, en 1904, fue J.B. Watson, fundador de la psicología conductista, quien comenzó a investigar el aprendizaje animal, dotando a este enfoque del rigor científico que requería.
Hoy en día sabemos que los animales no humanos también pueden deprimirse, sufrir ansiedad, padecer fobias o tener problemas de conducta, que les impiden convivir con normalidad en su entorno. Ellos también tienen un mundo emocional y, según la etóloga experta en comportamiento canino, Helena Bat, cuando éste se ve alterado, aparecen comportamientos destructivos o compulsivos que pueden requerir de un tratamiento psicológico específico, e incluso del uso de fármacos.
Los psicólogos expertos en animales, por su parte, hacen hincapié en la gran influencia que tiene el comportamiento de los dueños a la hora de evitar problemas de conducta en sus mascotas. La socialización correcta del animal, que ocurre entre las 3 y las 12 semanas de vida, es muy importante si este va a convivir en un entorno humano.
Por último, hay que señalar que los expertos nos aconsejan respetar una jerarquía correcta en el entorno familiar del animal, donde él ocupe el último escalafón. Del mismo modo, preocuparnos por ayudarle a desarrollar su capacidad de autocontrol poniéndole límites desde que es cachorro. También es importante que orientemos al animal a sentir apego por todos los miembros de la familia, y no solo por una persona. Y sobre todo, hacer que se sienta feliz, jugando con él, tratándole correctamente y no aislándolo. Ciertamente, lo que ellos nos aportan a cambio, no tiene precio.
3.7.13. LA VERDAD DEL PACIENTE
Pese a que a las mentes analíticas les incomode, parece ser que hallar verdad en términos absolutos nos resulta un objetivo cada vez más inalcanzable. Las propias disciplinas científicas son muy cuidadosas a la hora de formular sus postulados, entendiendo que sus leyes se cumplen para un número determinado de casos y en unas determinadas condiciones. Los juristas también encuentran dificultad a la hora de afrontar este término y prefieren sustituirlo por el de “indicios probatorios” en su caso.
La psicología, por su parte, ha luchado durante muchas décadas por otorgar rigor científico a sus teorías empleando instrumentos de medición estadísticos -como los test-, y científicos -como el electroencefalograma- a la hora de generar conocimiento. De este modo ha alcanzado una madurez y un respeto dentro de la comunidad médica y científica.
Pero, a nivel humanista, la verdad de una persona es diferente a la verdad de cualquier otra. El conjunto de experiencias, la manera de percibir e interpretar los acontecimientos y el estado emocional del momento determinan en gran medida su verdad. Por eso, en terapia, cuando una persona verbaliza, por ejemplo, estar deprimida, el terapeuta suele preguntar “¿Qué significa para ti estar deprimido?”. De este modo se evitan muchos malentendidos que, de otro modo, llevarían el tratamiento por un camino equivocado.
De ello se deduce que, dar por hecho ciertos criterios acerca de lo que quiere decir el otro, puede causarnos problemas en la relación con él. Las personas dogmáticas, en este sentido, son aquellas que se rigen por planteamientos rígidos, con tendencia autoritaria en tanto en cuanto tratan de imponer sus criterios y atacar los ajenos, y presentan bloqueos emocionales. Entre los sujetos con estas características se encuentran los obsesivos compulsivos, que se preocupan excesivamente por las cosas, y tienden a ocultar sus sentimientos y evitar las relaciones personales cercanas, entre otras cosas.
En el terreno humanista, la verdad no es nada más (ni nada menos) que el criterio subjetivo de cada persona, y siempre obtendremos más beneficios conociendo lo que piensan aquellos que nos rodean que tratando de imponer nuestra forma de ver el mundo. Dicen que una característica de las personas inteligentes es que preguntan con frecuencia, y la inteligencia emocional está directamente relacionada con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, es decir, para ver el mundo a través de sus ojos. Por eso, en lugar de juzgar a los demás como amenazas para nuestra autonomía, podemos considerarlos, desde la humildad, como fuentes de conocimiento, derribando así los muros obsoletos que nos aíslan.
3.7.14. MOTIVOS PERSONALES
A lo largo de la adolescencia, el joven, que comienza a desenvolverse de forma autónoma, suele atravesar un difícil período de adaptación al grupo de iguales. Hasta entonces han sido los padres o tutores los encargados de tomar la mayoría de las decisiones, trasmitiendo un amor y una aceptación incondicionales; y por ello no del todo valoradas hasta tiempo después. Sin embargo, ahora, por primera vez, el chico o la chica tropiezan con una dificultad: ser aceptados por sus semejantes, a pesar de que con ellos no existe una vinculación previa. Esto supone un reto, y para salir airosos de él, pueden llegar a apoyarse opiniones y posturas que en el pasado resultaban opuestas a las propias.
En esta fase pueden aparecer hobbies o gustos nuevos, cuya única finalidad es la de alcanzar la pertenencia al grupo. En un desarrollo normal, esta etapa de experimentación suele llevarnos a definir nuestras preferencias y creencias, en ocasiones por semejanza, y a veces por oposición a las de los demás.
Pero en algunos casos, no logra superarse esta forma de depender de las opiniones del grupo, o se prolonga más de lo debido. Ocurre en personas con dificultad para posicionarse, para comunicarse de forma asertiva. Y en este caso puede llegar a generarse un proceso de alienación.
Un sujeto que, en la edad adulta, continúa encontrando la causa de sus conductas en opiniones ajenas, acaba experimentando un sentimiento de despersonalización. De falta de motivación personal. Semejante circunstancia también puede ocurrir ante padres o parejas muy sobreprotectoras e intrusivas. Así, pueden comenzarse diferentes carreras o puestos de trabajo y abandonarlas al poco tiempo, alegando no sentirse realizado en ninguna de ellas. Ninguna decisión importante les mantiene satisfechos ya que, o bien la han elegido otros, o bien la ha elegido uno mismo, pero sin esa seguridad propia de quien ha madurado sus decisiones y ha aprendido a tomarlas de forma adecuada a base de ensayos y errores.
Aprender a confiar en uno mismo y en la personal cosmovisión de la vida, no significa desoír las opiniones de los demás, ni implica decidir apresuradamente sin la información necesaria. Pero sí conlleva, en muchas ocasiones, afrontar el rechazo de aquellos que tienen sus propias expectativas acerca de nosotros y nuestro futuro. Y del mismo modo, conocer los beneficios que uno mismo estaba obteniendo cuando tenía a todos contentos menos a él.
Sólo entonces podremos construir un grupo de iguales cuyos gustos sean parecidos a los nuestros, donde nos sintamos, por fin, respetados, y comprendidos.
3.7.15. LA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA
Por lo general, cuando algo nos preocupa, solemos pensar en ello de forma recurrente. A pesar de que sigamos realizando las tareas cotidianas de un modo casi automático, nuestra mente está en otra parte, y eso, sin darnos cuenta, aumenta nuestro nivel de estrés y ansiedad. En este punto, puede generarse un “ciclo de ansiedad”, lo que significa que cuanto más pienso en el factor estresante, peores sensaciones y sentimientos experimento, con lo que pienso más en el problema. Este bucle puede llegar a un punto insoportable, afectando a nuestra salud, a nuestras relaciones personales y a nuestra eficacia.
Para afrontar situaciones como la descrita, es de gran utilidad la práctica de la atención plena, cuyos orígenes se encuentran en la tradición budista. Este método lleva un tiempo aplicándose en occidente para aliviar una variedad de condiciones físicas y mentales como el trastorno obsesivo-compulsivo, la ansiedad, y para prevenir recaídas en casos de depresión o de adicción a sustancias.
Según explica Andrés Martín, uno de los principales expertos de esta técnica en nuestro país, la práctica de la atención plena consiste en la capacidad para prestar atención a lo que está ocurriendo en el momento presente.
Para lograrlo, en primer lugar, hemos de ser conscientes de lo que sucede en un momento dado, evitando hacer las cosas de forma automática mientras pensamos en otro tema. Prestar atención a lo que siento, a lo que pienso, a mi conducta. De esta forma puedo descubrir aspectos importantes acerca de mí mismo.
En segundo lugar, se trata de eliminar los juicios acerca de lo que está ocurriendo en el presente. Esforzarme por no juzgar si me gusta o no. Y tampoco fantasear con cómo me gustaría que se desarrollara lo que está ocurriendo. Este tipo de fantasías son grandes generadores de estrés y de insatisfacción.
Por último, se trata de no reaccionar ante los hechos de forma mecánica. Ese sistema impulsivo está más basado en el pasado que en el presente y nos mantiene a la defensiva, protegidos y, por lo tanto, asustados. En lugar de ello, se propone aceptar lo que sucede y responder a ello.
Si soy capaz en un momento dado de ser consciente de qué pensamientos estoy teniendo, qué sensaciones y qué emociones, puedo decir que he capturado ese momento, y esa es la conciencia plena. Una abundante fuente de conocimiento sobre nosotros mismos, una estrategia para afrontar la realidad con menos ansiedad y, en definitiva, un camino para salir del dolor.
3.7.16. LA INTUICIÓN
¿Cuántas veces nos hemos sentido incómodos nada más entrar a una casa? ¿Cuántas veces una persona nos ha dado una buena sensación de confianza, por ejemplo? ¿Cuántas veces giramos inconscientemente la cabeza y clavamos la mirada en otra persona que nos está mirando a lo lejos? Cada día, numerosas circunstancias nos generan lo que llamamos intuiciones.
A lo largo de la historia, este tipo de “certezas” que se nos presentan de forma súbita, han recibido diferentes explicaciones. Desde las más exotéricas, a las más mundanas. Hoy en día, desde la psicología cognitiva, existen dos tipos de mentes en nuestro cerebro: la mente consciente o explícita, discursiva, secuencial, racional, y que requiere un esfuerzo para que funcione; y la mente intuitiva, que es rápida, automática, y trabaja asociando hechos y a través de “atajos” del pensamiento, que nos permiten llegar a conclusiones de forma rápida.
En los últimos tiempos se habla mucho de la intuición, llegando a ser considerada, por las últimas tendencias en psicología, como el mecanismo más eficaz para tomar una decisión. Más incluso que el uso del pensamiento racional.
Desde aquí, vamos a tratar de dar un paso más, teorizando sobre la intuición: El cerebro humano procesa cada segundo unos cuarenta mil datos que le llegan a través de los órganos sensoriales (vista, oído, olfato…). Sin embargo, sólo es consciente, es decir, sólo procesa racionalmente una cantidad mínima de ellos: el 1%. El resto de información también es procesada, pero a nivel inconsciente. Para ejemplificarlo, imaginemos que entramos en una habitación y nos fijamos en las cortinas. La forma de las cortinas sería pues la información que nuestro cerebro consciente está procesando, y de la que puede informar, es decir, realizar cualquier comentario lógico y racional. Sin embargo, el resto de los objetos que se encuentran en la habitación, así como el aroma que desprende, la temperatura que hace, los pequeños detalles que pueden hacer suponer que en dicho cuarto vive alguien pacífico o violento (en base a los colores predominantes, marcas de agresividad en las puertas, o cuadros con un tipo determinado de contenido), todo ello, se procesa a nivel inconsciente.
La intuición sería el proceso que analiza todos estos detalles, y lo hace sin que nos demos cuenta, a gran velocidad. Además, la intuición compara estos datos que está recibiendo con hechos de la propia experiencia del sujeto, así como de información interoceptiva, del propio cuerpo (si me siento cansado o me duele el estómago). No lo hace de forma coherente, sino grosera, rápida, sin seguir un procedimiento deductivo. No obstante, debido a su enorme capacidad para procesar tantísima información en tan poco tiempo, le debemos otorgar el primer puesto en el ranking de estrategias para tomar una decisión.
3.7.17. LA MOTIVACIÓN
Pese a que la mayor parte de las definiciones relacionan la motivación con la voluntad, existen otros autores, con quienes coincidimos, que opinan que la motivación es la causa que genera el movimiento de un ser vivo para lograr algo. Este origen genera la fuerza o energía necesarias y determina la dirección de ese movimiento. Y no se trata de un acto volitivo.
Dicho así podría parecer algo abstracto, y en efecto, identificar los factores que provocan la motivación, es tarea compleja. Digámoslo de otro modo: si entramos en una tienda con la idea de comprar una camisa, somos capaces de identificar aquella que nos gusta. Sin embargo, no somos dueños de elegir nuestro gusto. Nos gusta la camisa azul, por ejemplo, pero no podemos cambiar nuestro gusto. Podríamos acabar comprando otra camisa de otro color, en base a otros criterios, como el precio o la adecuación a los fines que deseamos darle a la prenda. Pero seguirá, al menos de forma temporal, gustándonos la azul. Caben aquí múltiples análisis, como los relacionados con la influencia de las campañas de márquetin, las tendencias innatas, o la influencia de los grupos sociales que resultan significativos para nosotros. Pero sea como fuere, lo cierto es que es muy difícil, si no imposible, elegir cuál es nuestro gusto.
Además, la energía que puede llegar a generarse en nuestro interior, cuando realmente nos sentimos muy motivados para alcanzar un objetivo, es increíble. Colosales hazañas humanas se han logrado en base a esa energía interna. Y esto es algo que tampoco está en nuestra mano elegirlo. Cuántos alumnos desearían tener la misma energía que se les genera al estudiar su asignatura favorita, cuando se enfrentan a esa materia que tanto les aburre. De modo similar, una persona enamorada es capaz de increíbles proezas sin demasiado esfuerzo.
Aunque también podemos enamorarnos por la música, por el cine, o por las matemáticas. Y aunque elegir esto no está en nuestra mano, sí que hay cosas que podemos hacer. Como, por ejemplo, aprender a desligarnos de los estereotipos. Precisamente, las matemáticas es una de las disciplinas con mayores prejuicios, pese a que existen enfoques tan mágicos, que podrían lograr que muchos alumnos se aficionaran a ellas. Pensemos en los atractivos enigmas del número áureo, del número pi, o de su aplicación a la música…
Uno no puede aprender a enamorarse. Pero puede refinar el gusto. En muchas ocasiones, basta con evitar las influencias desmotivadoras.
3.7.18. EL RITMO EQUILIBRADO
Actualmente, el ritmo en el que se suceden los acontecimientos de nuestra vida adquiere matices vertiginosos. Y no se trata sólo del número de actividades diarias que desempeñamos, sino también de la cantidad de estímulos que compiten por captar nuestra atención. Llamadas telefónicas, mensajes, medios informativos que empleamos para estar al día de lo que ocurre en nuestro entorno, redes sociales, publicidad…
Se denomina infoxicación al estado de contar con demasiada información para tomar una decisión o permanecer informado sobre un determinado tema. Y esta tendencia va en aumento en la población.
Este ritmo acelerado resulta artificial, es decir, está desligado de los ritmos de la naturaleza. Nuestra agenda no tiene en cuenta estaciones o climatologías; factores que sí respetaban nuestros antepasados. Ni siquiera se detiene por nuestras propias fluctuaciones hormonales (el período en las mujeres, y otros ciclos masculinos, por ejemplo).
Debemos añadir otro de los elementos que contribuyen de manera decisiva a esa sensación de angustia ante el ritmo acelerado: el ruido. Desde el punto de vista de la comunicación, ruido es toda interferencia que dificulta la comunicación entre las personas. Desde el sonido de los motores de los vehículos en las arterias de las grandes ciudades, hasta las pantallas emergentes en nuestras búsquedas por Internet.
Según los principios del conocido “Movimiento Slow”, se proponen algunas alternativas para rebajar los niveles de ansiedad y estrés que este vertiginoso día a día nos genera. La clave, en su opinión, reside en elegir la marcha adecuada para cada momento de la carrera diaria centrándonos en disfrutar del presente. Añadimos la importancia de seleccionar y priorizar las tareas que queremos desempeñar, asegurándonos de que podremos dedicarles el tiempo suficiente para disfrutarlas.
Por nuestra parte proponemos una alternativa adicional. Para ello retomamos la argumentación anterior, desde la cual, en épocas pretéritas, el tempo de las personas y de sus actividades estaba mucho más en consonancia con los ritmos de la propia naturaleza, como sigue estándolo en los habitantes de las regiones no industrializadas del planeta. Un modo de actuar que hoy muchos añoran, y que podemos creer ya inalcanzable.
Sin embargo, hubo quienes que se encargaron de dejar constancia precisamente de aquel ritmo. Personas que vivían más ligadas a la naturaleza que nosotros lo escribieron y nos lo cedieron como un precioso legado. A través de la cápsula hermética de sus partituras conservaron su modo de sentir el ritmo equilibrado de forma precisa. En su música, que hoy denominamos clásica, podemos recobrarlo. Tan sencillo como eso.
3.7.19. LA DANZA SINCRONIZA CUERPO Y MENTE
En uno de sus poemas, Alejandra Pizarnik señaló “Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”. Ciertamente, la psicología se ha centrado durante muchas décadas, de forma exclusiva, en las funciones del cerebro y el sistema nervioso. Sin embargo, en los últimos años, muchos autores han comenzado a prestar atención al resto del cuerpo para comprender y gestionar mejor nuestros conflictos.
Así aparece, por ejemplo, la biodanza; un sistema de desarrollo personal que emplea los sentimientos generados por la música y el baile como mecanismo para tomar conciencia de uno mismo y de emociones que permitan expresar el afecto a los demás.
Paralelamente, la Danza Movimiento Terapia (DMT) persigue, a través del movimiento armónico, la integración entre la mente y el cuerpo. Esta técnica aporta sorprendentes beneficios en el trabajo específico con niños que muestran dificultades para expresar sentimientos angustiosos o miedos, problemas en el desarrollo psicomotor, dificultades de socialización, o hiperactividad.
Por su parte, la terapia bioenergética, es una de las técnicas con mayor profundidad en sus planteamientos. Desde este enfoque, que se nutre en buena medida del psicoanálisis, nuestra historia personal, los traumas y conflictos vividos, los miedos y tensiones, quedan grabados en el cuerpo, e integrarlos mentalmente no resulta fácil. Por ello aportan una herramienta de expresión no verbal, a través del movimiento, para evitar el conflicto y la enfermedad psicofisiológicas. En palabras del doctor Alexander Lowen, padre del análisis bioenergético, “Las personas experimentan la realidad del mundo sólo a través de su cuerpo”.
Parece lógico pensar que mente y cuerpo no son dos entidades separadas. Es por ello que encontramos solidez y enorme potencial de desarrollo en aquellos planteamientos que abarcan ambos sistemas.
Visto desde un punto de vista más pragmático, observamos que, pese a que la danza ha constituido una actividad humana desde sus orígenes, va convirtiéndose progresivamente en una práctica menos frecuente en los países occidentales, si bien obviamente persiste. Pero, al observar los países con mayores tasas de felicidad experimentada del planeta, comprobamos que la mayoría de ellos se encuentran en Centro América y el Caribe. Lugares caracterizados por la omnipresencia del baile, entendido de un modo más sensual y primigenio.
Costa Rica, Panamá, Cuba o Colombia, pese a sus desigualdades sociales y económicas, albergan a los ciudadanos más felices del planeta. Y estos, tanto en los barrios más elitistas, como en las comunas más populares, no suelen perder la ocasión de “rumbiar” al son de un bayenato, de una salsa, de una cumbia, o de un reggaetón, apretándose contra su pareja.
3.7.20. LA CONCIENCIA
Localizar en el cuerpo humano la conciencia, es decir, el conocimiento que tenemos acerca de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, ha sido una interesantísima tarea a la cual los expertos han dedicado vastos esfuerzos.
Para empezar, existe un problema básico de mera definición: ¿Qué es la conciencia? ¿Es algo espiritual? ¿Es el producto de la actividad en algún rincón de nuestro cerebro? Tal vez la aproximación más interesante la encontramos en el funcionalismo, una corriente filosófica que ha cobrado mucha fuerza en los últimos años y que se nutre de los hallazgos en ciencias como la psicología, la cibernética, la lingüística o la teoría computacional. Los funcionalistas sugieren que la conciencia no es una sustancia, sino una estructura. Se refieren a que un ser inteligente no depende tanto de las partes que lo conforman cuanto del modo en que dichas partes se relacionan.
Se basan en investigaciones como las del neurólogo y experto en robótica Grey Walter, quien construyó dos tortugas-robot idénticas, capaces de desplazarse evitando obstáculos y también de conectarse a una batería cuando su energía se fuera gastando. Con el tiempo, estos dos artilugios fueron desarrollando patrones de comportamiento muy diferentes. Uno era más retraído y solitario, mientras que el otro era más activo. La única explicación que se le ocurrió a Walter fue que existían pequeñas diferencias en el modo de encajar las piezas de cada uno de sus robots.
Pero la cosa se pone realmente interesante cuando algunos funcionalistas se plantean dónde puede localizarse la conciencia. Daniel Dennett, por ejemplo, la asemeja a la propia información, sugiriendo que no existe en un espacio ni en un lugar determinados. En sus propias palabras: “¿Dónde está el himno nacional norteamericano?”. Sin embargo, este enfoque plantea a los investigadores el problema de explicar cómo algo inmaterial puede desatar reacciones en nuestro cerebro, y conductas en el mundo físico.
Por su parte, el neurofisiólogo británico sir John Eccles, premio Nobel por sus investigaciones sobre la sinapsis, descubrió que existe una región del cerebro llamada área motriz suplementaria (AMS) que tiene la cualidad de ser la primera que se pone en funcionamiento cuando una persona decide llevar a cabo una conducta. Su activación es previa a la activación de las áreas motrices, por ese motivo se cree que es aquí donde surge nuestra voluntad propiamente dicha.
Como vemos, la ciencia se va aproximando a las grandes respuestas que tanto nos interesan, pero también el camino, la propia búsqueda, es apasionante en sí misma.
3.7.21. LA SONRISA GENUINA
La expresión facial de las emociones lleva siendo investigada durante siglos con instrumentos cada vez más precisos. Gracias a ello hemos descubierto que, en una sonrisa, por ejemplo, intervienen más de treinta músculos. Y en una carcajada, hasta cuatrocientos.
Parte de estos estudios se han centrado en diferenciar sus diferentes variedades, encontrando que la sonrisa falsa se crea de forma consciente, por lo que depende de la corteza cerebral, que genera una orden motora deliberada. Por el contrario, en la llamada “Sonrisa de Duchenne”, más conocida como sonrisa genuina o espontánea, es el sistema límbico quien actúa de forma inconsciente y emplea más tiempo en contraer los músculos del rostro que la falsa.
Otros investigadores se han centrado en desmentir la creencia de que sonreír genera arrugas, demostrando que, muy al contrario, es la mejor terapia para retrasar el envejecimiento cutáneo, ya que tensa y oxigena las células y tejidos, eliminando así las ojeras y el aspecto cansado de la piel. Además, la frecuencia cardiaca se dobla, aumenta la presión sanguínea, la respiración se hace más rápida y profunda, se liberan hormonas y se activa el metabolismo. Semejante gasto energético hace que con 15 minutos de risa se quemen tantas calorías como en una larga carrera o un paseo en bicicleta.
También se ha comprobado que las mujeres sonríen más que los hombres. A nivel cultural, los rusos son los que sonríen menos y los estadounidenses los que más, aunque empleando muchas sonrisas falsas.
Pese a todo, parece claro que una sonrisa es más que un ejercicio beneficioso para el cuerpo. Para entenderla realmente, podemos empezar por reflexionar sobre un hecho contrastado: Un niño menor de7 años ríe, de media, 300 veces al día, mientras que un adulto sólo 50.
Ciertamente, la sonrisa es la distancia más corta entre dos personas; desarma a quien la recibe porque transmite confianza y nos da vía libre para acercarnos al otro sin miedo, que es lo que, en esencia, los seres humanos queremos hacer. Sirvan de ejemplo las palabras de un paciente de la doctora Emilia O ́Neill – Baker: “Cuando me dirigía al puente pensaba -si alguien me sonríe… no saltaré; no me quitaré la vida. Un anciano me sonrió… ¡incluso me dijo hola! Y bueno, ¡aquí sigo!”.
3.7.22. PRINCIPIOS
Algunos dirían que nuestra sociedad está organizada de un modo en el que a los valores se les concede poca importancia. Que todos podríamos cometer irregularidades legales o morales siempre y cuando nadie se entere. Que existen personas acostumbradas a emplear la mentira como una herramienta útil para enfrentarse al mundo, llegando a ser expertos en resultar convincentes.
En realidad, los valores y los principios morales son los que determinan nuestra conducta. Los hemos ido construyendo a lo largo de los años en base a experiencias y aprendizajes significativos y están directamente relacionados con la madurez, es decir, serán más elevados cuanto menos condicionados estemos por los instintos primarios.
En el terreno práctico, en la relación diaria con los que nos rodean, podemos preguntarnos qué tipo de persona somos. Aunque tal vez, la pregunta más importante sea, qué tipo de persona queremos llegar a ser. A continuación, listamos algunas claves que pueden ayudarnos a responder.
Amar lo que la otra persona elija. A menudo nos dejamos la energía tratando de que los demás sean como nosotros deseamos, y para colmo, no solemos conseguirlo. En consecuencia, nos frustramos y angustiamos como si nuestra felicidad dependiera de ello. Este esfuerzo supone, además, que el otro no dispone de los recursos suficientes para tomar sus propias decisiones, y semejante juicio probablemente le perjudique. No sólo aceptar, sino llegar a amar, las decisiones del otro, le ayudará a ser responsable, y a nosotros nos acercará la humildad y la paz.
Aceptar que todos cometemos errores. Nuestras palabras, por ejemplo, son el resultado de un estado emocional pasajero, por lo tanto, relativas, y no siempre deben suponer una verdad absoluta y estable en el tiempo para la persona. Además, las cosas que verbalizamos no siempre son recibidas por el interlocutor del mismo modo que pretendían transmitirse. Múltiples factores pueden distorsionar el mensaje. Por ejemplo, el miedo puede llevarnos a generalizar a todas las situaciones lo que alguien nos dijo refiriéndose exclusivamente a un caso concreto. Este método inductivo de extraer conocimiento acerca del otro es poco recomendable. Además, el verbal, es un modo de comunicación pobre, que no logra transmitir la totalidad de la idea. De ahí que, la clave para interpretar un mensaje es aceptar que la intención de la persona que nos habla es constructiva, que existe afecto en sus palabras.
3.7.23 LA SUBLIMACIÓN
Abraham Maslow, uno de los fundadores de la psicología humanista, propuso en 1943 la “Teoría de la Motivación Humana”, estableciendo una jerarquía de necesidades y factores que motivan a las personas.
En el nivel inferior de esta famosa pirámide, se encuentran las necesidades fisiológicas, orientadas a la supervivencia, tales como respirar, comer o practicar sexo. El siguiente nivel, al que podemos acceder sólo cuando el primero está cubierto, tiene que ver con la seguridad, la estabilidad y la protección. Así la familia, el empleo, el salario o la salud son los próximos elementos que reclaman nuestra atención.
El tercer escalón hace referencia a las necesidades de amor, afecto y pertenencia a un grupo social. Por eso, llegado un momento de estabilidad, muchos individuos se plantean casarse, formar una familia, o bien involucrarse en un club social.
La importancia de la autoestima aparece de forma clara en el cuarto nivel. Ser reconocidos por nuestros logros, sentirnos valiosos para los demás, alcanzar una reputación, de cara a los demás, pero también a nosotros mismos. Alcanzar la maestría y la independencia en nuestras tareas.
En la cima de la pirámide de Maslow, se encuentra la autorrealización, que se refiere a la necesidad que todos tenemos de ser lo que “estamos llamados a ser”, en otras palabras, de sublimarnos. Quien nació para pintar, para componer música, para descubrir nuevos horizontes, para ayudar a quienes le rodean…, y logra hacer de esa pasión su forma de vida, entregándose a ello, trasciende a su misma persona para convertirse en parte de algo más grande.
Según Freud, la sublimación consiste en desviar las pulsiones sexuales hacia otras metas igualmente intensas y ya no sexuales, relacionadas con el arte, la religión, la ciencia, la política o la tecnología. Pero más allá del enfoque psicoanalítico, la sublimación es una forma de trascender a nuestras limitaciones físicas relacionadas con el tiempo y el espacio. Es un modo de superar el vacío existencial que la mayoría de las personas experimentan cuando no logran encontrar una respuesta a las grandes preguntas que explique el sentido de su vida. El hecho de entregarse de forma apasionada a aquello que estamos llamados a ser pone en orden nuestro caos interno, nos libera de la ansiedad y de la sensación de vacío, y nos aporta la certeza que precisamos para actuar.
Encontrar esa motivación y desarrollarla podría ser como alcanzar la cima de nuestra propia pirámide.
3.7.24. LA ENERGÍA QUE NOS RODEA
El concepto de energía desde el punto de vista de la cultura oriental, y por resumir hasta extremos casi simplistas, se refiere a una fuerza que existe en la propia naturaleza y que nutre a las personas de forma desinteresada. El principio rector de la energía es la armonía que se logra a través de la bondad. Más allá de discursos moralistas, según estos maestros orientales, cuando una persona entrega se va sintiendo cada vez más llena. El propio acto de dar la colma y la armoniza. Por el contrario, la corrupción de la energía es el egoísmo. Cuando tratamos de recibir más y más de todos aquellos que nos rodean, vamos sintiéndonos progresivamente vacíos.
Sin embargo, es muy importante dejar constancia de que esta energía no nos pertenece, ni podemos dirigirla a nuestra voluntad. La metáfora sería la de un río en el que nos sumergirnos y que nos lleva por su propio cauce; siendo en ese viaje, donde encontramos realmente la felicidad y el sentido de nuestra vida.
Sirva como ejemplo el caso de un matrimonio que acude a terapia solicitando tratamiento para su hijo, enormemente conflictivo, con conductas físicamente violentas y con pésimos resultados académicos. Tras hablar con todos los miembros de la familia, el terapeuta decide trabajar principalmente con los padres, asumiendo que el origen de esa tensión está, realmente, en ellos. En efecto, los progenitores comienzan a darse cuenta de que se comunican con frases punzantes, se reprochan, se exigen y se desvaloran con frecuencia. Además, con el tiempo, son conscientes de que se sienten frustrados en sus propias vidas, en su relación de pareja y que las expectativas que tenían sobre el futuro de su hijo no se han satisfecho, y se sienten decepcionados.
Al identificar todo esto, se plantean que en lugar de reclamar un cambio a su hijo, sería más efectivo un cambio en sí mismos. Ofrecerle un clima de calma, aprender a sentirse orgullosos de él por el camino de sentirse orgullosos, primero, de ellos mismos. Afrontar sus problemas de pareja… Así, poco a poco, los padres se van responsabilizando de sus propias dificultades en lugar de evitarlas con la excusa de centrarse en las de su hijo.
El resultado es increíble. El adolescente, que apenas ha acudido al tratamiento, muestra ahora un cambio evidente: se le ve más tranquilo, más seguro y satisfecho de sí mismo, lo que ha repercutido en las notas. Los tres forman ahora una familia emocionalmente sana.
3.7.25 ACTUAR EN LUGAR DE REACCIONAR
En ocasiones, la educación de los hijos pequeños o preadolescentes puede suponer momentos de tensión, cansancio o frustración para los padres que se sienten impotentes en su esfuerzo por transmitir ciertos valores o por generar en ellos determinadas actitudes y conductas.
Múltiples factores originan este tipo de conflictos, pero hoy vamos a centrar nuestra atención en algunos de los más frecuentes.
En primer lugar, y de forma absolutamente inconsciente, puede que los padres estén dejando de actuar como sujetos activos en la educación de sus hijos y hayan llegado a ocupar una postura dependiente, como si actuaran a remolque de ellos. Llamamos a esto reaccionar en lugar de actuar. Imaginemos el siguiente ejemplo: Un niño se pelea con su hermano, o bien no quiere hacer sus deberes escolares. En consecuencia, los padres comienzan a explicar racional y calmadamente lo inadecuado de esa conducta y los beneficios de corregirla. Si el chico se obstina, los padres verbalizan frases como “Si sigues comportándote así, la mamá (o el papá) no te va a querer”, y finalmente se enfadan y aplican un castigo.
Analicemos ahora la situación. En primer lugar, la explicación que ofrecen justificando lo inadecuado de la conducta ha sido, con gran probabilidad, reiterada tantas veces que el chico ya debe conocerla de memoria. De modo que repetirla no parece que pueda aportar nada interesante. Sin embargo los padres se frustran al ver que sus esfuerzos no logran ningún efecto. No les subestimemos, son enormemente inteligentes y no requieren tantas palabras.
En segundo lugar, condicionar nuestro afecto a la conducta del joven es del todo inadecuado pues ayudará a que se convierta en un adulto temeroso de perder el amor de sus seres cercanos y acabará percibiendo al amor como moneda de cambio. El amor ha de ser incondicional, independiente de sus acciones.
En tercer lugar, cambiar nuestro estado de ánimo por lo que nuestro hijo haga o diga nos sitúa en una posición de dependencia respecto de ellos. Eso es concederles una responsabilidad superior a la que deberían ostentar. Y, por el contrario, nos quitamos a nosotros mismos esa posición.
Tal vez no sea necesario enseñarles tantas cosas, al menos de este modo. Tal vez podamos aprender de ellos a jugar, a quitar importancia a los temas triviales, a reír, a divertirnos. Tal vez así entendamos que los niños pueden ser enormemente responsables cuando les damos la libertad para que elijan, en lugar de reprimirlos con nuestros miedos.
3.7.26 ¿PARA QUÉ?
Uno de los criterios que se emplean desde algunos enfoques terapéuticos para indagar en la personalidad del paciente consiste en analizar, en lugar de los acontecimientos que la persona relata, la finalidad de relatarlos. Es decir, en lugar de atender al “qué”, centrarse en el “para qué”. Para qué hablamos de una cosa o de otra en este momento preciso. De este modo, puede accederse a información de su inconsciente que será de gran utilidad para acompañarla en su proceso de desarrollo personal.
Esta estrategia se basa en el supuesto de que los seres humanos somos conscientes de las cosas que decimos, pero muchas veces no lo somos tanto del objetivo que pretendemos alcanzar al verbalizarlas. Y es que, casi siempre existen motivaciones que tienen que ver con nuestra parte afectiva. Probablemente por eso, los impersonales mensajes de texto de los correos digitales han incorporado emoticonos que permiten añadir el contenido emocional a nuestras palabras. Hasta que apareció este recurso, muchos mensajes podían ser malinterpretados al no disponer de la información suficiente. Tengamos en cuenta que, en la comunicación, el 70% del contenido se transmite de forma no verbal, a través de los gestos del emisor, del contexto, etc.
Como decíamos, en la mayoría de nuestros actos y, evidentemente en los procesos de comunicación, existe una finalidad relacionada con la afectividad. Cuando las personas tenemos que enfrentarnos a información carente de esa parte afectiva, nuestro rendimiento pierde eficacia. Pensemos en los libros de texto, en los que los estudiantes se enfrentan a datos e información desligada de cualquier componente emotivo. Nombres, fechas, fórmulas, etc. suponen un reto, pues no tienen mucho que ver con la forma en que históricamente nuestra especie se ha enfrentado a la información.
Por todo ello, resulta importante que seamos conscientes de nuestros objetivos, de nuestras necesidades emocionales, de nuestras carencias en este nivel. De lo contrario nos veremos inmersos en el contenido puramente racional, y cuando alcancemos aquellos que creíamos nuestros objetivos, observaremos que seguimos sintiéndonos insatisfechos. ¿Realmente quería comprarme este coche, o lo que verdaderamente buscaba era sentirme más aceptado en un determinado grupo? ¿Mi verdadero objetivo era molestar a tal persona, o reclamar su atención? Cuándo digo que quiero marcharme ¿busco, en el fondo, encontrar el modo de quedarme?
Conocer nuestras verdaderas motivaciones nos ayuda a caminar hacia ellas de forma directa, sin rodeos, ni aplazamientos que nos mantengan insatisfechos. Tal vez, lo que pretendemos conseguir sea justo lo contrario de lo que decimos y hacemos.
3.7.27. ERRORES EMOCIONALES DE LA MEMORIA
La importancia de la memoria es tal, que podríamos decir que, gracias a ella, sabemos quiénes somos. Nuestras costumbres, nuestra forma de reaccionar ante los acontecimientos, y, obviamente, el cúmulo de experiencias que nos acompañan, acaban definiéndonos.
Sin embargo, esta capacidad, es en realidad, un proceso mediante el cual, la información almacenada –no siempre de forma adecuada-, se recupera de un modo que podríamos definir como poco ortodoxo. La memoria construye los recuerdos al evocarlos y, al hacerlo, comete errores. En este sentido, Daniel Schacter, exdirector general del departamento de Psicología de la Universidad de Harvard identifica siete fallos frecuentes de la memoria.
El primero, el error de transcurso, se refiere a la disminución de la retentiva debido al paso del tiempo. La ausencia de conciencia hace referencia a dificultades para recordar causadas porque se prestó poca atención en el momento de almacenar la información. Por ejemplo, puede que no recuerde dónde dejé las llaves porque estaba hablando con alguien en el momento de guardarlas.
En otras ocasiones, me resulta difícil recordar algo porque otro recuerdo interfiere, como ocurre cuando no logro acceder al nombre antiguo de una cafetería porque sólo me viene a la cabeza la denominación actual.
Otro error es la atribución errónea, y se ha descrito, por ejemplo, en víctimas de robos que al tratar de identificar al agresor lo confundieron con otra persona que habían conocido el mismo día del delito.
La sugestión es un efecto similar que perturba la memoria. Imaginemos que nuestra bicicleta de la infancia era roja, pero nuestro hermano mayor nos repite una y otra vez que era verde. En un caso así, podríamos acabar viéndola verde en nuestro recuerdo.
La propensión se refiere a que ciertas vivencias de un contenido emocional fuerte tienden a contagiar, en nuestro recuerdo, el tono afectivo de otras experiencias cercanas. Por ejemplo, si evoco un verano enormemente gratificante, puedo creer equivocadamente que un determinado día en el que visité un museo me sentía muy feliz.
Por último, la persistencia, se trata más bien de un efecto contrario. En este caso la mente revive una y otra vez un acontecimiento traumático que nos ha afectado mucho; lo cual puede desencadenar fobias, cambios de carácter, etc.
De todo ello podemos concluir que la huella de nuestro paso por este mundo no es algo estático, sino fluctuante, vivo e influido por cuanto nos rodea.
3.7.28. EL PALACIO DE LA MEMORIA
En el siglo I a.C. se escribió un increíble libro anónimo titulado «Rhetorica ad Herennium» que define, de manera precisa y amplia, un procedimiento mnemotécnico que aún hoy en día emplean muchos de los ganadores de los campeonatos mundiales de memorización. Un método que les permite recordar hasta 500 dígitos en apenas 15 minutos.
Como podemos suponer, no se trata de una técnica sencilla, pero sí asequible a cualquier persona dispuesta a dedicarle la práctica y el tiempo necesarios. Consiste en estructurar la mente generando parcelas imaginarias en las cuales almacenar la información que deseamos recordar. Algo similar a un palacio con tantas habitaciones como elijamos. Una construcción simple y amplia, que puede ser parecida a nuestra casa, o a nuestra habitación. Es la clave para que los recuerdos adquieran un contenido emocional y gracias a ello se fijen mejor en nuestros archivos.
Posteriormente debemos identificar los lugares específicos donde vamos a almacenar los datos, ya sean un número, un nombre o una parte del discurso que nos proponemos exponer. Una vez hecho esto, hemos de memorizar el palacio que acabamos de crear. Si nuestro objetivo es recordar información en un orden determinado, deberemos construir un trayecto a través de las estancias, y aprendérnoslo. Nuestra imagen mental puede incluir colores, tamaños, olores y cualquier otra característica que nos ayude a definirlos.
Hecho esto, podemos colocar una determinada información en cada lugar. Por ejemplo, si lo que tratamos de memorizar es un discurso, las primeras frases pueden estar bajo el felpudo. Pero no es necesario guardar en cada uno de los hitos palabras o números. También podemos situar símbolos que nos evoquen la idea principal.
Ser creativos nos será de gran utilidad. Es decir, si localizamos en nuestro palacio cosas fuera de lo normal (por ejemplo, un caballo de cartón en una de las habitaciones), estaremos ligando la información a una emoción y eso la hará más memorable. Si quiero memorizar el número 124 y asocio el uno a una flecha, el dos a un cisne y el cuatro a una vela de barco, seguramente me será más fácil.
Finalmente hemos de recorrer nuestro palacio y realizar búsquedas. Si pretendo recordar el cumpleaños de un amigo, sólo tendré que entrar a una habitación de mi palacio y buscar en el cajón donde hay un lápiz y unas gafas de sol.
El desarrollo de esta capacidad mental puede aportarnos múltiples beneficios, además de retrasar considerablemente el deterioro intelectual. Conservemos, por tanto, aquello que deseamos guardar en nuestro luminoso y confortable palacio interior.
3.7.29. LA MEMORIA EMOCIONAL
Según las investigaciones científicas, existen dos tipos de memoria en las personas que, además, están ubicadas en diferentes regiones de nuestro cerebro. Por una parte, en el área denominada hipocampo, se almacenan los hechos y acontecimientos puros., mientras que es en la amígdala, en donde se archivan los recuerdos con alto contenido emocional.
Ambas memorias están conectadas, pero cada una gestiona un tipo de información. Por ejemplo, cuando escuchamos una canción conocida, el hipocampo nos traerá a la conciencia la letra y la melodía del tema; pero será la amígdala la que logre que experimentemos una poderosa sensación si es el caso de que esa pieza musical estuviera asociada a algún recuerdo importante para nosotros.
Seguramente esta división es la responsable de que el ser humano se haya sentido, a lo largo de su historia, confuso entre lo que siente y lo que piensa, ya que no necesariamente ambos tipos de recuerdos tienen que coincidir. Sería el caso del viejo cine al que acudíamos en nuestra infancia, que recordamos pequeño, incómodo y con mala calidad de sonido, al mismo tiempo que nos evoca un sentimiento de absoluta añoranza.
Por otra parte, y debido a que, como decíamos, ambas memorias trabajan coordinadas, se producen efectos de facilitación del recuerdo cuando un suceso nos conmueve. Si un hecho nos produce placer o nos provoca la risa, somos capaces de recordarlo mucho mejor. Es un dato clave que podemos tener en cuenta cuando tratemos de enseñar algo a un niño. Si logramos que éste aprenda contenidos asociados a vivencias emocionales, nos aseguraremos de que los recuerde durante toda su vida. Tanto es así que, como se ha demostrado, los últimos recuerdos que conservan los enfermos de Alzheimer son los emocionales.
En base a todo lo expuesto, quizá ya podamos comprender por qué a algunas personas les producen una sensación tan desagradable las palomas del parque, las cucarachas, o los pasillos oscuros, a pesar de que sean incapaces racionalmente de encontrar ningún elemento peligroso en ellos. Seguramente se debe a que en algún momento de su infancia, cuando su memoria racional aún se estaba desarrollando, experimentaron una vivencia muy desagradable con alguno de estos elementos.
Así de curiosa es nuestra memoria: dos áreas bien diferenciadas y cuyo funcionamiento se optimiza cuando ambas trabajan coordinadas. Así somos nosotros.
3.7.30 ADAPTARNOS AL CAMBIO
La mayoría de las personas tratan, de un modo u otro, de alcanzar un nivel de estabilidad que les permita manejarse en las diferentes situaciones de su día a día de forma relajada. Ordenar las responsabilidades diarias, las obligaciones y los espacios de ocio, con el fin de que no aparezcan demasiadas sorpresas que les distorsionen. En este sentido, las rutinas les permiten sentirse seguros.
Sin embargo, la seguridad nunca llega a ser un término absoluto en nuestra realidad. A menudo suceden cambios, y esa certeza se ve cuestionada. Pueden ser cambios en el trabajo (un traslado a otra oficina, un despido, una reubicación), cambios en nuestro sistema familiar (una ruptura, un hijo que se independiza, o que regresa al hogar), o a otros niveles (amigos que cambian de ciudad, aparición de limitaciones físicas). Cualquiera de estas situaciones imprevistas puede generarnos ansiedad, hacernos sentir desubicados, impotentes ante las eventualidades que no hemos elegido, que simplemente, suceden.
Spencer Johnson analiza en su libro “¿Quién se ha llevado mi queso?” las diferentes maneras en que podemos reaccionar ante los cambios imprevistos que suceden en nuestra vida. Según el autor, hay personas que detectan con mayor facilidad los pequeños indicios que preceden al cambio, y de ese modo, no les pillan tan desprevenidos.
Una vez ocurrido el cambio, hay quienes pasan gran parte del tiempo quejándose por la nueva situación, obcecándose en mantener sus costumbres y sus viejas estrategias, a pesar de que, en el nuevo escenario, esas herramientas ya no son útiles. Otros en cambio, aceptan rápidamente la nueva realidad y tratan de encontrar el modo de adaptarse a ella lo antes posible.
Spencer Johnson nos dice que las viejas convicciones no nos serán útiles en la nueva realidad, la que se nos presenta tras el cambio. Que si aceptamos que el cambio es un hecho y que también podemos encontrar el modo de ser felices en esta nueva situación, podremos alcanzar dicha felicidad mucho más rápidamente. Que observar pronto los pequeños cambios, nos ayuda a adaptarnos a los grandes cambios que están por venir. Que la mayoría de nuestros temores ante los cambios son irracionales o infundados.
Nos guste o no, los cambios suceden. Son inevitables. Ha sido así desde el principio de los tiempos. Cuando antes superemos la fase de bloqueo –quejándonos y manteniendo estrategias ya obsoletas-, antes alcanzaremos un nuevo estado de armonía y estabilidad.
3.7.31. REÍRNOS DEL MIEDO
En cierta ocasión, Woody Allen escribió: “La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema”. Con ello, además de dejar clara su opinión, provocaba en el lector una reacción visceral muy concreta que, en cierto sentido, rebajaba sus niveles de ansiedad permitiéndole pensar de un modo más efectivo.
En palabras del Dr. Lee Berk, profesor de patología en la Universidad de Loma Linda en California, el humor «sirve como una válvula interna de seguridad que nos permite liberar tensiones, disipar preocupaciones, relajarnos y olvidarnos de todo». La risa es una potente herramienta curativa. Una buena carcajada fortalece el sistema inmunológico del cuerpo, provoca una importante reducción en las concentraciones de hormonas de la tensión y un incremento en la respuesta inmune”.
Fue Norman Cousins, en 1979, el primero en proponer una relación entre el sentido del humor y la salud. Cousins describía cómo él mismo se recuperó de una enfermedad de los tejidos conjuntivos, que normalmente suele ser irreversible, mediante un tratamiento que incluyó, entre otras terapias, el visionado de películas cómicas de los hermanos Marx.
Asimismo, los estudios demuestran que los niños están mucho más dispuestos a reírse que los adultos. Un pequeño se ríe un promedio de trescientas veces al día, mientras que un adulto lo hace entre quince y cien. Lo cual nos puede ser de gran utilidad para cuestionarnos nuestra manera de afrontar el día a día.
Es un hecho contrastado que la risa provoca una tremenda liberación de hormonas como por ejemplo las endorfinas, relacionadas directamente con la sensación de felicidad. La explosión de carcajadas provoca algo muy parecido al éxtasis: aporta vitalidad, energía e incrementa la actividad cerebral. Cuando nos invade la risa, muchos músculos de nuestro cuerpo que permanecían inactivos se ponen en funcionamiento. Es un estímulo eficaz contra el estrés, la depresión y, evidentemente, la tristeza.
Pero también el sentido del humor puede representar una importante herramienta para afrontar situaciones bloqueantes ante las cuales, nuestro cerebro no está preparado para reaccionar. Su función es desdramatizar, liberarnos de esa carga de ansiedad que nos produce un conflicto determinado, un problema que no tiene solución, o un enemigo que nos asusta y nos paraliza. El sentido del humor nos permite acercarnos a los grandes temas sin amedrentarnos. En palabras del propio Woody Allen: “¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Hay posibilidad de tarifa de grupo?”.
3.7.32. LA NAVIDAD Y LA TEORÍA DE LOS PERIFÉRICOS
Estas fechas son propicias para los buenos propósitos, las iniciativas de cambio y mejora, los planes de futuro. En este tipo de situaciones, la Teoría de los Periféricos puede sernos de gran utilidad. Dicha teoría trata de delimitar el rumbo adecuado y sostenerlo en el tiempo para que esos planes lleguen a hacerse realidad del modo en que los habíamos planteado originariamente.
Según la Teoría de los Periféricos, que acuñé hace tiempo, la forma correcta de afrontar un cambio pasa por una reflexión inicial acerca de los motivos que tenemos realmente para cambiar y una valoración de los elementos con los que contamos para alcanzarlo (nuestra propia energía, las personas y las herramientas que pueden ayudarnos). En base a todo ello definimos un objetivo y nos ponemos manos a la obra.
Sin embargo, una dificultad común es que, a medida que va pasando el tiempo y nos encontramos ya realizando actividades que nos permiten alcanzar nuestro objetivo, sin danos cuenta, comenzamos a olvidarnos de nuestra verdadera meta, ya que comienzan a surgir otros factores con sus propias demandas. Pongamos un ejemplo: Juan quiere conseguir una estabilidad económica, y desarrollarse profesionalmente aplicando los conocimientos que ha adquirido a lo largo de su formación. Afortunadamente es contratado en un puesto laboral que le permite alcanzar dicho objetivo, pero, de pronto, los conflictos y las situaciones intrínsecas del entorno de trabajo comienzan a exigir que Juan no se sienta “aceptado” en el grupo. Sólo si realiza ciertos cambios en su personalidad, o si adopta ciertas ideologías, habrá alcanzado el objetivo del grupo. Curiosamente, estos cambios nada tienen que ver con su puesto de trabajo, ni le permitirían desarrollarlo con mayor brillantez. Se trata sólo de una demanda del grupo de compañeros. Con el tiempo, el objetivo de Juan pasa a se la aceptación de su grupo. Por ese objetivo se sacrifica diariamente, hasta que olvida su objetivo propio, que tenía que ver con el desarrollo profesional y la estabilidad económica. Poco a poco, estos objetivos se van alejando, con lo cual Juan se siente frustrado, pero él ya no es consciente del porqué. Cuanto más frustrado se siente más trata de satisfacer al grupo, luchando por ser aceptado. Pero este empeño jamás le hará feliz, puesto que este no era su verdadero objetivo.
En ocasiones olvidamos nuestras metas y nos perdemos en los periféricos. Es decir, en las cosas que nos rodean, con sus propios objetivos. Hay quienes escriben su meta en un papel y lo llevan siempre en su cartera para no olvidarlo. Para tener presente que los esfuerzos que no redunden en la consecución de ese logro serán en vano.
3.7.33. BLOQUEOS EMOCIONALES
Es bastante frecuente que a las consultas psicológicas acudan personas planteando algo como lo que sigue: “En mi vida cotidiana soy simpático, extrovertido y conozco a mucha gente, en mi trabajo soy enormemente eficaz, como reconocen mis compañeros. Sin embargo, cuando surgen problemas en mi esfera personal me bloqueo, me cierro. No puedo evitarlo. Es como si temiese ser tocado en la herida”.
Nos guste o no, a la hora de resolver problemas, los seres humanos estamos influidos por las emociones. De este modo, existen unas sensaciones que nos facilitan la resolución de dichos conflictos. Se les llama ideas felices; el clásico “¡Ajá!” o “¡Eureka!”, que nos aportan una idea para iniciar el camino. Puede ser que a medida que avancemos en la solución de ese tema que nos angustia, descubramos que dicha idea inicial no era tan apropiada, pero lo importante es que nos produjo la excitación, la motivación necesaria para tomar cartas en el asunto. Y gracias a ese arranque fuimos capaces de alcanzar la solución con éxito.
Por el contrario, existen otro tipo de sensaciones, que llamamos bloqueos, que pueden frustrar nuestro intento de solución. Los bloqueos van acompañados de tensión y frustración, y hoy vamos a centrarnos en un tipo específico de bloqueos: los emocionales.
Los bloqueos emocionales suelen ir acompañados de apatía o pereza para comenzar la tarea, o miedo al fracaso o a hacer el ridículo. También aparecen cuando la persona está acostumbrada a que otros le resuelvan el problema, ya sean los padres, los amigos o la pareja. Además, si en el pasado nos acostumbramos a gestionar los problemas de un modo, es muy posible que sigamos haciéndolo de la misma manera. Por ejemplo, existen personas que directamente evitan las dificultades, hay quienes escapan de ellas ya sea a través de justificaciones, consumo de alcohol o drogas, pseudofilosofías que avalen la inoperancia, etc.
Nuestros bloqueos suelen nacer en la infancia, como medida de autoprotección contra experiencias traumáticas que nos produjeron tanto dolor que nuestra mente infantil no fue capaz de asumir. La vulnerabilidad, el temor al abandono, la falta de reconocimiento por parte de los adultos o simplemente la dificultad para relacionarnos con otros niños en la escuela pudieron dar lugar a bloqueos o traumas de mayor o menor relevancia.
¿Cómo afrontarlos? Identificándolos y aceptándolos en primer lugar, poniéndome metas fáciles y gestionando pequeñas dificultades para ir incrementando la complejidad progresivamente. Y algo a lo que pocas veces recurrimos: pedir ayuda y dejarnos ayudar. La cooperación con las personas que me rodean me hace mucho más eficaz.
3.7.34. MECANISMOS DE EVITACIÓN
Ya en su primer libro “El miedo a la libertad”, el psicoanalista alemán Erich Fromm, se planteaba hasta qué punto el ser humano es capaz de ser libre. Parece un hecho frecuente que muchas personas emplean mecanismos de evasión y conductas evitativas, a causa de una dificultad para afrontar una realidad que, de algún modo, no les satisface.
Ya en las primeras etapas de la infancia se ha comprobado que, algunos niños, se relacionan con los padres con un estilo de apego que se ha denominado “evitativo”, y se caracteriza por que el niño se protege de sus padres alejándose de ellos. El motivo es que siente o percibe que sus padres no satisfacen sus necesidades afectivas, y además le generan estrés, angustia y dolor. Por este motivo los evita, se distancia de ellos física y emocionalmente, buscando así una cierta seguridad.
Ya en la vida adulta, y especialmente en aquellas personas que experimentaron dificultades de este tipo en la infancia, pueden aparecer problemas para afrontar situaciones desagradables, como un conflicto laboral o familiar, o una problemática que requiere una respuesta eficaz. Ante tales circunstancias, algunas personas tienden a mirar hacia otra parte, es decir, evitar el afrontamiento. De este modo, los problemas se alargan innecesariamente generando un nivel medio de ansiedad, pero que se mantiene en el tiempo, y se favorece la acumulación de nuevos problemas que, como es natural, irán surgiendo en el futuro.
En cuanto a la evasión, en la sociedad actual, existen múltiples formas que alimentan este mecanismo. La nueva fase de la era digital, de hecho, apuesta por este camino; así como todas las maneras de gratificación inmediata que se nos ofertan.
Pero una manera de abordar esta dificultad puede ser la diferenciación entre el sufrimiento y el dolor, entendiendo que el sufrimiento es aquello que experimentamos cuando no afrontamos nuestra verdadera realidad: “No me siento bien con esta manera de alimentarme, pero sigo practicándola”, “Sé que me vendría bien hacer tal cosa, pero ahora no tengo ganas”, etc. Por el contrario, el dolor podemos concebirlo como la sensación que nos envuelve cuando afrontamos aquello que nos desajusta: “Salgo ahora a hacer ejercicio”, “Aclaro esta duda con determinada persona”, “Acepto que tengo un problema y busco ayuda” …
Mientras que el sufrimiento podría estar a la base de enfermedades psicosomáticas, y seguramente mantener nuestros niveles de ansiedad y desajuste de forma perenne, el dolor del afrontamiento (entendido desde este enfoque), supondrá una liberación, una forma de sanarnos.
3.7.35. LOS SUEÑOS Y EL MUNDO DESCONOCIDO
Durante siglos se pensó que los sueños eran inútiles. Pero hoy se ha demostrado que cuando nos impiden soñar, disminuye nuestra capacidad para aprender y para estar alerta durante el día. Según el psicoanálisis, los sueños son la manera que tiene el inconsciente de comunicarse con la mente consciente. Sin embargo, el inconsciente no se expresa a través de palabras, sino de imágenes, del mismo modo que lo hacen los niños, que se expresan a través de dibujos.
En palabras del filósofo indio Osho, no puede soñarse sin causa alguna. Los sueños revelan información veraz de nosotros mismos, porque no pueden falsearse ni manipularse, ya que en ellos somos meros espectadores. Cuando estamos despiertos, lo que decimos acerca de nosotros mismos es engañoso, está presente la moralidad, y rápidamente enmascaramos nuestros verdaderos deseos, racionalizamos nuestras verdades. En los sueños, en cambio, como también comparten los descendientes de Freud, la moral se relaja, y aparecen los auténticos deseos. Esto demuestra que vivimos de forma dividida, haciendo compartimentos estancos para el sueño y la vigilia.
Osho nos recomienda que tomemos nota de nuestros sueños nada más despertarnos, y que tratemos de entenderlos como mecanismo para conocer nuestro subconsciente. De este modo estaremos entendiéndonos a nosotros mismos.
Pero hay una clase muy específica de sueño, repleto de visiones horribles que dejan un fuerte impacto en nosotros mismos: las pesadillas. Su peor variante son los terrores nocturnos, que se producen durante las primeras horas de sueño, y tras ellos, la persona suele despertar de forma súbita en mitad de un grito, presentando sudoración, taquicardia e hiperventilación.
Muchos individuos, por otra parte, cuentan experiencias increíbles relacionadas con sus sueños: escenarios que se repiten periódicamente a lo largo de toda su vida, y en los cuales jamás han estado; o bien, situaciones anticipatorias que recrean acontecimientos que más tarde acabaron sucediendo.
Es también frecuente el deseo de las personas de interpretar los sucesos oníricos. En esta tarea, muchos autores coinciden en adscribir significados semejantes a determinados elementos. Por ejemplo, soñar con agua, como símbolo de cambio, y la inseguridad que dicho cambio pueda llevar implícito.
Como vemos, de momento no resulta fácil abordar este tema de manera racional, científica, objetiva. O al menos, parece ser que la ciencia aún no ha desvelado todos los secretos de esta fase de actividad cerebral que sigue conectándonos con el desconocido que hay en nosotros mismos.
3.7.36. LA FUERZA DE LA PRIMAVERA
Parece un hecho probado que los cambios de estación tienen importantes influencias sobre nuestro cuerpo y nuestra mente. Con la llegada de la primavera aumentan las horas de luz y por lo tanto la radiación solar. El ambiente se carga con partículas de polen, suben las temperaturas, y todo ello nos afecta directamente.
En primer lugar, y como consecuencia de estos cambios, nuestro organismo modifica la producción de hormonas como la melatonina, encargada de regular nuestros ciclos de sueño, nuestras emociones, el apetito, o la sexualidad. Igualmente aumenta la secreción de feromonas, las cuales generan un efecto de atracción para otras personas. Por su parte, las oscilaciones en el flujo de oxitocina, dopamina y noradrenalina influyen positivamente en nuestro humor.
Además, comenzamos a reducir el número de prendas con las que nos cubrimos y solemos elegir colores más vivos para ellas. También sentimos más ganas de salir a la calle. Como consecuencia de ello, y de nuestro mejor ánimo, aumenta la probabilidad de nuevas relaciones de pareja. Así lo señalan muchos psicólogos y sociólogos.
Y es que, los efectos de la luz en nuestro organismo son increíbles. En este sentido, la optogenética, que consiste en estimular con luz determinadas conexiones neuronales, ha demostrado tener efectos regeneradores en alteraciones como, por ejemplo, las que produce el consumo de cocaína. Así, Christian Lüscher, investigador de la Universidad de Ginebra (Suiza), ha regenerado, en ratas, el tejido cerebral afectado por el consumo de droga. Para hacernos una idea de la futura trascendencia de esta novedosa técnica, digamos que la optogenética fue elegida el Método del año, en todos los campos de la ciencia y la ingeniería por la revista de investigación interdisciplinaria «Nature Methods».
También contamos con el enfoque de los ritmos biológicos, que explica que las tareas que realizan muchas de nuestras células están determinadas por las oscilaciones externas de luz o de los propios hábitos alimenticios.
Desde el enfoque sociológico, resulta muy curioso pensar en la coincidencia de determinados movimientos revolucionarios como La primavera de Praga, la Primavera Árabe, o el Mayo del Sesenta y ocho en Francia. ¿Será una mera casualidad, o la idea de renacimiento está presente en esta época de forma global?
En suma, podemos ver que existe una profunda conexión entre nosotros mismos y la naturaleza. Que probablemente, el sentimiento de armonía tiene mucho que ver con no tratar de oponernos a este influjo, sino más bien con aceptarlo y aprovecharlo como aprovecha el barco la fuerza del viento.
3.7.37. EN BUSCA DE LAS FEROMONAS HUMANAS
Pese a que se habla mucho de ellas desde hace décadas, y los laboratorios hacen todo lo posible por localizar a las feromonas humanas y las estructuras internas que nos permiten percibirlas, son muy recientes los estudios que han logrado aportar resultados alentadores acerca de su existencia.
Las feromonas son unas señales químicas que sí se han identificado en otros animales como las abejas, los gatos, los conejos o los jabalíes, y que les permiten comunicarse entre ellos. En ocasiones para alertar acerca de peligros acechantes, en otros casos para delimitar los territorios, y en otros, para despertar la conducta de apareamiento.
Sin embargo, en el caso de los humanos, la mayoría de los científicos parecían descartar este tipo de comunicación. Fue Martha McClintock, una estudiante de psicología de Harvard la primera en hablar de su existencia, al percatarse de que, cuando varias mujeres convivían juntas, sus períodos menstruales se sincronizaban. Martha, elaboró varios estudios para demostrarlo.
En 1998, los investigadores Kathleen Stern y la propia Martha McClintock, supusieron que estas feromonas debían transmitirse por el sudor, de modo que realizaron un experimento sorprendente. Pidieron a un grupo de mujeres que colocaran un algodón en sus axilas durante varias horas. Posteriormente enmascararon el olor de dicho algodón con unas gotas de alcohol, y lo dieron a oler otras mujeres que se encontraban a kilómetros de distancias de las primeras. Por increíble que parezca, también en esta ocasión, los periodos menstruales se sincronizaban.
Pese a todo, la controversia con estudios posteriores fallidos y la incapacidad de identificar y aislar dichas feromonas, llevó al desánimo de muchos científicos.
No ha sido hasta este año, cuando investigadores de la Academia China de Ciencias, parecen haber localizado a las escurridizas moléculas. Se trata de la androstadionona, un esteroide masculino que se encuentra en el semen, el vello axilar y en la piel de las axilas; y el estratetraenol, un derivado de una hormona sexual femenina presente sobre todo en la orina de las mujeres y en sus genitales. Pues bien, estos investigadores han descubierto que la feromona masculina provoca reacciones en las mujeres heterosexuales, y hombres homosexuales, facilitando la liberación de cortisol que estimula su sistema simpático, y además les ayuda a identificar como masculina a una silueta humana de aspecto ambiguo, cuando huelen un compuesto que contiene dicha sustancia. Ocurren los mismos efectos, en hombres heterosexuales cuando se exponen a la feromona femenina.
Son los primeros pasos para constatar que, seguramente, las formas de comunicación entre los seres humanos son mucho más complejas de lo que pensábamos.
3.7.38. MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS
A la hora de comunicarnos con los demás, empleamos, por lo general, el lenguaje oral o el escrito. Así logramos transmitir una información de forma rápida y eficaz. Ahora bien, si nos detenemos sobre esta idea, veremos que, en ocasiones, estos medios son insuficientes. Cabe la posibilidad de que lo que necesitemos transmitir no pueda encorsetarse bajo la forma de la palabra. Es el caso de los sentimientos. Verbalizar un sentimiento resulta incómodo, y podemos sentir que lo hemos estereotipado. Que sólo hemos representado un convencionalismo, que no termina de abarcar esa sensación.
Pese a que las manifestaciones artísticas son algo más que una forma de expresarse, podemos otorgarles esa capacidad para hacer llegar al espectador un sentimiento determinado. Por ejemplo, en pintura, obras como “El grito” del noruego Edvard Munch logran transmitirnos con exactitud esa ansiedad del autor que necesita ser liberada. La aceptación de la derrota y la nobleza del vencedor con ese gesto respetuoso, quedan patentes en “La rendición de Breda”, lienzo pintado por Diego Velázquez. Del mismo modo que la mercantilización del arte se refleja en la mayor parte de la obra de Andy Warhol.
Con la música sucede algo similar. Siendo el arte más abstracto, actúa como soporte perfecto para canalizar esos conceptos que se escapan de las concreciones. Por eso nos emociona una canción, o nos revitaliza otra.
Cómo no sentir tristeza al escuchar la “Marcha fúnebre para el funeral de la Reina María” de Henry Purcell, o acercarse a la redención con la “Lacrimosa” del último réquiem compuesto por Mozart, o experimentar la energía con el “We Will Rock You” de los Queen.
Determinados colores (cálidos o fríos), determinadas formas (curvas o angulosas), determinados sonidos (armónicos o estridentes), logran generar en nuestro interior sensaciones como ninguna palabra podría hacerlo. Posibilitan que conectemos con determinado recuerdo, que nos alegremos, que nos llenemos de arrojo…
Educarnos en el manejo de cualquiera de estas manifestaciones artísticas nos servirá para sacar de nuestro interior esas sensaciones y compartirlas con el mundo. No resultará tarea fácil llegar a manejarnos diestramente en estos campos, como no lo es aprender a escribir, pero probablemente merezca la pena.
Observemos en los niños ese impulso por coger unas ceras de colores y esbozar sobre el papel las imágenes que encuentran en su interior. Cómo eligen los colores y cómo representan emocionalmente su percepción de cuanto les rodea. No sería, por tanto, descabellado retomar aquella temprana iniciativa, buscar un modo no verbal de representar un sentimiento, y transmitirlo. Tal vez nos sorprendamos.
3.7.39. EL COLOR
Si observamos, por ejemplo, imágenes del CERN, el Gran Colisionador de Hadrones construido en Ginebra, podemos percatarnos del uso que sus ingenieros han hecho del color a la hora de diseñar las instalaciones: grises, amarillos vivos y azules puros. A priori, podríamos suponer que se trata de una simple casualidad.
Además del diseño, otros campos han tratado de teorizar sobre el uso del color en nuestro entorno aportando conceptos de gran interés. Por un lado tenemos la ergonomía, de tradición occidental, que persigue la optimización de las relaciones entre personas, máquinas y ambiente para disminuir el riesgo de lesiones y aumentar la productividad en el entorno laboral, y que se forma a partir de múltiples disciplinas como la psicología, la fisiología y la antropometría entre otras.
Según la ergonomía visual el color nos influye sobre el estado físico y psíquico, y puede alcanzarse una mayor comodidad y eficacia cuando una persona realiza tareas en un entorno armónico. Además, el color influye directamente sobre la presión de la sangre, los músculos y los nervios, y provoca importantes asociaciones en el cerebro humano. Por lo tanto, puede tener efectos estimulantes o relajantes.
Por otro lado, el Feng Shui, de tradición oriental, es un ancestral sistema de estética basado en la doctrina taoísta que trata de comprender las relaciones entre la naturaleza y los seres humanos, y su principal objetivo es que la energía universal (chi) fluya en todos los ambientes.
Según el Feng Shui, los colores marrones, que representan la seguridad y estabilidad, son apropiados para el suelo. Los grises transmiten formalidad y autoridad, por eso se utilizan para lugares de trabajo combinados con azules que nos tranquilan y nos armonizan. Por su parte, el rojo, color chino de la suerte, ha de utilizarse con moderación, especialmente en detalles decorativos. El blanco, color de la limpieza y la pureza es recomendable para los cuartos de los niños y la cocina, en combinación con una tonalidad oscura y suave que lo equilibre. El color amarillo simboliza el sol, y nos evoca una sensación de alegría, creatividad y claridad mental, por eso, se recomienda aplicarlo en oficinas, y dentro del hogar, en la cocina o las habitaciones de adultos jóvenes.
No es de extrañar, por tanto, que los diseñadores hayan elegido colores que impriman formalidad, armonía, alegría y claridad mental a la hora de decorar el famoso Acelerador de Hadrones. En realidad, se trata de un conocimiento ancestral del que todos podemos beneficiarnos.
3.7.40. LOS JUGUETES DE LA INFANCIA
Muchos pacientes que acuden a consulta psicológica identifican grandes diferencias entre las personas que querían ser y en las que finalmente se han convertido. A lo largo de los años, nos vemos expuestos a multitud de situaciones que nos demandan cambios importantes en nuestro modo de comportarnos. Desde algunos tipos de escuelas, que transmiten la importancia de reprimir nuestra naturaleza inquieta y curiosa y limitan nuestra capacidad de aprendizaje activo, hasta el puesto de trabajo, donde podemos llegar a sufrir una cierta alienación al confundir nuestros objetivos iniciales y priorizar intereses meramente económicos, pasando por los propios grupos sociales. Ciertas familias, por ejemplo, tratan de imponer sus expectativas acerca del rol que deberíamos desempeñar. También el grupo de amigos o la pareja puede luchar por imponernos su propio criterio sobre quiénes deberíamos ser. Tal vez más fríos, más inflexibles, más serios, más temerosos.
Cuando esos cambios no se interiorizan verdaderamente o no son elegidos por nosotros mismos desde una necesidad interna, puede llegar un momento en que nos sintamos como si nos hubiéramos estado poniendo disfraces, uno sobre otro, y al final, ya no sabemos quiénes somos realmente.
Un ejercicio terapéutico, en estos casos, ciertamente eficaz, es regresar a la época en que nuestra esencia se mostraba con mucha mayor claridad: la infancia. Aquel tiempo en que nos dedicábamos básicamente a jugar. Y un buen modo de conectar con aquel momento es recuperando nuestros juguetes: la colección de cromos o pegatinas, las piezas de las construcciones, los coches de plástico, los muñecos, la colección de monedas. Pocas cosas causan tanta emoción, porque entre aquellas reliquias que han sobrevivido a los años, se encuentra nuestra ilusión, la emoción que nos causaban aquellos juegos cuyas limitaciones eran suplidas por nuestra imaginación. Cuando soñábamos con ser pilotos de naves espaciales, o actrices de cine, o científicos locos capaces de devolver la vida a los animales muertos.
Aunque no lo creamos, aquella capacidad de emocionarnos, de imaginar mundos imposibles en el salón de nuestra casa, la seguimos conservando. Podemos volver a poner en práctica antiguas aficiones como pintar, tocar un instrumento musical. Podemos preparar la comida con más imaginación u organizar una sorpresa para quien decidamos. Hay quienes ni siquiera recuerdan qué les gusta hacer. Sin embargo, en aquella vieja caja de juguetes, se conservan las respuestas.
Aquel niño que fuimos, que tanto disfrutaba con sus juguetes, es la persona que seguimos siendo bajo todos esos disfraces. La persona que estamos llamados a ser.
3.7.41. LA LEYENDA DE KALI HAME
Fue el filósofo inglés George Berkeley, padre del idealismo subjetivo, quien afirmó “Esse est percipi”, que puede traducirse como “El ser, es el ser percibido”, y se refería a que sólo se puede existir si se es percibido por alguien.
Nuestras creencias afectan de forma decisiva a la forma en que percibimos el mundo. A lo largo de los años, y basándonos en las interpretaciones que hacemos de los sucesos que vivimos, acabamos conformando nuestra verdad. Imaginemos el caso de un niño pequeño que cae al suelo de la bicicleta. Los padres le miran alarmados y el pequeño no sabe muy bien qué ha sucedido ni cómo reaccionar. Si el asunto no es grave, los padres pueden reír, en cuyo caso, es muy probable que su hijo ría también. Pero del mismo modo pueden asustarse, provocando sus lágrimas, o reprocharle la torpeza, generándole miedo y desconfianza.
Estas y muchas otras influencias determinan que existan adultos que piensen que el mundo es un lugar horrible, algunos lo juzgan peligroso, y para otros es, sencillamente, divertido.
Dentro de unos niveles promedio, cada manera de enfocar la vida puede resultar eficaz. Y es a través de la socialización, del hecho de poner en común con los demás nuestra manera de pensar, como esas tendencias se van puliendo sin llegar a ser patológicas o dañinas. El riesgo se encuentra en aquellas personas que bien por aislamiento social, o bien porque dejan de escuchar la opinión de los demás, van alimentando su punto de vista, sea cual fuere, y lo refuerzan interpretando todo lo que sucede a su alrededor. Esta forma de dogmatismo sordo ante el resto de criterios puede volvernos inflexibles y con dificultades para adaptarnos a situaciones nuevas.
Existe una leyenda que aporta un interesante punto de vista en casos como este. Según cuenta la historia, Kali Hame era un ser del bosque al cual no le afectaba el miedo que acompaña a las enseñanzas de los maestros. Tampoco había caído presa de las experiencias desagradables que suceden con el pasar de los años. Kali Hame era capaz de ´ver la bondad en el corazón de las personas, por eso no interpretaba sus acciones de forma negativa o prejuiciosa. Cuando un viajero la encontraba en su camino, en ocasiones le contaba sus desgracias. Ella le escuchaba todo el tiempo que fuera necesario y, cuando terminaba, sólo pronunciaba unas pocas palabras amables. Según dicen, el viajero, al verse a sí mismo a través de la mirada limpia y desprejuiciada de aquella joven, se sentía dichoso y rompía a llorar. Luego proseguía su camino más ligero.
3.7.42. LA SOLEDAD
Puede uno estar diariamente rodeado de muchas personas, y comunicándose digitalmente en cada uno de los espacios vacíos, y sin embargo, sentirse solo. En la era de la interconectividad a escala global, parece que lo que nos gratifica realmente son las relaciones humanas de calidad, la cercanía afectiva, permanecer en verdadera sintonía con otras personas.
A la soledad no elegida se le considera un mal de nuestro tiempo, y genera angustia y otras sensaciones desagradables. Para evitar estas reacciones, puede que provoquemos vínculos apresurados, pero este sistema de acercamiento al otro como medio para evitar el vacío, suele conllevar aún mayores frustraciones.
La verdadera solución pasa por comprender la naturaleza de ese sentimiento de soledad. Es probable que, en el fondo, sea la propia persona que se siente sola, la que esté rechazando la posibilidad de cercarse a los demás o de que los demás de aproximen. Quizá sea por miedo a sufrir, a depender de otros, por el recuerdo de experiencias pasadas desafortunadas, o por frustraciones que no se siente capaz de afrontar.
Sea como fuere, el primer paso es ser capaz de convivir con uno mismo. Si no logramos disfrutar de una tarde a solas, difícilmente podremos compartir la calma con otro. Por ejemplo, entre las personas que padecen dependencia emocional, hay quienes encuentran dificultades para identificar sus propias preferencias, sus propios gustos, porque mayormente se han centrado en los gustos de los demás. ¿A qué lugares le apetece realmente viajar? ¿Qué tipo de música le gusta de verdad? También les cuesta disfrutar sin la compañía de otros. Disfrutar de un café, de un paseo, de una película, de un viaje…
De igual modo, es importante que el acercamiento a otra persona esté libre del peso de las heridas del pasado. Para ello es mucho más eficaz dedicar el tiempo que sea necesario a recuperarse, a ser autónomo; en lugar de apresurarse con nuevas amistades o relaciones. Aprender a estar solo, a cocinar para uno mismo, a realizarse por uno mismo, a gustarse a uno mismo, sin la dependencia de valoración externa.
Así, llegado el momento, el acercamiento a la nueva persona debería de cuidarse con mimo. Si nos otorgamos todo el valor que merecemos, también se lo daremos al otro. Si valoramos nuestras ideas, nuestra compañía, nuestro espacio, nuestra propia imagen, igualmente respetaremos las de la persona que estamos conociendo. Sin exigirle que sea quien no es para suplir nuestras carencias, y viceversa. Porque ya no estamos con esa persona porque la necesitamos, sino porque la elegimos.
3.7.43. RECOBRAR LA MOTIVACIÓN
Es frecuente que a las consultas de psicología acudan personas con problemas a la hora de sentir la motivación necesaria para desarrollar las tareas cotidianas. Han perdido, según dicen las ganas, la ilusión. Desde hace algunos meses dejaron de dedicarle tiempo a sus actividades preferidas: al ocio, al deporte, a disfrutar del día a día. Apenas se dieron cuenta de ello, puesto que se encontraban demasiado centrados en sus obligaciones.
Al cabo de un tiempo comenzó a costarles levantarse de la cama cada mañana. No sentían ganas de sonreír, y las personas cercanas comenzaban a detectarlo. Cada vez se mostraban más irritables, más fatigados, más tristes. Llegó un momento en que apenas se veían capaces de cumplir con sus obligaciones. Habían perdido la armonía.
Llegados a este punto, y teniendo en cuenta, que muchos de estos sujetos ni siquiera conocen la causa de esta falta de ánimo, podemos sugerir algunos pasos, encaminados a recobrar aquel pulso vital que les caracterizaba en el pasado cuando los ojos les brillaban.
Al primer paso lo llamaremos “Fase ortopédica”. Según la Real Academia de la Lengua, la ortopedia es el arte de corregir o de evitar las deformidades del cuerpo humano, por medio de ciertos aparatos o de ejercicios corporales. Aplicado a la terapia psicológica, digamos que en este primer momento debemos corregir nuestras conductas apáticas tales como verbalizar repetidamente lo mal que nos encontramos, o el quedarnos en la cama más tiempo del necesario. Se trata de sonreír, aunque sea de modo artificial, expresar frases como “comienzo a encontrarme un poco mejor”, obligarnos a realizar ejercicio físico moderado.
En segundo lugar, resulta muy importante evitar los estresores y acercarse a los elementos motivadores. Para ello es necesario identificar todo aquello que nos causa sufrimiento: las personas con las que habitualmente discutimos, las actividades que nos angustian, por ejemplo, conducir tramos de vía saturada por el tráfico, asistir a reuniones sociales donde nos vemos obligados a transmitir una falsa apariencia. Por otra parte, es quizá el mejor momento para acudir a esas pocas personas con las que tenemos confianza absoluta y dejarnos ayudar por ellas.
El tercer paso es comenzar a cumplir un programa diario de actividades ajustadas a nuestro estado. No son recomendables las heroicidades ni la falsa confianza. Incluir un espacio para la alimentación, para conversaciones tranquilas con las personas que amamos, para disfrutar calmadamente de tareas que nos gustan.
Llegados a este punto, probablemente estamos preparados para acceder a la cuarta y última fase, que consiste en encontrar la causa de esta tristeza tan duradera. Debemos encontrarla para asegurarnos de que no se repite, pero no lo lograremos empleando nuestra parte intelectual, sino dejando libres nuestras emociones.
3.7.44. EL VALOR DE LA RESPONSABILIDAD
Para ilustrar el valor de la responsabilidad, veamos el siguiente caso real:
Alberto se levanta a las ocho de la mañana. Es lunes y se dispone a emprender su búsqueda de trabajo con energía. Se dice a sí mismo que hoy va a repartir un montón de currículums y a cumplir con todas las actividades programadas. Prepara un café y se sienta con ánimo frente al ordenador. Casi sin darse cuenta comienza a pensar en lo complicadas que están las cosas en nuestra sociedad, y el tiempo que lleva perdido. Cada vez se le hace más cuesta arriba creer que su situación pueda mejorar. Está terminándose el desayuno, ya algo desmotivado, cuando recuerda a su amigo Fernando, que hace poco rompió con su novia, y atraviesa una mala racha. Decide llamarlo y ver cómo se encuentra. Finalmente quedan para hablar, y Alberto aconseja a su buen amigo estrategias para superar este bache tan doloroso. Fernando le agradece enormemente su dedicación, aunque se siente un poco culpable de robarle tiempo a Alberto. Un tiempo que debería destinar a mejorar su situación laboral.
Esta escena se viene repitiendo, en realidad, varias veces a lo largo de las últimas semanas. Y finalmente, ni Alberto llega a entregar un solo currículum, ni Fernando termina de olvidar a su exnovia, ya que se pasa el día hablando de ella. Recordando innumerables vivencias agradables y desagradables, en estas charlas con su amigo. En conclusión, ambos se retroalimentan en esa situación angustiosa.
El término responsabilidad suele generarnos un cierto peso. Lo relacionamos con algo aburrido, gris, incómodo. Pero no tiene por qué ser así necesariamente. La responsabilidad tiene que ver con ser nosotros mismos la causa de los hechos que nos suceden. En realidad, justificarnos con factores externos no va a sernos muy útil, tengamos o no razón, porque finalmente, es de nuestra vida de la que hablamos. ¿Qué ocurriría si confiáramos en nosotros mismos y empleáramos nuestra creatividad? Veámoslo:
Alberto se sienta frente al ordenador y se da cuenta de que no va a tener fuerzas para afrontar la árida tarea de enviar currículums. De modo que llama a su amigo Fernando, que también se encuentra desmotivado por la dolorosa ruptura, y le pide ayuda. Casualmente Fernando tenía un proyecto aparcado hace tiempo que podrían desarrollar entre los dos, y probablemente sería un buen negocio. Esa misma mañana se ponen manos a la obra.
En pocos meses, los dos amigos han montado una pequeña tienda de comida precocinada. Justamente es allí donde Fernando conoce un buen día a la futura madre de sus hijos.
3.7.45. HÁBITOS DE SUEÑO
Curiosamente, aunque pasamos casi un tercio de nuestra vida durmiendo, por lo general desconocemos gran parte de lo que nos ocurre durante esta fase. Sin embargo, en los últimos años, los investigadores han descubierto algunos hallazgos sorprendentes en este terreno.
En primer lugar, cada vez resulta más probado hasta qué punto, dormir mal nos afecta. Teniendo en cuenta que es en este estado mental, cuando el cerebro consolida los aprendizajes, o por decirlo otro modo, se ordena, se ha demostrado que cuando no dormimos lo suficiente, comenzamos a presentar dificultades para tomar decisiones y para desarrollar eficazmente nuestro trabajo o nuestros estudios.
También aparecen problemas de memoria, ya que es durante la fase REM del sueño cuando las vivencias se archivan en nuestros bancos de memoria.
Del mismo modo, cuando dormimos mal, nos volvemos irritables y depresivos, como revela una investigación realizada en la Universidad de Pennsylvania. El apetito sexual también se pierde, de forma paralela al agotamiento que experimentamos y al aumento de la tensión arterial.
Otros efectos de este déficit de sueño son el incremento del apetito, problemas metabólicos a la hora de responder a la insulina -pudiendo llegar a generarse una diabetes-, problemas para hacer frente al estrés, incluso deterioro de nuestra capacidad visual, ya que nuestros ojos no se limpian y refrescan suficientemente.
De igual modo, el estrés que experimentamos durante el día influye también en nuestra forma de dormir. Uno de los síntomas de la ansiedad emocional es la aparición del bruxismo, un trastorno caracterizado por un movimiento y una presión de las mandíbulas que padece ya el 45% de la población y que produce incómodos dolores en las mandíbulas, fractura de piezas dentales, etc.
Otro de los curiosos hallazgos que recientemente se han realizado en esta área, relacionan el coeficiente intelectual con los patrones de sueño. Según la investigación que Satoshi Kanazawa realizó en el London School of Economics and Political Science, las personas más inteligentes prefieren acostarse más tarde. Es decir, tienden a ser más activos durante la noche, mientras que aquellos que puntúan más bajo en los test de inteligencia suelen dormirse antes.
Según estos investigadores las personas más creativas se encuentran más cómodas en la tranquilidad nocturna, pero, del mismo modo, y según la psicóloga Marina Giamnietro, también los noctámbulos presentan menor estabilidad emocional, y suelen caer en la tristeza con más frecuencia.
3.7.46. EL PRINCIPIO DE ECONOMÍA
A la hora de comprender nuestra conducta, es importante que tengamos en cuenta un criterio que explica, en buena medida, la mayoría de nuestros actos: El principio de economía. Ciertamente nuestros valores éticos y morales, nuestras creencias religiosas y todo aquello que hemos aprendido a lo largo de los años, nos influye enormemente a la hora de tomar decisiones y actuar. Sin embargo, el ser humano, así como el resto de los seres vivos, tiende a economizar energía, pues de ello depende su supervivencia. De este modo, cada uno de sus comportamientos se va volviendo cada vez más refinado, es decir, menos costoso. Y por costoso nos referimos a la cantidad de recursos que dedica a la tarea.
Desde un simple pestañeo, necesario para humedecer y limpiar el ojo, nuestra conducta tiene siempre una finalidad, y la desarrollamos del modo más eficiente que conocemos.
Un buen ejemplo de esta regla esencial lo encontramos en la asunción de responsabilidades. En muchas ocasiones, cuando varias personas viven bajo un mismo techo, existen conflictos porque alguno de ellos considera injusta o desigual la distribución de las responsabilidades, por ejemplo, en lo referente a tareas domésticas. Ese sentimiento de injusticia le lleva a quejarse y pedir, una y otra vez, un mayor equilibrio. Además, suele ocurrir que, quien se queja, es justamente aquel que asume más tareas, y no llega a comprender por qué los demás no caen en la cuenta de dicha injusticia. Más allá de consideraciones éticas, podemos entender que, el principio de economía está actuando. Sencillamente, para los demás resulta menos esforzado acostumbrarse a la desigualdad y soportar las quejas, que actuar.
Lo que pocas veces se pregunta el sujeto de nuestro ejemplo, es por qué realiza él más tareas que los demás. Y por eso, tarda en comprender que la solución al problema no está tanto en los demás como en sí mismo. Un sencillo abandono de las responsabilidades que le exceden suele generar la asunción de estas por parte de los demás.
Puede parecernos, el de economía, un criterio vulgar y prosaico, indigno de seres humanos capaces de regirse por valores muy superiores. Y aunque sea cierto, ello no deja de ser más que una valoración subjetiva. Recordemos que todo ser vivo posee una cantidad limitada de recursos, y que las especies que no logran gestionarlos del modo más eficiente, sencillamente, se extinguen. Por otra parte, comprender nuestras propias motivaciones, no facilita adaptarnos al mundo, relacionarnos mejor con los demás, y encontrar un equilibrio saludable.
3.7.47. LA EMOCIÓN CONTRA EL ALZHEIMER
Pese a que el 99,6% de los ensayos clínicos contra el alzhéimer han fracasado, y que se calcula que en 15 años habrá en España, unos siete millones de afectados, los científicos siguen afanándose por encontrar una cura. De momento, existen algunos resultados esperanzadores:
Por una parte, la neurobióloga Joy Yu, de la empresa estadounidense Genentech, ha publicado recientemente un tratamiento enormemente eficaz, y probado hasta la fecha con ratas y monos, que permite prevenir la acumulación de un producto patológico que se genera en el cerebro de los enfermos de Alzheimer. Se trata concretamente de unas placas de beta-amiloide que proliferan en el encéfalo y se cree causantes de la enfermedad.
Por otra parte, neurocientíficos del Instituto Max Planck de Neurociencia y Cognición Humana de Leipzig (Alemania) realizaron un doble experimento con personas sanas y pacientes con Alzheimer, demostrando que la música, o el recuerdo de ciertas canciones significativas, es inmune a la enfermedad. De hecho, muchos afectados no saben ni su nombre, pero reconocen las canciones que les emocionaron. Esto sucede, al parecer, porque la música se aloja en zonas del cerebro diferentes de las áreas donde se guardan los otros recuerdos. Concretamente se demostró que, al rememorar las canciones, se producía una mayor activación del giro cingulado anterior. Y precisamente, esta zona se atrofia con el avance de la enfermedad hasta 50 veces menos que otras zonas del cerebro. Pero lo más sorprendente es que, la actividad de dicha área cerebral puede llegar incluso a mejorar en los enfermos de Alzhéimer. En otras palabras, podría tratarse de la región que compensa la pérdida de funcionalidad de las otras.
Cuanto más avanzamos en el estudio de esta enfermedad, más nos damos cuenta de que la emoción es la puerta al recuerdo, y que los recuerdos que más perduran son los que están ligados a una vivencia emocional intensa; como lo son los recuerdos musicales, pero también los futboleros.
Efectivamente, en 2014, un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona demostró que hablar de fútbol ayuda a las personas con Azheimer y deterioro cognitivo, mejorando su memoria, atención y estado de ánimo. También ellos coincidían en que el Alzheimer no borra las emociones, y así, basándose en la terapia de reminiscencia, elaboraron ejercicios para recuperar la memoria con pruebas de recuerdo del nombre de jugadores de fútbol de hace 40 años. Los resultados fueron sorprendentemente positivos.
3.7.48. TÉCNICA DEONTOLÓGICA DE VENTA
Cuando nos detenemos a analizar las técnicas y consejos con que habitualmente se forma a los vendedores para que estos logren cerrar los acuerdos comerciales de forma exitosa, encontramos que una de las características fundamentales de su labor es la persuasión. La capacidad de seducción. También se hace referencia al modo en que debe de enfocar sus relaciones sociales, entendiendo que casi todas las personas que le rodean son potenciales compradores. Así mismo, deben aprovechar la ansiedad que generalmente invade la mente del comprador, ávida de satisfacción inmediata, para acelerar la venta.
Podríamos pensar que todas estas estrategias no son todo lo consideradas que cabría esperar con el vendedor. De hecho, este modo de afrontar la emocionalidad y la relación con el cliente suele generar problemas colaterales en él. La impulsividad y el gusto por el riesgo que pueden caracterizar a un comercial, la fluctuación de sus resultados laborales y la consiguiente inestabilidad de sus ingresos, y el hecho de que, en ocasiones, deba enfocarse sólo una parte de la verdad para lograr cerrar un acuerdo, generan, en ocasiones, alteraciones.
También ocurre que, como resultado de este modo de proceder, el comprador, puede sentirse manipulado o arrepentirse, con el tiempo, de haber tomado una decisión de compra poco apropiada.
La Técnica Deontológica de venta, propone un enfoque basado en la satisfacción del vendedor y de la propia relación establecida con el comprador. No se trata en ningún caso de desatender las necesidades de este último. Más bien, todo lo contrario. Se centra en alcanzar una relación adulta, honesta y transparente por ambas partes. De igual modo, tampoco se pretende frustrar los intereses de la empresa que persigue unos objetivos determinados en lo referente a las ventas de sus productos.
Si partimos del nombre, comprendemos que la deontología se aplica fundamentalmente al ámbito de lo moral. “Deon”, en griego, significa “lo conveniente, lo debido”, mientras que “logía” alude al conocimiento o estudio.
En cuanto a la aplicación concreta de estas estrategias, digamos que se centran fundamentalmente en la satisfacción a medio y largo plazo del comprador, a través de un análisis detenido y honesto de sus necesidades, una correcta información de las opciones de compra existentes, y una motivación para que medite su decisión; facilitando la posibilidad de que pida consejo a personas significativas para él. Todo ello constituye un valor añadido y redunda en una compra acertada y respetuosa, que permite, en última medida, que el vendedor sea considerado más bien un experto y pueda deshacerse de la ansiedad por una satisfacción inmediata e incierta. Se alcanza, de este modo, una actividad de venta adulta.