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3.7. Patologías relacionadas con las emociones

 

3.7.1. EL TRASTORNO BIPOLAR

 

A la hora de diagnosticar un trastorno mental, los psiquiatras se encuentran con una dificultad procedimental básica, y es que la mayoría de estas alteraciones están relacionadas con desequilibrios en sustancias cerebrales. Pero, por razones obvias, el cerebro no se puede pinchar ni biopsiar. Por lo tanto, para identificarlos, a veces debemos basarnos en los síntomas que presenta el sujeto, con la limitación que ello conlleva.

El trastorno bipolar se diagnostica a personas que, en un momento de su vida, muestran súbitamente una alteración de comportamiento caracterizada por euforia injustificada, hiperactividad, exceso de confianza en sí mismo, irritabilidad, locuacidad y, en algunos casos, ideas delirantes. Pese a que la alteración es evidente, el enfermo cree encontrarse perfectamente, de hecho, en ocasiones verbaliza sentirse mejor que nunca. La exaltación de las emociones puede llevar a enamoramientos apasionados y odios intensos. La sobrevaloración de las propias capacidades puede llevar a tomar decisiones excesivamente arriesgadas, emprender negocios ruinosos o efectuar compras innecesarias. Asimismo, aparecen ideas de grandeza.

Pasado un período de tiempo, que puede durar semanas o incluso meses, surge otra fase con síntomas depresivos, tales como apatía, falta de energía e interés por las cosas, enlentecimiento y cansancio. Las pequeñas obligaciones del día a día se convierten en un cúmulo de dificultades. Sólo aparecen ideas negativas. A veces parece que la muerte es la única solución.

Se trata de una enfermedad que padecen en la actualidad alrededor de un millón de españoles, y en la que los mecanismos que controlan el estado de ánimo de la persona, que se encuentran en la zona del cerebro denominado sistema límbico, no funcionan correctamente. Dependiendo de la intensidad, pude requerirse el internamiento del sujeto para evitar riesgos como pérdida del trabajo, de la pareja, o intentos de suicidio.

Se han identificado factores genéticos, pues una persona que tenga un familiar con la enfermedad tiene diez veces más posibilidades de desarrollarla que alguien sin esta ascendencia. Sin embargo, también suelen darse unos desencadenantes ambientales, tales como situaciones fuertemente estresantes, o consumo de drogas.

La enfermedad, bien tratada, suele tener un buen pronóstico, y con la medicación adecuada, normalmente consistente en administración de litio, el paciente puede llevar una vida normal. No obstante, según la opinión de personas que han experimentado esta enfermedad en su modalidad más grave, los efectos secundarios de la medicación dificultan enormemente el tratamiento psicológico temprano, ya que se sienten aletargados e incapaces de interiorizar las explicaciones del terapeuta. En este caso, recurrir a asociaciones y conocer a personas con vivencias similares que se mantienen estables con el paso de los años, ayuda mucho a sentirse integrado y optimista.

 

 

3.7.2. EL TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN

 

Según el manual de criterios diagnósticos de trastornos y alteraciones mentales DSM-IV, el trastorno por déficit de atención aparece básicamente en niños y jóvenes, y se identifica de acuerdo con varios síntomas como son los problemas para mantener la atención, concentrarse y escuchar. Estas personas también encuentran dificultades para organizar sus tareas escolares y evitan realizar ejercicios que requieran un esfuerzo mental sostenido. Además, se distraen fácilmente, y extravían objetos necesarios para sus actividades.

Se trata de un diagnóstico muy frecuente en los institutos, pero en los últimos años, algunos investigadores comienzan a dudar de la existencia real de dicho trastorno.

Sin embargo, nuestro objetivo no es entrar en ese debate, sino asumir que, trastorno o no, sí que muchos jóvenes tienen problemas para terminar sus estudios, con la consiguiente frustración y estigma social que ello representará para su futuro.

De modo, que nuestro interés se centra en buscar soluciones. Para ello podemos tratar de analizar, de forma abierta y flexible, por qué un joven se niega, en resumidas cuentas, a estudiar.

Lo cierto es que cuando se les pregunta, muchos explican que estudiar es “un rollo”, y si realizamos un seguimiento exhaustivo, veremos que el número de consejos, órdenes o sugerencias que reciben cada día, referidos a la importancia de centrarse en sus estudios, es muy elevada, por regla general. Padres y profesores insisten en enaltecer los beneficios de esforzarse más, y el joven progresivamente se va sintiendo fracasado.

¿Qué pasaría si nos pusiéramos en su lugar, y aceptáramos, que le resulta un trabajo agotador? No hay necesidad de suponer que su verdad es la verdad general, ni siquiera otros alumnos tienen por qué compartir ese punto de vista. Pero si aceptamos que un joven en concreto piensa así, tal vez podríamos buscar el modo de adaptar la forma, no necesariamente el contenido, a su modo de entender el asunto. Individualizar la formación es un objetivo propuesto hace tiempo y perseguido por muchos educadores que comprenden que el cerebro humano, como se ha demostrado, tiene gran capacidad para retener contenido emocional, pero los textos fríos y monótonos no son su fuerte. Asimismo, existen muchos alumnos que fracasan escolarmente, pero desarrollan aprendizajes autodidactas de gran complejidad en otras disciplinas, como pueda ser la música, la tecnología, etc.

Podría también generarse un debate muy enriquecedor si nos plantearnos la conveniencia de evaluar al alumno o al maestro, como criterio para decidir si el acto educativo está siendo eficaz. Pero no con el fin de culpar, ni juzgar, sino de construir y mejorar.

 

 

3.7.3. MENTIROSO COMPULSIVO

 

La mentira compulsiva es una tendencia a mentir de forma reiterada, mezclando verdades demostrables con invenciones, que pretende unos beneficios inmediatos tales como evitar hacer daño a alguien, evitar sentir vergüenza o culpa, eludir conflictos, alcanzar una ventaja social o evitar pérdidas significativas.

La persona que presenta dicha tendencia no suele admitir sus mentiras ni se preocupa por las repercusiones que estas acarreen a los demás, ya que para ella es algo totalmente natural. Una vez adquirido el hábito, no se detienen en valorar hasta qué punto es necesaria la nueva mentira. Su transformación de la realidad es sistemática. Podemos compararlo con una adicción, en el sentido de que la persona acaba sintiéndose incapaz de evitarlo. La manipulación de los sucesos termina por convertirse en un rasgo de su personalidad.

Este hábito suele iniciarse en la infancia, cuando el entorno del niño es inseguro e indefenso. Posteriormente, la tendencia se agudiza cuando el sujeto se encuentra en momentos de estrés o situaciones comprometidas y resuelve alterar la realidad con sus explicaciones, encontrando en este modo de actuar el camino más fácil.

Un mentiroso compulsivo generalmente es una persona insegura de sí misma que siente la necesidad de llamar la atención de los demás o de mejorar en algún aspecto. Por eso, acaba convirtiéndose en un rasgo de la personalidad neurótica, que intenta llamar la atención cuando se encuentra frente a otra persona que considera mejor que él.

Como método preventivo, resulta muy útil no castigar exageradamente al niño que comienza a mentir, ni darle demasiada importancia. En las edades tempranas este hábito es sólo un producto de la imaginación y forma parte de su maduración.

Una vez instaurado el problema, diversas investigaciones proponen detectar las mentiras a través de un estudio de rutina. Por su parte, científicos de la Universidad de Pennsylvania han demostrado que las mentiras pueden detectarse por medio de imágenes obtenidas con resonancia magnética funcional del cerebro, con una precisión del 99%.

Curiosamente, también se han hallado diferencias estructurales en el lóbulo frontal de los mentirosos compulsivos, que presentan menores índices de materia gris que las personas que no ejercen esta práctica.

Si nos encontramos con alguien con este problema, lo más recomendable es definir firmemente los límites entre la salud mental del mentiroso y la nuestra. Resulta imposible ayudarle si nos sentimos desconcertados por sus engaños o nos empeñamos en creer en él. Hemos de recordar que el acto de mentir está por encima de su propia voluntad.

 

3.7.4. FOBIAS

 

Quizá conozcamos a alguna persona que experimenta un miedo intenso e irracional cada vez que se encuentra frente a algún objeto o situación específica supuestamente inocuos. Es difícil de comprender para el que no las padece, pero las fobias pueden desarrollarse ante multitud de estímulos. A animales (perros, arañas, palomas…), a la sangre, a las agujas, a las alturas, a la oscuridad, a las tormentas, a los vuelos, a tragar alimentos sólidos, a conducir un coche… Se han descrito decenas.

El síntoma más frecuente ante la presencia del estímulo temido suele ser la ansiedad inmediata que puede llegar incluso al ataque de pánico, y afecta a diversas áreas de la vida de la persona. La mayoría de las fobias aparecen durante la infancia. Por ejemplo, el temor irracional a los animales suele aparecer a los 7 años, a las inyecciones a los 8, a la sangre a los 12.

Suelen desaparecer en la adolescencia, pero de no ser así, generalmente se cronifican por el resto de su vida. De hecho, sólo el 20% de los adultos logra superarlo sin acudir a tratamiento.

Se ha investigado concienzudamente para identificar las causas que generan una fobia. Muchos autores creen que es debido a que las personas podemos llegar a condicionarnos ante la presencia de un estímulo inocuo, básicamente porque en algún momento de nuestra vida lo asociamos a una emoción muy desagradable y desarrollamos una respuesta de evitación que con el tiempo se ha fortalecido por repetición y autoconvencimiento hasta perder el control sobre ello.

Pero también puede desarrollarse de forma vicaria, es decir, por vivir con personas que padecen ese terrible miedo a algo en concreto y aprenderlo del mismo modo que se adquieren otros aprendizajes. Lo cual también puede suceder si alguien nos describe verbalmente su miedo y nos encontramos en una edad de riesgo.

Los tratamientos terapéuticos más eficaces son aquellos que, combinados con la farmacología, exponen al sujeto progresivamente a ese temido estímulo de forma controlada y paulatina. Por ejemplo, si tememos a las serpientes, podemos comenzar por acostumbrarnos a mirar fotos de reptiles, posteriormente verlas dentro de un recipiente de cristal, hasta finalmente llegar a cogerlas. Requiere paciencia, valentía y ser consciente de que ese animal no puede hacernos ningún daño. Pero podemos estar tranquilos, este tipo de miedos se supera, y en esa lucha por mantener la calma, también aprendemos mucho sobre nosotros mismos.

 

3.7.5. EL SÍNDROME DE ASPERGER

 

Identificar el síndrome de Asperger en un niño, incluso una persona adulta no resulta nada fácil. De hecho, se calcula que una de cada dos personas que lo padece no está diagnosticada. Sin embargo, ser conocedores de la existencia del mismo, resulta crucial para su tratamiento. Por ese motivo, vamos a enumerar los síntomas que presenta, aclarando que, en cualquier caso, la última valoración debe realizarla un profesional.

En primer lugar, el sujeto que padece Asperger muestra unas habilidades sociales y emocionales muy determinadas. No parece tener interés por relacionarse con los demás. Prefiere las actividades solitarias. Tampoco le gusta salir de casa, ni ir al colegio. Le cuesta comprender los sentimientos y las intenciones de los demás. Cuando se le anima a que participe en un juego de equipo, tiene dificultad para comprender las reglas y, empleando sus propios criterios, pretende ganar siempre.

A la hora de comunicarse, se expresa de forma muy sincera, pero evita el contacto visual. Su lenguaje lo percibimos como artificial. Emplea expresiones pedantes. No comprende las ironías, ni entiende la necesidad de adaptar su comportamiento a las diferentes situaciones sociales.

Por otra parte, se siente muy cómodo desarrollando actividades rutinarias y en la repetición compulsiva de determinadas acciones o pensamientos.

En cuanto a la habilidad para coordinar sus movimientos presenta un cierto desajuste, mostrando dificultad para coger una pelota o vestirse, por ejemplo.

Sin embargo, resulta muy curioso su interés en especial por las matemáticas y las ciencias, y la enorme capacidad para memorizar datos y fechas que habitualmente exhibe.

En cuanto a qué podemos hacer si descubrimos que nuestro hijo presenta estos síntomas, lo más recomendable es, en primer lugar, acudir al pediatra y al psicólogo lo antes posible. Ellos nos darán unas pautas específicas para tratarle de la manera que más potencie sus capacidades. Ellos nos harán ver la importancia, por ejemplo, de fomentar en él los juegos cooperativos y competitivos; de ayudarles a que sean flexibles y compartan sus juguetes.

Es muy recomendable también ensayar las acciones más apropiadas ante diferentes situaciones sociales. Para comprender mejor las emociones, pueden realizar un proyecto de investigación acerca de algunas de ellas.

En definitiva, y como vemos, se trata sencillamente de personas con unas cualidades específicas que nos recuerdan que cada ser humano es único y especial.

 

 

3.7.6. LA PERSONALIDAD NEURÓTICA EN NUESTRA SOCIEDAD

 

La neurosis puede resumirse, en términos llanos, como un dolor emocional excesivo. Ese dolor puede generar fobias, hiperactividad, depresión, agresividad, dependencias u obsesiones, pero casi siempre va acompañado de mucha ansiedad, y una marcada incapacidad para reducirla.

Según algunos autores, el origen de la neurosis se encuentra en la imposibilidad de una persona para aceptar que ya no es un niño y que, como adulto, se encuentra solo en el mundo. Es decir, desprotegido; sin el amor incondicional de su madre. El sujeto neurótico sufre casi constantemente por este vacío, por esta ansiedad. Sus miedos le vuelven desconfiado y tiende a protegerse bajo múltiples escudos. Busca desesperadamente la seguridad por medio de complejísimas estrategias. Una de ellas es la complacencia, tratar de tener a todos contentos. Sacrificar la propia felicidad, que en realidad no experimenta, con tal de alcanzar su objetivo. Otro mecanismo es el autocastigo: aceptar el sufrimiento y ensalzarlo como un modo de vida. Lo que podría ser un tipo de sublimación poco sana. Pero existen tantos estilos de afrontamiento como personas con esta dificultad.

La gestión del tiempo es también un problema para la persona neurótica. Esperar, o retrasar la recompensa, les es enormemente costoso. Quieren las cosas ya. Y de modo similar, las ofrecen ya. Si alguien necesita ayuda, rápidamente acudirán. Esperar a conocer el resultado de un examen, o comprobar si, con el paso del tiempo, un problema mejora, resultan situaciones enormemente dolorosas.

Los rituales o conductas repetitivas, como santiguarse o tamborilear los dedos sobre una mesa, son igualmente características que acompañan a esta personalidad. Como son muy temerosos, también es fácil que se sobresalten ante cualquier ruido o suceso inesperado.

Mirado desde otro prisma, podemos pensar que, nuestra sociedad neocapitalista también fomenta, de alguna manera, la aparición de síntomas neuróticos entre sus habitantes.  El estrés, la prisa para llegar al trabajo entre atascos, las estrategias publicitarias que tratan de provocar una respuesta rápida de compra que, a su vez, nos genera frustración al vernos incapaces de adquirir todo aquello que nos “posicionaría” allí donde queremos estar. Los omnipresentes sistemas de mensajería instantánea que nos permiten comunicarnos en tiempo real con un montón de personas generando un flujo de mensajes que nos vemos obligados a atender en cualquier situación…

Se ha demostrado que tanto la acupuntura como el tratamiento medicamentoso resultan eficaces para reducir los síntomas ansiógenos de esta enfermedad, pero ello debe ser combinado con un tratamiento psicológico que sea capaz de hacerle ver a este tipo de personalidad que, es ella quien primero ha de aprender a quererse y cuidarse, y a establecer relaciones adultas menos dependientes.

 

 

3.7.7. NUEVOS HALLAZGOS EN EL TRATAMIENTO CONTRA EL CÁNCER

 

En los años ochenta del pasado siglo, el doctor alemán Ryke G. Hamer, propuso a la comunidad médica una nueva y revolucionaria teoría que, en su opinión, servía para tratar el cáncer. La controvertida puesta en práctica de sus hallazgos con multitud de pacientes, llevo a las autoridades sanitarias del país a retirarle la licencia para ejercer la medicina, e incluso, fue condenado a un año de prisión por su insistencia en continuar con sus prácticas.

Según sus detractores, no existen evidencias de ningún paciente a quien el tratamiento de Hamer ayudara a recuperarse, sin embargo, otro médico español Vicente Herrera, continuó sus investigaciones, topándose con nuevos problemas judiciales.

Por resumirlo a groso modo, el doctor Hamer postulaba que las enfermedades físicas no son más que la somatización de conflictos psicológicos de la persona. Por lo tanto, el tratamiento médico no es eficaz, sino contraproducente por los daños colaterales que provoca. En cambio, la resolución de dichos conflictos intrapsíquicos sí conduce a la sanación completa de la persona.

De ningún modo apoyamos estos arriesgados postulados que, como la comunidad médica afirma, generan falsa seguridad en los pacientes, y que en muchos casos los llevaron a abandonar sus tratamientos, conduciéndoles a la muerte. Sin embargo, una actitud inteligente podría consistir en aprender algo de ellos. La medicina ha recorrido un larguísimo y esforzado camino, pero seguramente tiene aún muchas cosas por descubrir. En ocasiones, grandes errores nos aportan un sabio aprendizaje.

Y lo decimos por un asombroso comunicado que recientemente realizó el Dr. Otis Brawley, director médico de la American Cancer Society, y que, por su importancia, citamos textualmente:

«Estamos encontrando que entre el 25 y el 30 por ciento de algunos tipos de cáncer dejan de crecer en algún momento por sí solos, lo que puede hacer que algunos tratamientos se estimen apropiados, cuando en realidad los tratamientos no están haciendo nada. Hasta ahora los médicos no pueden determinar cómo identificar qué pacientes tienen cánceres que no progresarán, la única opción es tratar a todo el mundo».

Tales afirmaciones, en nuestra opinión, no deben de ser utilizadas para justificar ningún tratamiento alternativo, cuya eficacia tampoco está bien contrastada. Cuando topamos con un riesgo inminente para la vida, podemos adoptar decisiones apresuradas. Pero sí podemos tomar conciencia de que nuevos enfoques son posibles, de que cada vez está más aceptada la idea de que lo que pensamos y sentimos incide directamente sobre nuestra salud física. Cada vez estamos más cerca de encontrar las claves del complejo y apasionante mecanismo de fina relojería que existe en nuestro interior.

 

 

3.7.8 SALA DE PSICOPATOLOGÍA

 

Hemos dedicado este espacio para hablar ininterrumpidamente acerca de problemas y dificultades psicológicas, siempre desde el enfoque de los expertos, de los terapeutas y de los teóricos. Sin embargo, también existe la otra realidad. La del paciente. Y en especial, la de aquellas personas que, diagnosticadas con un trastorno mental severo, han vivido la inquietante experiencia de ser internadas en un centro de salud mental. Desde luego, para ellas, la forma de entender la patología es muy diferente.

Recordamos con asombro, el subjetivo relato de una paciente, a la que llamaremos Ana, que fue recluida por un breve periodo en un centro de este tipo. Ana relataba cómo se resistió, en mitad de un brote que no especificaremos, a ser ingresada. Cómo sus fuerzas se incrementaron hasta el punto de ser necesarios cuatro celadores para atarla a la cama, alguno de los cuales fue golpeado involuntariamente. Cómo su realidad se distorsionaba, y se disparaba la impotencia y la angustia por no entender absolutamente nada de lo que ocurría. Entonces notó el pinchazo de un calmante, dolorosísimo al tener todos los músculos en fuerte tensión. Y comenzó a adormecerse mientras buscaba el modo de escapar.

Al día siguiente Ana, obligada a vestir con pijama, como el resto de los internos, empezó a fumar, como todos ellos, porque era lo único que, en sus palabras, podía hacerse allí. A su alrededor, personas con diagnósticos de esquizofrenia paranoide, trastorno límite de personalidad, trastorno bipolar…

Pronto se dio cuenta que debía aprender a manipular al personal sanitario si quería salir. Era consciente de que, en ese momento, su tutela la tenía un psiquiatra, y él podía decidir el tiempo que pasaría hospitalizada: días, meses o incluso años. De modo que aprendió a comportarse de forma “sana” y a decir lo que “querían” escuchar, para que el día que se reunía el comité de valoración, creyeran que estaba curada. Ello incluía dejarse seducir por algún celador para que éste le facilitara la estancia.

Sentarse en el suelo, por ejemplo, era una conducta clasificada como “enferma”, de modo que aprendió a evitarla. Elaboró complejos argumentos durante días, y finalmente, aprobaron su alta voluntaria. Según sus palabas, durante los meses siguientes, y ya en casa, siguió experimentando alucinaciones. Y aún hoy duda de si sus síntomas se debían a una enfermedad o a un don especial.

Sin importarnos el ajuste a la realidad de las palabras de Ana, nos parece sobrecogedora su experiencia. Nos hace plantearnos la realidad desde otro prisma: el de quien ve alterado el funcionamiento de su propio cerebro, es decir, la “máquina” con la que observa y valora la realidad. Este testimonio es sólo un humilde reconocimiento.

 

 

3.7.9. NARCISISMO

 

Desde la mitología griega se describe el mito de narciso como el bello joven quien, a causa de su excesivo engreimiento, fue condenado por la diosa Némesis a enamorarse de sí mismo, con trágicas consecuencias.

Para Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, el narcisismo en la etapa adulta está relacionado con trastornos como la depresión, en los cuales la persona pierde interés por cuanto le rodea y se centra con especial énfasis en sí misma.

Desde la fisiopatología clínica moderna, la persona narcisista posee un vacío interno y una carencia importante de autoestima, provocada por unos progenitores que dedicaron poca atención o menospreciaron a su hijo. Sin embargo, vamos a centrarnos en otro enfoque que complementa a los anteriores y, en nuestra opinión, los enriquece: el de Guilles Lipovestsky; un brillante filósofo y sociólogo francés, para quien el narcisismo no es sino el nuevo estado del individuo.

Según Lipovestsky, en la moderna sociedad neocapitalista, se establecen unas relaciones nuevas con los demás, con el mundo y el tiempo. En pro de la individualidad, los vínculos familiares se debilitan y fragmentan, los movimientos sociales pierden fuerza y confianza. Los valores morales en los que se cimentaban las revoluciones se van diluyendo, así como el interés por conocer nuestro pasado, nuestras raíces culturales. Se alcanza de este modo un estado de banalización y neutralización social.

En palabras del propio autor en su obra “La era del vacío “, asistimos hoy al «Fin del homo politicus y al nacimiento del homo psicologicus, al acecho de su ser y de su bienestar».

Si relacionamos las ideas de todos los autores mencionados, podríamos pensar que el ser humano se vacía cuando se centra sobre todo en sí mismo, en su propio bienestar por encima de los demás. En la misma dirección apunta Alejandro Jodorowsky, recogiendo la tradición budista, cuando afirma: “Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas”.

En resumidas cuentas, resulta cuando menos apasionante esta dualidad entre individuo y sociedad, que tantos debates y tendencias económicas y políticas ha generado. Así como el hecho de que, en los momentos de adversidad, cuando un peligro amenaza al colectivo, muchas de las especies vivientes tienden a agruparse y unir sus fuerzas. El perfecto ejemplo lo encontramos en el Labyrinthula, un organismo marino que ante amenazas del exterior, se une con muchos otros de su misma especie para formar una criatura de mayor tamaño, más potente y eficaz para desplazarse.

 

 

3.7.10. DEPRESIÓN JUVENIL

 

La depresión juvenil resulta un problema social mucho más frecuente de lo que se piensa. A una edad en la que podría suponerse que existen tantos motivos para disfrutar de la vida, muchos jóvenes se sienten realmente desmotivados. Envueltos en innumerables tareas y responsabilidades, pero sin llegar a encontrar nada que realmente les apasione.

Los jóvenes a los que nos referimos no llegan a encontrar un motivo que justifique sus actividades. Acudir a la escuela o a la facultad, reunirse con los amigos, pasar una tarde en familia, son situaciones carentes de interés. Se comportan como suponen que deben hacerlo, inmersos en todas las demandas del entorno. Sienten que no han elegido nada de lo que tienen. Así pasan los días y las semanas, comienzan a aislarse porque no se sienten comprendidos, se refugian en actividades solitarias, como navegar por Internet, pasar el tiempo con videojuegos… Y finalmente el alarmante dato estadístico: el suicidio es la segunda causa de muerte de jóvenes entre 15 y 29 años en el mundo.

Cuando analizamos detenidamente la situación, observamos que realmente estos chicos y chicas no tienen una motivación personal para vivir. La aplicación de sus estudios, en el terreno laboral, por ejemplo, queda demasiado lejos, y ni siquiera esperan disfrutar de ello algún día.

En estos casos, es muy recomendable lograr que el joven comience a aplicar todo aquello que está estudiando. Ya sea a través de voluntariados, realización de prácticas en empresas, o desarrollo de trabajos y aportaciones personales. De este modo, la motivación personal se recupera y puede sentirse el protagonista de su propia historia. Además de obtener una utilidad real para sus aprendizajes. Pensemos que la iniciativa propia es del todo válida. No es necesario esperar a ser reclamado por una empresa o aceptado en un programa de prácticas. Además, un proyecto personal que logre abarcar varios de sus intereses, será mucho más motivador. Veamos el ejemplo de un joven llamado Rodrigo que cursaba estudios de ingeniería ambiental en la universidad, pero no encontraba ningún interés en ello, por lo que apenas asistía a clase. Lo único que realmente le apasionaba era viajar a una reserva forestal y pasar un tiempo allí. Rodrigo encontró finalmente el modo de organizar un plan de protección de la flora de dicha reserva estableciendo contacto con una ONG que se dedicaba a ello. Aprovechando lo aprendido con sus estudios logró aportar conocimientos valiosos a la organización y así pudo financiar su viaje durante dos meses al lugar soñado. Cuando se sentó en su pupitre al inicio del nuevo curso, y el profesor empezó a explicar, sus ojos estaban abiertos como platos.

 

 

3.7.11. EL SÍNDROME DE ACUMULACIÓN COMPULSIVA

 

Se trata de un trastorno que afecta al 4% de la población y caracteriza a las personas que guardan una gran cantidad de objetos, en apariencia inútiles, llenando las estancias de su vivienda de forma que las actividades cotidianas se dificultan. El motivo que alegan para ello es que dichos enseres quizá algún día les sean necesarios.

A diferencia de aquellos quienes padecen Síndrome de Diógenes, que acostumbran a ser  personas de edad avanzada, descuidadas con su propio aseo personal, y que acumulan directamente basura y desperdicios domésticos, los sujetos que presentan Síndrome de Acumulación Compulsiva amontonan objetos comunes, como papel (por ejemplo periódicos), libros, ropa, y recipientes (cajas, bolsas de papel y de plástico), su edad abarca desde la adolescencia hasta la etapa adulta, frecuentemente viven solos, y mantienen fuertes lazos afectivos con estos objetos.

También encontramos diferencias con el clásico coleccionista, pues este se enorgullece de mostrar sus colecciones y mantiene un riguroso orden; mientras que las personas que nos ocupan suelen conservar las posesiones desordenadas y rara vez las muestran. En este desorden se extravían a menudo otros objetos importantes como dinero o facturas. Además, pese a que se definen a sí mismas como ahorrativas, lo cierto es que las investigaciones apuntan más bien a que el origen de este comportamiento insano se halla en importantes pérdidas afectivas, como la muerte de un familiar cercano.

Pero el problema no se soluciona únicamente tirando todas esas pertenencias innecesarias, puesto que la acumulación podría reaparecer en cualquier momento. Se trataría, más bien, de comprender la causa de este. Para ello, pensemos, en primer lugar, que se trata de una relación afectiva con los objetos, a los cuales se les asignan unas atribuciones específicas. No sólo acerca de la utilidad futura de los mismos, sino de lo que representan. El valor simbólico de los objetos resulta crucial en este caso. Para comprenderlo, veamos el caso de Diego, que vivía sólo desde hacía años y conservaba cajas de huevos vacías porque había visto que algunos jóvenes de su edad las utilizaban para forrar las paredes y construir así domésticos estudios de grabación de música. Él verbalizaba que guardaba las cajas por si algún día se encontraba con amigos que quisieran construir un estudio de grabación casero. Sin embargo, lo que realmente quería no era guardar las cajas, sino tener amigos que lo reconocieran.

 

 

3.7.12. EL VIRUS DE LAS IDEAS

 

Si nos fijamos bien, las ideas tienen el mismo comportamiento que los virus. Las más “fuertes” son capaces de propagarse en proporción geométrica a través de la mente de los individuos y generar efectos de gran trascendencia para la propia especie, incluso para el planeta. Podrían, de hecho, ser el virus más peligroso (o beneficioso). Por poner dos ejemplos de ideas que pueden cambiarlo todo: “El mundo es redondo”, o “El fin justifica los medios”.

Este enorme poder de las ideas es usado por las fuerzas políticas, en cuyo caso lo llamamos propaganda. Así mismo, para el márquetin constituye la piedra angular de sus estrategias. A este respecto, el famoso empresario estadounidense Seth Godin, explica en su libro “Unleashing the ideavirus” (“Dando rienda suelta a la idea-virus”) cómo debe propagarse una idea de este tipo. También afirma que las ideas verdaderamente contagiosas son novedosas, interesantes, de fácil comprensión e impactantes. Y que, en estos casos, los propios consumidores se encargan de difundirlas.

Pese a todo, es en el campo de las nuevas tecnologías donde se observa con mayor virulencia el citado efecto de propagación sin límites. Facebook se creó en febrero de 2004, y en tan sólo 5 años, la plataforma contaba ya con 250 millones de usuarios. Por escalofriantes que resulten estas cifras, hemos de pensar que WhastApp duplicó ese crecimiento en sus cinco primeros años. El concepto de aldea global, progresivamente más interconectada, favorece ciertamente el “contagio”.

No importa demasiado que dichas ideas sean verdaderas o falsas. Pero el asunto de los rumores y su capacidad de propagación resulta tan interesante que merece un estudio propio.

Desde la perspectiva neurológica, nos parece muy interesante ubicar el área cerebral que interviene en la propagación de estas ideas-virus, puesto que ello podría aclararnos algo más acerca de sus causas. En este sentido, científicos de la Universidad de California acaban de comprobar que se trata de la unión temporoparietal. Digamos resumidamente que esta área es la que nos permite ponernos en la piel de los demás, y que se activa cuando vemos algo que creemos que vale la pena compartir.

Citemos, para finalizar, la curiosa tesis del controvertido biólogo evolutivo británico Richard Dawkins, para quien la religión puede ser vista como una idea de propagación viral, capaz de transformar una civilización durante milenios.

Lo cierto es que muchas ideas-virus pueden estar influyendo directamente en las decisiones que tomamos y que determinan nuestra vida. Y, al final, quizá ya ni siquiera recordamos a las personas que las originaron. Para bien o para mal, algunas ideas viven mucho más tiempo.

 

 

3.7.13. EL FINAL DE LAS CERTEZAS

 

La psicología ha evolucionado vertiginosamente en las últimas décadas gracias a experimentos y hallazgos que nos han dado una visión mucho más exacta del complejo mundo interno del ser humano. Pero quizá una verdadera nueva etapa parece llegar del campo de las nuevas tecnologías. El desarrollo de sistemas informáticos cada vez más potentes nos permite marcarnos retos nunca imaginados. Recientemente, por ejemplo, sabíamos que psicólogos e ingenieros de la Universidad Miguel Hernández (Alicante) desarrollaron un nuevo tratamiento con robots para tratar a niños con autismo. Paralelamente asistimos a un interesantísimo desarrollo de la llamada Psicología Artificial, que se centra en el estudio de la interacción de seres humanos con seres artificiales y ambientes simulados. Los sistemas de realidad virtual nos permiten experimentar en entornos imposibles, entrenarnos en habilidades sociales, u otras destrezas, sin poner en riesgo nuestra integridad física o psicológica.

Pese a todo lo dicho, el verdadero impacto tuvo lugar hace escasamente un mes, cuando ingenieros de Google, en colaboración con la NASA, presentaron la máquina que podría cambiarlo cualitativamente todo: el D-WAVE, el primer ordenador cuántico. A diferencia de un ordenador convencional, el ordenador cuántico no emplea silicio como materia prima para sus transmisores, y no funciona sólo con ceros y unos, sino que establece una tercera variable como unidad de comunicación: el cero y uno simultáneo. Aunque esto pueda parecer complejo e inexplicable, digamos, de forma resumida, que se trata de una máquina millones de veces más rápida que cualquier procesador utilizado en la actualidad. Su capacidad para “comprender” realidades tan complejas y cambiantes como la de un cerebro humano, resultará increíble. Sin embargo, el D-WAVE presenta una característica que nos invita a la reflexión: no es exacto. Hasta la fecha no lo es. Cada vez que se embarca en la tarea de calcular complejísimas operaciones, ofrece resultados diferentes. Los científicos de Google y la NASA lo consideran un error, y trabajan para solucionarlo con gran dedicación y recursos. Aunque tal vez no se trate de un error. La propia física cuántica demuestra que pueden existir al mismo tiempo realidades, en principio, incompatibles, como se ponía de manifiesto en el experimento del gato de Schrödinger. Pero lo cierto es que, nuestro cerebro funciona de un modo mucho más parecido a un ordenador cuántico que a uno de silicio, -como los que empleamos hoy en día-.

Tal vez los nuevos supercomputadores nos demuestren que nos existen verdades absolutas, que no existen certezas estáticas, sino que vivimos en un entorno cambiante y fluctuante como nuestros sentimientos.