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4. LA CORREA INVISIBLE

De un modo u otro el concepto de “correa invisible” nos es familiar o, al menos, intuimos su significado aplicado al ámbito de las relaciones humanas. Ciertamente existen personas capaces de generar vínculos de dependencia que van más allá de la proximidad física (controladores), logrando que el otro sujeto (controlado) se sienta obligado a satisfacer las expectativas del primero, ya sea de forma consciente o inconsciente.

Se trata de una relación jerárquica, desigual y patológica que trasciende la mera seducción o la manipulación. El controlador asume un papel de cuidador del controlado, tomando decisiones por él, y generándole miedo e inseguridad a la hora de pensar por sí mismo. Para ello, emplea frases del tipo “Si no fuera por mí, no sé qué sería de ti”, o “Hazme caso, sabes que sólo busco lo mejor para ti”. Además, hace creer al controlado que sólo debe depositar su confianza en él. Así, poco a poco, va logrando colarse en su visión del mundo y decidiendo a qué aspectos debe prestar especial atención y cuáles pueden pasar desapercibidos. Cada vez que el controlado sufre un problema, rápidamente aparecerá el controlador para incidir en la lectura que más le conviene sobre dicho error: “¿Ves? Esto te ha pasado por confiar en otra persona”. Sin embargo, cuando las dificultades acontecen en el camino que ellos marcaron, culpan al controlador: “No te has esforzado tanto como yo te recomendé, por eso no lo has logrado”. Y con los éxitos actúan del mismo modo.

Estas estrategias provocan en el controlado un aislamiento social progresivo, la sensación de no ser comprendido por nadie más que por su controlador. Duda cada vez más de su propio criterio y, por lo tanto, se vuelve menos resolutivo, más torpe. El miedo a perder el apoyo de su controlador se agudiza, llegando a creer que, sin él, estaría abocado a múltiples peligros. A situaciones que por sí mismo no podría encarar, y que, para más, si desoye a su controlador, este le abandonaría, dejándole sumido en la más absoluta soledad.

No resulta fácil zafarse de una relación patológica de estas características, pero puede lograrse. El primer paso es ser consciente de ello. Si cuando voy a tomar una decisión, siento la necesidad de contar con la aprobación de alguien, es posible que se haya generado esa correa invisible. Pero recordemos que esto es cosa de dos. Como seres adultos podemos liberarnos, tomar nuestras propias decisiones, las que nos dicte nuestra intuición, nuestro corazón. Las reacciones que ello genere en los demás, serán la mejor manera de ponerles en su sitio, y así podremos acercarnos a los que realmente nos respetan.

 

 

4.1. UN LOBO QUE DOMESTICÓ A UN HOMBRE

 

Con esta curiosa metáfora, existe ya toda una corriente de pensamiento que trata de replantearse algunos temas que dábamos por sentados. Ciertamente podemos desarrollar la fábula con la idea de que fue en realidad el lobo quien domesticó al hombre, acostumbrándole a que le cuidara y le diera alimento. y, en contrapartida, el lobo se convirtió en perro, para adaptarse a las necesidades de afecto que detectaba en el ser humano.

De igual manera, en las relaciones de dependencia emocional, entendemos fácilmente que existe una “correa invisible” entre dos personas, y que una de ellas es el dominador, y la otra, el dominado. Acostumbramos también a atribuir unas características a cada uno de ellos, y experimentamos emociones diferentes en cada caso.

Pero ya en anteriores ocasiones hemos sugerido que, para lograr un cambio saludable en ese tipo de relaciones patológicas, hemos de prestar atención, en primer lugar, a los motivos por los cuales, tanto el dominador, como el dominado, han decidido ubicarse en su rol. En pocas palabras, ¿Qué beneficio obtienen con ello? Los beneficios no han de ser necesariamente económicos. Pueden ser emocionales, sociales, psicológicos, o de cualquier otra índole.

Para ciertas personas, la posición de “dominado” puede ser pretendida, ya sea de forma consciente o inconsciente, creyendo que le proporciona ciertas ventajas. El dominado, por ejemplo, no ha de exponerse demasiado socialmente, cuenta con el apoyo de los demás y una buena crítica. No necesita tomar decisiones arriesgadas, pues ya las toman por él. Así mismo, obtiene una cierta protección, a algún nivel.

Por su parte, el dominador, mejorará su autoestima, creerá que ostenta el poder y en control en la relación, se apropiará de la energía del dominado, y contará con un aliado incondicional que refuerce todas sus decisiones.

Se trata de una relación patológica, que en absoluto respeta los derechos del otro ni los propios, pero que se presenta con frecuencia a nuestro alrededor. Identificando los motivos que nos llevan a elegir uno de esos roles, podemos comprender las carencias que estamos tratando de suplir con esa relación insana y, a partir de ahí, podemos elegir resolverlas por nuestros propios medios, de forma autónoma, sin necesidad de sacrificar nuestra dignidad. Probablemente las personas no somos seres absolutamente autónomos. Necesitamos de los demás para completarnos y, quizá, nuestra esencia surge en la propia relación que establecemos con el otro. Pero esa relación puede ser para enriquecerse mutuamente, -como dijo Kali Hame-, sin sacrificio.

 

 

4.2. EL PSICÓPATA Y SU COMPLEMENTARIO

 

Ya nos hemos dedicado en alguna ocasión a analizar la personalidad del psicópata. Hemos descrito cómo bajo una primera apariencia encantadora y seductora, bajo ese ser inteligente y alegre, que parece volcarse en las personas de su alrededor, se esconde alguien mucho más frío e insensible. Alguien carente de empatía, incapaz de percibir el dolor ajeno, que persigue exclusivamente su propio beneficio, capaz de inventar mentiras repetidamente con el único fin de mantener su tapadera todo el tiempo posible, mientras se aprovecha de su víctima. El psicópata, que usualmente padeció graves carencias afectivas en su infancia, se cree por encima del bien y del mal. No encuentra obstáculo para su conducta en los límites morales o éticos. En realidad, los considera ataduras absurdas que someten sólo a las “criaturas inferiores”.

Sin embargo, hoy vamos a ocuparnos, de aquella persona que padece la compañía del psicópata, la víctima a la que este tipo de personas suelen vincularse, lo que los investigadores, ya denominan, el complementario.

Los complementarios, en muchas ocasiones, también tienen unas características similares. Suelen ser personas muy afectivas, estables emocionalmente, capaces de proporcionar una relación cómoda y agradable. Personas con recursos ya sean económicos, laborales, o emocionales que, en muchas ocasiones, se encuentran en una cierta situación de indefensión para este tipo de sujetos. Tal vez se hayan distanciado del seno familiar, y si no es así, la personalidad psicopática se encargará de aislarles. Tal vez son excepcionalmente crédulos, y tardan mucho tiempo en dudar de su pareja, pese a que ésta haya dado indicios de sospecha desde el principio…

Sea como fuere, el complementario, queda deslumbrado desde el principio con el psicópata. Ciertamente es fácil que esto ocurra ante tal derroche de afecto. Sin embargo, también desde el principio aparecen indicios que no encajan en la imagen que transmite. Muestras de insensibilidad, ausencias inexplicadas, etc.

Según pasa el tiempo, las muestras de afecto por parte del psicópata son cada vez menos frecuentes, mientras que las conductas inaceptables aumentan. El efecto que esto produce en la mente del complementario se asemeja enormemente al que se produce en un adicto: un estado constante de ansiedad; la necesidad imperiosa de obtener de nuevo ese afecto y creer que la persona con la que comparten su vida es aquella que habían creado en su imaginación.  Sentir que han sido estafados resulta algo insoportable.

Sin embargo, el consejo de psiquiatras y psicólogos es unánime en estos casos: alejarse, huir, bloquear todos los canales de comunicación, y saber que, al final de este túnel, hay luz.

 

 

4.3. LA MUJER PSICÓPATA

 

La psicopatía es un trastorno antisocial que se observa mayormente en hombres. Sin embargo, en algunos casos, aparece en mujeres. Pese a que se han realizado pocos análisis con mujeres psicópatas, la mayoría coinciden en que estos pacientes presentan un egocentrismo patológico, un encanto externo y notable inteligencia, ingratitud hacia cualquier consideración especial de bondad o de confianza, problemas para ponerse en lugar de otro, incapacidad para establecer lazos de muchos años con otros, vida sexual impersonal, trivial y poco integrada, incapacidad para seguir cualquier plan de vida, falta de capacidad para aprender de la experiencia vivida, conducta violenta de forma duradera y persistente, perfil manipulador y falta de remordimientos.

Si prestamos atención al pasado de estas mujeres, encontramos que, según los estudios, el 60% de ellas han perdido a uno de los padres, de niñas fueron privadas de amor maternal por estar los padres ausentes o alejados, un régimen incorrecto de disciplina; por ejemplo, un padre implacable y la madre débil, que de cara a los demás se presentan como una “familia feliz»

En apariencia, el psicópata, en este caso tanto si es hombre como mujer, intenta aparentar lo que no es; por ello es habitual que su apariencia sea normal y hasta afable. Nunca da muestras de ansiedad o sentimiento de culpa. Es incapaz de prever el impacto de su conducta sobre los demás.  Además, es incapaz de planificar de cara al futuro.

Pueden fingir preocupación por los estratos sociales bajos y manifiestan que están del lado de los más débiles. Y también pueden ser muy cariñosos con los animales (contrariamente a la opinión general), pero los siguen viendo como objetos en relación con ellos mismos.

A la hora de elegir pareja, el psicópata busca personas amables, cariñosas. Sabe a quién elegir. Elige a personas con necesidad de apego y de dependencia, lo cual complementa el deseo del psicópata de separación y autonomía.

Es frecuente que lean manuales sobre psiquiatría y acudan a terapia. De este modo aprenden estrategias para justificarse, para «echarle la culpa a otro». Ellos no asumen los errores; los proyectan en los demás.

Por todo lo dicho que la manera de tratar con un psicópata es proporcionarle la posibilidad de realizar una terapia, de que mejore y aprender a experimentar sentimientos. Pero a nivel personal todo estudio coincide en que la cuestión clave es dar con el modo de alejarse de él.

 

 

4.4. EL ESTRAGO MATERNO

 

Fue el psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan, quien acuñó este término del “estrago materno” para referirse a la relación patológica que, en ocasiones, se produce entre una madre y su hija. Se caracteriza por una omnipresencia y omnipotencia de la madre, frente a la frustración de la niña, quien queda relegada a una posición de objeto.

Según lo describen diferentes representantes del psicoanálisis, cuando la mujer se convierte en madre, existe la posibilidad de que se concentre tanto en su nuevo rol de cuidadora, que se olvide de sus propios intereses. Que deje de relacionarse con sus amigos, de dedicar tiempo a sus hobbies, a su familia, a su marido; y desarrolle una sobreprotección. Si ahora el único sentido de la vida de esta mujer es cuidar a su hija, el día en que la niña crezca y se emancipe, su vida carecerá de objetivo. Una vez sea innecesaria su absoluta dedicación ¿a qué se dedicará? De modo que inconscientemente trata de evitar que su hija alcance esa independencia.

En las consultas de terapia encontramos con cierta frecuencia a madres que muestran claros síntomas de ansiedad y preocupación por sus hijas, que de forma casi obsesiva las llaman para asegurarse de que todo está bien, que consultan a médicos especialistas ante el más insignificante síntoma que detectan en ellas. Madres convencidas de que su hija está muy enferma, cuando realmente no es así.

Como consecuencia, estas hijas presentan serias dificultades para dedicarse a sus relaciones de pareja, para centrarse en sus propios deseos y luchar por sus propios objetivos, para emanciparse económicamente, para llegar a ser personas adultas. En su lugar, encontramos historias clínicas plagadas de enfermedades psicosomáticas desde temprana edad, parejas poco duraderas, en muchos casos parejas que viven en otras ciudades y con quienes la relación se desarrolla online.

El trabajo del psicólogo, una vez identificada esta relación patológica, consiste en proponer a la madre que amplíe sus áreas de interés, que redescubra sus hobbies, que vuelva a quedar con los amigos, que reactive su matrimonio, usualmente adormecido. Con la hija, por su parte, se ensayan estrategias para posicionarse ante la madre, limitar el acceso que esta pueda tener a su vida privada, así como el número de llamadas, reduciéndolas a lo estrictamente necesario. Se trabaja de igual modo la ansiedad, la asertividad, la toma personal de decisiones…

Así, puede llegarse a una madre que vuelve a recobrar su vida personal y a centrarse en sus propias dificultades, y una hija adulta, autónoma e independiente, capaz de establecer relaciones sanas con otras personas.

 

 

4.5. DEPENDENCIA EMOCIONAL

 

Existe una situación muy delicada que tenemos que prevenir en una relación de pareja, o identificar en caso de que ya esté sucediendo. Nos referimos a la dependencia emocional; un tipo de situación inestable y destructiva en la cual uno de los miembros se somete al otro, dejando de cuidarse a sí mismo, aceptando un trato irrespetuoso y dañino, mientras que su pareja adopta un rol de superioridad.

Para valorar un problema de este tipo debemos, en primer lugar, prestar atención a nuestra autoestima. El dependiente emocional se quiere muy poco, cada día se siente más incapaz, y cree cometer errores frecuentes.

También se encuentra deprimido gran parte del día, sin ilusión por nada. Pero a la vez, se muestra muy ansioso y culpable por los problemas que puedan darse en la relación. El enorme vacío y soledad sólo se calman con la compañía de la pareja, a la cual trata de agradar y tener contenta a toda costa. Por eso intenta pasar la mayor parte del tiempo con él o ella, espiarle, temer que le abandone… Así, cada vez visita menos a amigos o familiares, por lo que apenas entra información nueva en su vida. Todo gira en torno a la pareja.

Por su parte, el miembro dominante está muy seguro de sí mismo (al menos mientras es “alabado” por su pareja) y tiene éxito social. Se cree absolutamente correcto en todas sus decisiones, y culpa a su pareja de todos los problemas que puedan ocurrir. En consecuencia, no la valora apenas, ni muestra gran estima por ella. Le limita sus relaciones, porque en el fondo es celoso, pero a sí mismo se da bastante más libertad, flirteando con otras personas.

Lo peor de estas relaciones es que ambos roles suelen cronificarse. Un dependiente, probablemente seguirá permitiendo que le traten con superioridad en la siguiente relación, y viceversa. A no ser que solucione este problema.

Poner remedio implica admitir que ninguno de los dos miembros es feliz. Uno, por ser maltratado y sentirse pequeño al lado de su compañero. El otro por creer que su pareja no está a su altura y porque, en el fondo, se avergüenza de sus propios actos.

Es fundamental cuidar muchísimo cada detalle desde el principio. No permitir que se desmerezcan las propias opiniones o conductas. Y por supuesto, no desvalorarlas uno mismo.

Tampoco centrarse en los defectos del otro para ocultar los propios. Aceptar a la persona con la que quiere compartirse la vida y reconocer que cometemos errores, y no por ello merecemos el rechazo.

 

 

4.6. ELEFANTES AMARRADOS

 

Se cuenta que, antiguamente, ataban a los elefantes pequeños a estacas en el suelo mediante una cuerda que anudaban a su cuello.  Los animales no eran lo suficientemente fuertes para arrancar la estaca y escapar a su temprana edad. En cambio, a medida que se hacían mayores y su fuerza crecía y crecía, iban asimilando su incapacidad para desengancharse de aquel frágil mecanismo de esclavitud. Dejaban de tratar de escapar y, de este modo, las diminutas estacas servían para mantenerles sometidos durante toda su vida.

La familia es la unidad básica de agrupación humana desde tiempos inmemoriales. A pesar de su evolución con el correr de los tiempos, ha jugado un papel decisivo como nido nutriente para los recién nacidos. Un sistema de protección y educación en el cual adquirir los valores y conocimientos necesarios durante los primeros años de vida.

Para la mayoría de las culturas, es cuando el joven adquiere el desarrollo físico e intelectual necesario, el momento en el que esos lazos de dependencia comienzan a caer para favorecer el inicio del proceso de autonomía del joven. Se trata de una etapa compleja en ocasiones; de continuos reajustes para adaptarse a la realidad como un ser adulto.

Sin embargo, este proceso de ruptura de los roles de protección y dependencia por parte de padres e hijos puede no llegar a concretarse de forma satisfactoria; bien porque los padres mantienen unas marcadas expectativas de lo que sus hijos deberían ser y no están siendo, bien por el miedo de los progenitores al nido vacío, a no saber hacia dónde dirigir sus actividades, sus objetivos vitales, ahora que su trabajo como cuidadores a terminado. Tanto las expectativas parentales como el sufrimiento por abandonar a los progenitores, entre otras causas, pueden conducir al joven a permanecer en el nido más allá del tiempo recomendado, incluso a sacrificar sus objetivos en la vida, abandonar su camino de autonomía, en pro de entregarse a la consecución de los planes que sus padres tenían para él.

Puede resultar difícil encontrar nuestra misión en la vida, especialmente si todo lo que llevamos años haciendo no ha nacido de nosotros mismos. En este caso sería lógico sentirnos insatisfechos, pese a que alcancemos más y más objetivos. Nivel social, poder económico, logros profesionales, etc. Tal vez nada de eso nos haga sentirnos bien. Sería este un buen síntoma para reevaluar nuestra situación y elegir qué queremos hacer y de qué modo.

Cada ser humano tiene su propia definición acerca de la misión vital. Para qué ha venido a este mundo, qué quiere hacer con su vida. Hay quien piensa que la vida es un lienzo en blanco y hemos venido a dibujar en él lo que elijamos, a darle sentido divirtiéndonos con ello.

 

 

4.7. LA OPINIÓN DE LOS DEMÁS

 

Desde que nacemos nos vemos expuestos a la opinión, a los juicios de los demás. La educación parental durante los primeros años está repleta de órdenes acerca de lo que debemos hacer y lo que está vetado. Durante esa fase inicial de la vida, los padres o tutores actúan como jueces acerca de nuestra conducta. De igual modo, en la fase escolar, algunos educadores también nos transmiten sus creencias acerca de lo que es y no es correcto; lo que comúnmente denominamos educación, llegar a ser personas educadas.

El número de conductas reprobadas es realmente elevado en muchos casos. Sin embargo, aquellas acciones reconocidas y valoradas puede que no sean tan frecuentes. Los juicios del tipo “Esto no está bien”, “Así no…”, “Cuántas veces te he dicho…”, se presentan con frecuencia, incluso, en ocasiones, sin pretenderlo emitimos desvaloraciones a los menores “Eres un travieso” “Eres un irresponsable” “Eres un trasto”. Calificaciones que van grabándose a fuego con los años.

Y así nos convertimos poco a poco, en seres inseguros y llenos de miedos, que precisan de esa valoración, de esa supervisión externa. Muchas personas pueden sentirse ajenas a dicha influencia, pero en cuántas ocasiones elegimos la vestimenta para no vernos diferentes o excluidos de un grupo. Cuántas veces hemos sentido vergüenza, entendiendo como tal la sensación desagradable de vernos ante alguien que no aprueba nuestra conducta. Y llegando un poco más lejos, ¿en quién pensamos a la hora de tomar una decisión importante? ¿Pensamos en la opinión de personas significativas para nosotros? ¿Estarán ellos conformes con nuestra decisión? ¿La aprobarán?

Lo curioso es que cada una de esas personas que tomamos como referencia para decantarnos por una de las alternativas que se nos presenta, tiene su propia opinión.  Probablemente no coincidan entre ellas, y en ocasiones, estas opiniones pueden llegar a ser opuestas. Son opiniones subjetivas. Y a veces dependemos de ellas.

Evidentemente, menospreciar los conocimientos y los recursos de quienes nos rodean, sería un error. Creernos en posesión de la verdad nos llevaría muy probablemente a destinos equivocados. Sin embargo, el crecimiento personal conlleva alcanzar una madurez, una visión coherente acerca del mundo que nos rodea. Tomar una decisión compleja requiere que nos informemos, que contemplemos argumentos de aquellos en quienes depositamos nuestra confianza, pero, sobre todo que creamos en nosotros mismos, libres de las expectativas que supuestamente otros tienen sobre nosotros. Libres de los disfraces que tanto nos pesan.

 

 

4.8. EL PECADO ORIGINAL

 

Desde los antiguos sumerios, hasta tribus aborígenes australianas; desde la mitología griega hasta los brahmanes de India, pasando por los persas y los pueblos cristianos, han contemplado en sus creencias y tradiciones la idea del pecado original, entendido como la consecuencia de una desobediencia a un ser superior o creador que privó para siempre al ser humano de su perfección, de su estado de felicidad absoluta.

En la actualidad, esta sensación de culpabilidad inmanente en muchos seres humanos es explicada por ciertas corrientes como el conjunto de influencias, maneras de actuar y esquemas mentales que se transmiten inconscientemente de padres a hijos y que pueden provocar problemas o desajustes en el joven.

Es evidente que educar es una tarea enormemente compleja, y en ocasiones estresante, que los padres llevan a cabo con la mejor voluntad, tratando de trasmitir a sus sucesores todas sus bondades y evitarles sus propios sufrimientos y aquellos que identifican en sí mismos como “malos hábitos”. Pese a todo, resulta casi imposible que algunos de esos mecanismos desadaptativos no lleguen a instaurarse en la futura personalidad del hijo.

Ciertamente esto ocurre, y cuando nos descubrimos repitiendo a nuestros propios hijos esa frase que tantas veces escuchamos a nuestros padres en la infancia, caemos en la cuenta de que aquello que nos desagradaba, sigue vivo en nosotros. Es fácil, entonces, olvidarse del cúmulo enorme de virtudes, buenas costumbres y sabias enseñanzas que nos han sido cedidas de forma desinteresada por nuestros progenitores.

El sentimiento de culpabilidad ha acompañado al hombre quizá desde sus orígenes. Sentimiento que, con la llegada de los cambios sociales basados en teorías económicas, se transformó en el de insatisfacción. Insatisfacción con muchas de las cosas que poseemos e insatisfacción con nosotros mismos. Con nuestra imagen, con nuestro lugar en el mundo, con los que nos rodean.

Sin embargo, quizá ni la culpabilidad ni la insatisfacción permiten a la persona desarrollarse en toda su plenitud, porque probablemente es más fácil alcanzar las metas que nos sentimos capaces de alcanzar. Quizá sólo podemos disfrutar plenamente de aquello que etiquetamos o valoramos como “bueno”, y curiosamente somos nosotros mismos los que etiquetamos y valoramos. Dicen que la belleza está en los ojos del que mira. Los propios descubrimientos de los físicos cuánticos abalan este enfoque al confirmar que el propio observador influye en el resultado del experimento. Es nuestra voluntad la que crea gran parte del contenido emocional que nos rodea. Así visto, el pecado original no diferiría mucho de ese sentimiento ancestral de culpabilidad que nos expulsa, cada día, del paraíso.

El sentimiento de culpa supone uno de los campos de estudio importantes para psicoanálisis. Desde este enfoque, las personas empleamos autorreproches porque experimentamos sentimientos, muchas veces inconscientes de naturaleza agresiva o sexual hacia los demás. También se generan en nuestro interior combinaciones de amor y de odio hacia personas cercanas en algunos momentos de nuestra vida que desaprueba nuestro superyó, es decir, esa voz interior que nos recuerda lo que es correcto y lo que no. Según los seguidores de Freud, esta experiencia emocional llega a su cenit en la neurosis obsesiva, en la cual, el sujeto siente la necesidad de recibir un castigo por su supuesta culpabilidad.

Desde un enfoque práctico, podemos afirmar que experimentar culpa resulta útil en situaciones normales, cuando efectivamente hemos ofendido o dañado a alguien y, gracias a nuestra empatía podemos ponernos en el lugar del otro, ser conscientes de que nuestro comportamiento no ha sido el más adecuado, y enmendarlo.

Pero existen muchas ocasiones, en que este sentimiento no se gestiona adecuadamente. Podemos sentirnos sobrepasados por él. Podemos creer que el daño que hicimos no tiene solución, o no encontrar el modo de resolverlo. Es entonces cuando nos bloqueamos y provocamos el efecto contrario, es decir, generar más daño. Esta sensación es frecuente en los padres, cuando su hijo se encuentra con problemas; y conforma un bloqueo que habitualmente se trata en las consultas de psicología.

Imaginemos el caso de un adolescente, -Javier-, que ha comenzado a consumir marihuana y cuyos padres, al detectarlo, deciden acudir a tratamiento. Sin embargo, los progenitores sienten que su estilo educativo tuvo deficiencias que acabaron siendo la causa del hábito insano de su hijo. A causa de ello, se centran en su propia culpabilidad, en sus propios supuestos errores, y en el dolor que experimentan por ello. Javier, por su parte, se siente también culpable del sufrimiento que observa en sus padres, se olvida así de su propio problema y esto, obviamente, enlentece el proceso de mejora.

Aunque resulte enormemente difícil, lo más recomendable para los padres en estos casos es aprender a perdonarse. Sólo de ese modo podrán desplazar el foco de atención de sí mismos a su hijo, y mirarle sin prejuicios, sin dolor. De este modo, podrán descubrir que quien se encuentra ante ellos es un joven que sufre, que está confundido, que necesita atención.

Tampoco es funcional que el psicólogo enjuicie o culpabilice a nadie, ni compete al profesional esta tarea. Se trata, más bien, de conocer y tratar la realidad subjetiva de las personas con las que trabaja.

 

 

4.9. DEPENDENCIA

 

Parece ser que, desde el principio, la condición humana ha ido estrechamente ligada a los comportamientos dependientes. Muchas personas dependen emocionalmente de otras, dependen de expectativas propias o ajenas que pueden haber quedado desfasadas en su situación vital actual, o incluso dependen de sustancias que alteran su estado de conciencia. A simple vista, de ello se derivan evidentes connotaciones negativas, pero vamos a detenernos en un análisis más exhaustivo.

Estableciendo un paralelismo con la famosa clasificación de las necesidades del psicólogo estadounidense, Abraham Maslow, podemos encontrar que durante los primeros años de nuestra vida, y en muchas ocasiones, también en los últimos, dependemos de las personas que nos rodean para satisfacer las demandas básicas de cuidado, protección, alimentación, etc.

A lo largo de nuestra vida laboral, dependemos de las organizaciones, de nuestro equipo profesional, para satisfacer una autonomía económica, incluso de otros sujetos que opinan como nosotros y que nos aportan ese sentimiento de pertenencia y afiliación.

En última instancia, nuestra necesidad de afecto, de amor, acostumbra a vincularnos a otras personas enormemente significativas para nosotros. Incluso la autorrealización, considerada como fin último para Maslow, suele requerir de los demás.

Como vemos, la dependencia, parece resultar un asunto complejo, pese a que en la sociedad moderna, de tinte capitalista, se apuesta por el individualismo y el éxito personal. Pero parece difícil alcanzar logros importantes en la vida sin esa participación de los demás.

De hecho, la psicología sistémica, que analiza el grupo como una unidad, entendiéndolo como algo superior a la suma de sus partes (o individuos),  ha demostrado su eficacia en el tratamiento de múltiples patologías, incluso en el tratamiento de adicciones a sustancias psicoactivas.

Curiosamente, este caso, el de las dependencias a sustancias o a hábitos adictivos (juego, nuevas tecnologías, sexo…), resulta nocivo porque, entre otras consecuencias, propicia el aislamiento de la persona que las padece. Del consumo social, la drogodependencia conduce a la persona al consumo en solitario. Lo excluye del grupo, lo margina.

Seguramente, el férreo individualismo sea tan improductivo y contraproducente como la dependencia marcada, en la cual perdemos nuestra identidad. Pero el hecho de que ambos extremos sean perniciosos no debe servir para condenar a esa tendencia que caracteriza al ser humano como ser social. Lo cierto es que requerimos de los otros para subsistir, para ser felices, para encontrar nuestras raíces, y por lo tanto, nuestro sentido en la vida. Tal vez, dicha dependencia pueda enfocarse como una oportunidad para la cooperación en vez de para la competencia.

 

 

4.10. ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN

 

La manipulación es una estrategia del ser humano, y de otros animales, cuyo objetivo es predisponer al sujeto para que se comporte de manera beneficiosa para el manipulador. Numerosos autores han analizado estas artimañas a nivel macrosocial, entre ellos el lingüista Noam Chomsky. Pero nosotros vamos a analizar cómo tratan de manipularnos las personas que forman parte de nuestro día a día.

En primer lugar, un modo de hacerlo es distrayéndonos; desviando nuestra atención hacia otros asuntos. Imaginemos que alguien cercano ha tomado una decisión que supondrá un perjuicio para nosotros. Si esta persona de pronto comienza a plantearnos otro tipo de problemáticas menos importantes y que se refieren a otra persona, nosotros nos centraremos en aquel otro asunto insignificante y pasaremos por alto, su propia agresión.

Aludir al aspecto emocional es otra técnica de manipulación, cuando el mentiroso pretende que su víctima desatienda asuntos puramente racionales. En esta ocasión exaltará asuntos que cautiven nuestro corazón, con tal de que desatendamos aquella realidad que resulta obvia.

Limitar el acceso a la información es uno de los métodos más eficaces y frecuentes para que una persona pueda ser manipulada. A lo largo de la historia, de hecho, el conocimiento ha sido considerado una fuente de poder. En las relaciones interpersonales, cuantos más aspectos nos sean ocultados, más fácilmente caeremos en las redes del manipulador.

Generar culpabilidad en la víctima resulta también extremadamente útil. Minar su autoestima de forma gradual, subrayar discretamente sus errores, deformar la realidad para que acabe pareciendo culpable de asuntos que le son ajenos, incluso de aquel maltrato del cual es víctima. Una frase que se repite en los maltratadores físicos es “Tú, con tus actos, me obligas a maltratarte”. Así la víctima exculpa a su verdugo, y se culpa a sí mismo del daño padecido.

Pero quizá la más efectiva de todas las técnicas de manipulación, y por lo tanto, la más lamentable, es aquella en la que el manipulador se disfraza del salvador. Para ello, se dedica durante un tiempo considerable a conocer a su víctima. Qué es lo que le hace feliz, lo que realmente le importa, lo que desea. Con esta información, el manipulador logra de modo casi infalible que la víctima jamás se percate de que la persona que él cree que es la solución a todos sus males, en realidad, es la que los provoca.

Como en otras ocasiones, examinar nuestra propia situación e identificar este tipo de estrategias, será un buen comienzo para desenmascarar a aquellos que se aprovechan de nosotros.

 

 

4.11. TÉCNICAS DE CONTROL MENTAL

 

Pese a que la literatura y los teóricos de la conspiración han llevado el asunto hasta límites que rozan la ciencia ficción, no por ello pensemos que no existen y se emplean las estrategias de control mental, incluso en el ámbito cotidiano. Desde las sectas hasta pensamientos políticos extremos, o fanatismos religiosos, la manipulación llevada hasta sus últimas consecuencias ocurre; en algunas ocasiones, incluso, en nuestro entorno.

Describirlas y analizarlas es uno de los mejores sistemas preventivos para evitar caer en su trampa. Y para ello, digamos, en primer lugar, que todo intento de control mental se basa en dos premisas. La primera consiste en generar un problema en la mente de la persona. La segunda, se caracteriza por ofrecer la expectativa de una solución.

Los problemas más frecuentes que se plantean en estos casos son la culpabilidad (la idea del pecador), el advenimiento de una catástrofe (sectas del fin del mundo), una amenaza terrible (interpretación sesgada de un acto terrorista, por ejemplo), o un afán por minar nuestra autoestima (sujetos que nos convencen amablemente de que somos unos fracasados).

Las soluciones que nos ofrecen a esos problemas nunca llegan a concretarse. Si lo hicieran, se terminaría el “hechizo”, y con ello, el “hipnotista”, por así llamarlo, dejaría de ganar su beneficio. Porque obviamente, siempre existe un beneficio. Además, el líder, no tiene realmente la capacidad para solucionar el problema. Pero sí puede hacernos creer lo contrario. Entre esas soluciones pueden emplearse tanto la promesa de una paz definitiva en el territorio, como el perdón de nuestros pecados, es decir, la redención. También pueden ofrecernos el éxito, llegar a ser unos verdaderos triunfadores.

Además, si nos fijamos bien, observaremos que todo acto de manipulación trata de aislarnos del entorno y ponernos en su contra. Desvalorar a todo aquel que pueda ofrecernos opiniones alternativas.

Un ejemplo evidente es el del líder que afirma que se acabará el mundo en breve. Y que los que le sigan y acepten su doctrina, serán salvados. Vemos que problema y expectativa de solución quedan perfectamente definidos.

En otro ejemplo, alguien nos convence de que estamos fracasando vitalmente, que nos merecemos mucho más, y que él conoce el modo de lograrlo. Problema y potencial solución, una vez más.

¿Cómo protegernos de este tipo de manipulaciones? Entendiendo que no existen culpables. El hechizado sentía ya, antes de conocer al “hipnotista” una carencia, de cualquier tipo. Quizá todos la sentimos. Conozcamos pues bien esa carencia, y busquemos métodos más lentos y costosos, sí, pero también más eficaces, de solventarla.

 

 

4.12. EL PODER SEGÚN FOUCAULT

 

Entendiendo que el ser humano es social por naturaleza, y que acostumbra a relacionarse de forma jerárquica, el modo en que las personas usan el poder nos parece un aspecto fascinante. En este sentido, el psicólogo, teórico social y filósofo francés Michel Foucault, fue capaz de analizar el tema con sabia profundidad.

Según Foucault, el poder designa relaciones entre sujetos que, de algún modo, conforman una asociación o grupo; y para ejercerlo, se emplean técnicas de amaestramiento, procedimientos de dominación, y sistemas para obtener la obediencia. Sirva como ejemplo, un centro educativo. Desde la estructura del edificio, hasta los roles de cada una de las personas que allí conviven, pasando por las actividades pautadas y los signos que contiene, forman parte del mismo objetivo. Dichos signos permiten distinguir el valor de cada uno de los niveles de saber. Las estrategias empleadas son, igualmente, la vigilancia, la recompensa, el castigo, la jerarquía piramidal, etc.

La relación de poder busca que el sujeto dominado realice las conductas deseadas, es decir, incita, induce, desvía, facilita, amplia o limita ciertos comportamientos. Y se lleva a cabo siempre sobre personas libres y, por ende, capaces de ver afectadas sus decisiones. También exige una diferenciación jerárquica entre los miembros del grupo.

Desde un enfoque diferente, podemos hablar de otra arista de gran importancia: el poder encubierto. Efectivamente, una de las mejores estrategias para ejercer el poder, es llevarlo a cabo sin que la persona afectada sea consciente de ello. En el terreno cotidiano encontramos múltiples ejemplos de ello. Imaginemos el amigo que acostumbra a invitar en las reuniones con el único objetivo de que su criterio pese más a la hora de decidir el lugar del encuentro. O el miembro de la pareja que deja entrever los o las pretendientes que se interesan por él, para generar miedo y complacencia en el otro. Ejerce de igual modo el poder encubierto el hijo que amenaza con marcharse de casa para que sus padres sean más permisivos, y el padre que presenta falsos síntomas de enfermedad para conseguir que sus hijos le presten más atención.

El ejercicio del poder ya sea legitimado por los acuerdos sociales, o encubierto, parece ser una característica presente en muchos semejantes, pero quizá, quien mejor logró capturar su significado de la forma más simple y clarificadora fue el escritor J. R. R. Tolkien, quien empleó la famosa metáfora del anillo de poder para describir los curiosos efectos que provocaba a su portador.