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3.4. Nivel familiar

Es en el seno familiar donde se crea y se moldea nuestra personalidad, nuestra visión del mundo y nuestra forma de experimentar los afectos. Además de la herencia genética, todos los aprendizajes significativos adquiridos durante la infancia tienen como principal modelo a los padres, y al resto de la familia. Y estos aprendizajes, como señalan todas las escuelas psicológicas y todos los estudios, son decisivos en nuestra arquitectura emocional.

La familia nos transmite todas sus cualidades, tanto sus fortalezas, como sus debilidades, del mismo modo que sus expectativas.

 

3.4.1. TUS HIJOS NO SON TUS HIJOS

Gibran Kahlil Gibran nació en 1883 en el seno de una familia humilde. Aprendió de su abuelo materno arte y muchos otros conocimientos antes de viajar a los 11 años a Boston. Su obra literaria está imbuida por un misticismo donde convergen el cristianismo, el islam, el judaísmo y la teosofía. Esto puede apreciarse en su libro más conocido “El Profeta” que nunca ha estado fuera de impresión desde que se publicara por primera vez en 1923.

Si nos detenemos en esta figura clave de comienzos del siglo XX, es porque él fue uno de los que mejor describieron cómo pueden los padres afrontar la educación de sus hijos. Posteriormente multitud de pediatras, psicólogos infantiles y demás investigadores han tratado, con mayor o menor acierto, este asunto. Pero Gibran nos transmite, con brevedad y brillantez, algunos aspectos claves que a todo padre y madre podrían interesar:

“Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer. Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…). Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.

Este poema, titulado “Sobre los hijos” pertenece al anteriormente citado libro “El Profeta” y contiene, en nuestra opinión, la esencia de la educación. Nos recomienda evitar los consejos, alejarnos de esa necesidad de que nuestros hijos piensen igual que nosotros, del esfuerzo por imponerles nuestras expectativas, del intento de que sean como nosotros somos o como a nosotros nos hubiera gustado ser. Nos aclara que no son una posesión, por lo que no debemos tratarles bajo ese principio. Ellos son libres, y que es inútil tratar de retenerles. Que sólo podemos cuidarlos, amarlos y orientarlos. Se trata, por tanto, de un amor generoso, que no pretende verse correspondido salvo con la felicidad de verlos felices.

 

3.4.2. DE TAL PALO TAL ASTILLA

En el preciso instante en que una mujer se entera de que está embarazada, se inicia un proceso psicológico increíblemente interesante y que va a tener una influencia decisiva en la personalidad del futuro bebé.

Por una parte, y entre otras cosas, el embarazo supone una revolución hormonal en el cuerpo de la madre, y todas sus emociones se trasmiten al pequeño mediante los vínculos neuro-hormonales. Desde la alegría hasta los miedos y la ansiedad de los futuros padres generan sustancias como la adrenalina, noradrenalina, serotonina, oxitocina, etc., que se producen en las glándulas de la madre, y cruzan la placenta pudiendo afectar al bebé.

También en el padre pueden aparecer síntomas comunes del embarazo, tales como aumento de peso o nauseas matutinas. A esto se le ha denominado Síndrome de Couvade, y sus causas aún no están claras.

Por otra parte, tiene lugar un proceso que es mucho menos conocido y divulgado: la influencia de las expectativas de los padres en el futuro bebé: A lo largo de los meses previos al nacimiento, la pareja imagina cómo será su hijo, comienza a plantearse a qué tipo de colegio acudirá (público, privado, religioso, laico…), fantasea visualizándose en el campo con él, enseñándole a jugar a fútbol, andando en bici, observando juntos el comportamiento de los animales… Y en todo este proceso, van generándose unas expectativas, especialmente si son informados previamente del sexo del feto: -¡Será una niña preciosa y bien educada!-, -¡Será un niño fuerte y valiente!-. En estos casos y ante estas expectativas, la hija probablemente sentirá, a lo largo de toda su vida, la necesidad de mostrarse atractiva a los ojos de los demás, y el chico tenderá a ocultar sus miedos y debilidades.

La pareja planifica y acuerda, muchas veces de modo inconsciente, la forma en que tratarán de educarlo, de protegerlo. Y no sólo eso, los futuros padres recogen de su propia cultura y sociedad los planteamientos prescritos. Desde los colores tradicionales asignados a cada sexo (rosa y azul como tónica dominante en occidente), hasta el comportamiento socialmente aceptado. Todo ello se conjuga durante esos meses, hasta que, en el momento del nacimiento, el bebé va a ser recibido en una estructura más o menos bien definida. Para entonces la pareja ha establecido la mayor parte de los planes e inconscientemente premiarán un tipo de conductas en el bebé, y tratarán de modificar otras. Y ello influirá, en gran medida, en la constitución de la personalidad del nuevo ser.

Pero ¿qué ocurre en aquellos casos en los que una pareja disfuncional tiene un bebé?

 

3.4.3. TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO EN NIÑOS

(Cómo afectan los miedos de los padres a su hijo)

Alrededor de los nueve años en el caso de los niños, y de los once en el de las niñas, podrían aparecer comportamientos infrecuentes que nos alertarán acerca de la aparición de un trastorno muy específico. Prestemos atención si evitan pisar las juntas de las baldosas del suelo, si disponen los elementos del escritorio de forma minuciosamente ordenada, en paralelo a los bordes de la mesa, si expresan incomodidad si la ropa se les desordena -el cuello de la camisa, el jersey…-, si ordenan sus juguetes de forma excesivamente cuidadosa, dando a cada uno un lugar y una posición… Es igualmente significativo que emitan críticas con frecuencia acerca de las conductas de sus compañeros de clase, sus hermanos, u otros familiares, de lo cual deducimos que su código moral es muy rígido. Esas expectativas tan elevadas acerca de los demás son especialmente exigentes cuando se las aplican a ellos mismos por lo que, como es de esperar, no siempre están a la altura de ellas. Esto hace que se sientan culpables. Otra conducta sintomática es el empleo de rituales, tales como lavarse y asearse repetidamente de un modo maquinal, siempre en el mismo orden, o bien realizar comprobaciones reiteradas, repetir palabras o cifras aparentemente al azar, contar los peldaños de la escalera, los vehículos que cruzan frente a él… de un modo redundante y agotador.

Estas características nos sugieren que estamos ante un Trastorno obsesivo- compulsivo, aunque para estar seguros hemos de consultar con un especialista. Se estima que padece TOC entre el 2% y el 4% de la población infantil aproximadamente, y suele darse en infantes con un cociente intelectual elevado.

Además de las conductas citadas, es importante comprender su pensamiento, cargado de obsesiones e imágenes intrusivas no deseadas. Digamos que fantasean con llevar a cabo actos que han sido prohibidos por los padres o por la norma social establecida, y ello les provoca enorme preocupación, culpa o vergüenza, pese a que probablemente nunca los llevarán a la práctica. De igual manera imaginan cómo deberían de ser las cosas en un estado de perfección al cual aspiran. Se muestran incapaces de aceptar que la realidad es imperfecta.

Se trata de una afección angustiosa, como podemos comprobar, por lo que es realmente importante ponerle solución lo antes posible. Para ello la recomendación es un tratamiento terapéutico. Según los estudios, las técnicas cognitivo-conductuales son eficaces. En cuanto a la posibilidad de medicación, los psiquiatras suelen recomendarla sólo en casos graves, y consiste en fármacos antidepresivos, concretamente Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS), pero debemos tener en cuenta que este tratamiento requiere de entre 10 y 12 semanas para que su efecto se manifiesta plenamente.

Nuestro verdadero interés en estos casos consiste en analizar el origen del problema, que muy frecuentemente se encuentra en las pautas de educación parentales. La excesiva preocupación de los padres ante los peligros que acechan a sus hijos, los riesgos de infecciones, la higiene, la corrección minuciosa de sus modales, facilitan la aparición del trastorno. Pero esa necesidad de perfeccionismo está causada igualmente por los conflictos en la casa, la violencia intrafamiliar, la angustia insoportable en los padres. De modo que, en estos casos, suele ser conveniente tratar ese clima familiar en primer lugar. Muchas veces, con eso es suficiente.

 

3.4.4. LA FAMILIA DISFUNCIONAL

Como venimos subrayando, la importancia de la familia en el bebé, tanto a nivel genético como a través de los hábitos aprendidos en la convivencia, es decisiva, De ahí que cuando la familia enferma a nivel psicológico, la influencia negativa en su hijo sea tan peligrosa.

La familia disfuncional es aquella que emplea pautas insanas para relacionarse, y ello conlleva un deterioro claro de la salud mental o física de sus miembros. Esto ocurre, en muchas ocasiones, porque los padres atraviesan situaciones problemáticas que no llegan a resolver y se perpetúan en el tiempo. Puede que estén pensando constantemente en separarse pese a que nunca lleguen a hacerlo. Puede que sufran enfermedades mentales o adicción a drogas. Tal vez guarden secretos que, de compartirse, se pondría en riesgo la unión familiar. Aunque, por otra parte, aquellos miembros conocedores de tales secretos ostentan una posición de poder y de control sobre el resto.

En la lucha por el poder económico, moral o emocional, dentro del seno familiar, es frecuente que surjan alianzas que literalmente subyugan a ciertos miembros. Y lo más sorprendente es que la mayoría de estas relaciones anómalas se generan de forma inconsciente, es decir, nadie en la familia termina de darse cuenta de lo que realmente está sucediendo.

La sobreprotección es uno de los mecanismos más usados para ejercer control sobre un padre, un hijo, o un hermano. En este sentido, los investigadores han creado la denominación de «padres helicóptero» para referirse a aquellos progenitores que tratan de dirigir la vida de sus hijos ya adultos, decidir los asuntos importantes por ellos, y presionar para que la relación con el resto de los familiares se lleve a cabo según su criterio. Muchas veces logran dicha influencia a través del apoyo económico, estrategia que, por otra parte, impide que sus vástagos lleguen algún día a ser por completo autónomos ya que, sencillamente, no lo necesitan.

Los mensajes mixtos que se transmiten en muchas familias disfuncionales también generan conflictos morales. Consisten en pedir a los miembros unos valores de cara al exterior y otros opuestos de puertas adentro.

Recuerdo el caso de unos padres que acudieron a consulta porque su hijo de apenas seis meses vomitaba cada vez que trataban de llevarlo a su dormitorio para que durmiera. Al parecer, el bebé prefería dormir en el salón, de modo que cuando se disponían a llevarlo a su cuarto, reaccionaba de este modo. Los padres, asustados y sin saber qué hacer, cedían a su manipulación y le permitían noche tras noche, quedarse en el salón. En las consultas llegamos a la conclusión de que los padres habían transmitido a su pequeño el poder de tomar decisiones que excedían su competencia para su corta edad y, por ese motivo, el bebé ya les «manejaba» a su antojo. Generalmente, la terapia con niños se beneficia enormemente del análisis de las conductas paternas y del cambio que puedan llegar a realizar los progenitores.

Tener en cuenta todos estos elementos nos puede servir para identificar aspectos mejorables y poder acercarnos de un modo más sano a algunas de las personas que más amamos.

Otro de los factores curiosos que se producen en las familias patológicas es lo que los psicólogos sistémicos denominan “El miembro sintomático”, refiriéndose a esas ocasiones en las que un miembro del grupo familiar encarna el síntoma de la enfermedad psicológica de toda la familia.

 

3.4.5. LA HERENCIA DEL MIEDO

Un paciente de 15 años, al que llamaremos Alberto, acude a psicoterapia acompañado de su madre para tratar su adicción a la marihuana. En una de las sesiones, cuando el tratamiento lleva ya dos meses, confiesa que tiene pensamientos extraños y angustiosos desde hace años, incluso antes de comenzar el consumo de marihuana. Según dice: “Por ejemplo, voy en un autobús, y me da por imaginar qué pasaría si tiro mi móvil por la ventanilla contra un coche, o me imagino empujando a una señora. Entonces me da mucho miedo el hecho de que realmente yo sea capaz de hacer algo así, por lo que me siento, y miro al suelo tratando de pensar en otra cosa. Otras veces me asomo al balcón de un piso alto e imagino qué pasaría si salto al vacío”.

El psicólogo le propone que informe a su madre de estos pensamientos con el fin de analizar alternativas en conjunto. Al hacerlo, ella guarda silencio por un tiempo, y finalmente dice que también ha experimentado esos mismos miedos durante toda su vida. Según sus palabras, desde que le alcanza la memoria ha sentido mucho miedo, y más cuando nació su hijo. Miedo a que se cayera, a que enfermara, a que sufriera cualquier clase de accidente. Y ha pasado todos estos años obsesivamente pendiente de él, aconsejándole constantemente, previniéndole contra toda clase de posibilidades.

Obviamente, en estas situaciones no existen culpas, pero sí es cierto que, como muchas otras cosas, el miedo se hereda. No somos ajenos al hecho de que el consumo de una sustancia psicoactiva como es la marihuana puede haber incrementado la intensidad de esos pensamientos obsesivos e irracionales en Alberto. Pero, sin duda, el origen de tales miedos se remonta varias generaciones. Los abuelos de Alberto, y seguramente sus bisabuelos padecían la misma sensación angustiosa imaginando terribles accidentes futuros. El miedo a perder a los seres queridos, a que sufrieran, les llevó a censurar o impedir muchas de sus acciones. Probablemente se apoyaron en el dicho popular “Más vale prevenir”, y con eso legitimaron su represión. Pero el resultado fue que Alberto creció con una acumulación de ansiedad y miedo que estuvo presente en cada día de su vida, en cada acto. Para rebajar esa tensión, el joven encontró en la marihuana una válvula de escape, al igual que en otras conductas de riesgo de las que posteriormente informó. Era su modo de equilibrar la balanza. Entre el temor y la imprudencia existe un punto intermedio y, quizá, educar en el miedo obstaculice su felicidad.

 

3.4.6. EL MIEMBRO SINTOMÁTICO

La familia es un medio de protección y amparo a nivel físico y psicológico. Por lo tanto, cuenta con una estructura bien organizada y asentada a través de los años. Tiene sus propias reglas, algunas de las cuales se comunican explícitamente, mientras que otras, se transmiten de forma implícita, es decir, no llegan nunca a verbalizarse. Y, curiosamente, estas son las que más poder de influencia sobre nosotros tienen. De muchas de ellas, ni siquiera somos conscientes, pero las aplicamos a rajatabla y probablemente las sigamos respetando el resto de nuestra vida. Una posible regla nunca verbalizada puede ser: “Nunca mientas”. En este caso, la honestidad sería algo que el propio niño observa desde pequeño es sus progenitores e imita.

Si profundizamos en ello, y ya en el área de las familias disfuncionales, podemos encontrar agrupaciones consanguíneas donde ambos tipos de reglas se contradicen. Imaginemos una familia en la cual los padres repiten una y otra vez la importancia de no mentir, pero, delante de sus hijos, mienten al resto de familiares o amigos para evitar conflictos. Esa incoherencia entre los mensajes verbales y no verbales es algo que los niños aprenden igualmente. Como siempre, la información no verbal es aprendida de un modo mucho más rápido pues no pasa por los filtros racionales que la analizan y valoran antes de integrarla.

Pero, existen otros factores a considerar: en la familia extensa, es decir, la que componen los padres, hijos, nietos, abuelos, tíos, etc., existe una jerarquía. Generalmente, unos pocos miembros ostentan un puesto que les permite influir sobre el resto de una forma decisiva. Estas personas suelen ser quienes deciden qué es correcto y qué no, qué familiares deben ser apoyados y cuáles desaprobados, de qué temas es conveniente hablar, y cuáles son tabú.

También existen, como decíamos anteriormente, alianzas, en las cuales, dos o más familiares se apoyan con algún objetivo, como podría ser imponer su criterio frente a los demás, o rivalizar con otro subgrupo aliado. Curiosamente, muchas de estas estrategias suelen ser encubiertas, lo que hace su poder sea mayor.

Según los psicoterapeutas sistémicos, una persona con un problema psicológico o psiquiátrico puede estar encarnando el problema de toda su familia o, mejor dicho, encarnando el síntoma de esa patología familiar. En ese caso, ha de ser considerado como un “miembro sintomático”. Así, una familia rígida, dogmática y exigente podría contener en su seno a un miembro con recuentes crisis de ansiedad, por poner un ejemplo. Esta persona podría realizar conductas problemáticas para reducir dicha ansiedad, tales como consumir drogas, aislarse, o presentar reacciones violentas ante estímulos aparentemente innocuos. Por ello, el tratamiento de este sujeto se vería beneficiado si tenemos en cuenta la actitud del resto de la familia y fueran ellos quienes participaran también en la terapia y se propusieran ser más flexibles.

Como vemos, la familia es un sistema enormemente complejo, lleno de luces y sombras, evidencias y secretos. Pero sigamos analizando los curiosos factores que influyen en las relaciones afectivas dentro de una familia.

 

3.4.7. EL ELEFANTE EN LA HABITACIÓN

La familia es una agrupación que cobra un significado por encima de la suma de sus miembros, y cuyo objetivo es perpetuarse, perdurar, mantenerse en el tiempo a través de las nuevas generaciones, que serán cuidadas y posteriormente cuidarán a sus predecesores.

Si nos detenemos a observar a una agrupación familiar, veremos que tiene unas características que la hacen única y diferente a todas las demás. Cada familia tiene sus principios, sus tabúes, sus secretos. Y los transmite de generación en generación, como un legado no siempre consciente. En algunas, a las que llamamos patriarcados, el poder lo ostentan los hombres, mientras que, en los matriarcados, son las mujeres las que establecen las pautas de actuación. Aunque también existen los matriarcados machistas, por ejemplo, donde las mujeres ejercen el poder, pero conceden privilegios especiales a los varones, sobre todo de cara a la imagen exterior.

Un aspecto interesantísimo es el modo en el que la familia construye una visión del mundo muy específica que suelen compartir la mayoría de sus miembros. Esa visión está basada en sus creencias, sus tradiciones, la influencia de otras culturas cuando algunos de sus miembros han emigrado, etc.

Existe un ejemplo que define perfectamente el poder que tiene la familia para condicionar en sus miembros el modo de percibir el entorno; se trata del efecto llamado “El elefante en la habitación”, y se refiere a que algunas verdades, que serían evidentes para cualquier visitante externo, se vuelven invisibles para todos los familiares. Es como si, ante un tema espinoso, quisieran mirar hacia otro lado. Suele representarse con la imagen de una reunión en la cual ninguno de los asistentes presta atención a algo absolutamente extraño y fuera de lugar que se encuentra en la sala: un elefante. Se trataría de algo evidente. Algo que no puede pasar desapercibido para nadie. Sin embargo, ninguno de los asistentes parece percatarse de la obvia presencia del elefante.

Imaginemos, para llevar esta metáfora al terreno práctico, una familia en la que el padre es alcohólico y, noche tras noche, llega a casa borracho. Hombre entra en casa tambaleándose y se sienta a la mesa disponiéndose a cenar junto a su mujer y sus hijos. Pese a lo evidente de su estado ebrio, ninguno parece percatarse de ello. Se comportan con naturalidad ante las expresiones del padre, o incluso cuando se le derrama la comida sobre la camisa.

Supongamos, por poner otro ejemplo, que un miembro de la pareja es infiel, y todos lo saben en casa, pero se comportan como si eso no ocurriera. Otro caso sería el de un hijo homosexual que vive con su pareja del mismo sexo y los padres se refieren a este como “un amigo”, sin llegar nunca a reconocer la orientación sexual de su hijo.

Como podemos suponer, el precio de tal negación es el dolor profundo de los sujetos, que crecerán como personas que no se aceptan a sí mismas porque no son aceptadas por las personas que se supone que más deberían quererlos. Hijos que han nacido y crecido en la incoherencia, en el miedo a la verdad, en la mentira, en la ceguera psicológica, La sugerencia es, obviamente, afrontar lo evidente, mirar, aunque nos de miedo, quiénes somos en realidad.

 

Otro momento muy difícil para una familia y que puede generar alteraciones y manipulaciones en las relaciones familiares es un divorcio o una separación. En estos casos, puede aparecer el llamado «Síndrome de alienación parental».

 

3.4.8. MIS HIJOS EN CONTRA

El proceso de separación de una pareja con hijos puede convertirse en una experiencia realmente traumática. En este momento, es frecuente que uno de los progenitores, de forma consciente o no, transmita opiniones negativas del otro a sus hijos. Cuando esto sucede de forma continua e insistente, puede causar un desorden psicopatológico en los menores, y que estos comiencen a denigrar e insultar sin justificación a su padre o madre según sea el caso. A este efecto se le denomina: síndrome de alienación parental.

Podemos detectar que un hecho de estas características se está produciendo cuando uno de los progenitores trata de impedir que el otro vea a sus hijos o pueda convivir con ellos tras un proceso de separación. Cuando desvalora e insulta al otro en presencia de los menores. En el momento en que implica al resto de la familia o amigos en esos ataques. Cuando ridiculiza o menosprecia los sentimientos positivos de los niños hacia el otro. En los casos en que premia o apoya la conducta despectiva de los niños hacia su padre o madre. Cuando emplea mentiras con el objetivo de asustar a los jóvenes, respecto del otro. Especialmente puede observarse en aquellos niños que no pueden dar razones coherentes que expliquen su rechazo, que emplean expresiones impropias de su edad y muy parecidas a las del padre o madre “alienadores”, e incluso inventan situaciones de maltrato que realmente no han existido.

En vista de hechos como este, las Instituciones Legislativas han ido modificando progresivamente sus criterios y creando leyes que priorizan el bienestar del menor a lo largo de estos procesos de separación. Pero para realizar un buen análisis de la situación familiar y de las perturbaciones que pueden afectar a un proceso de separación, es necesario el peritaje de los psicólogos forenses, encargados de realizar una valoración objetiva de cada caso.

Pero centrémonos ahora en otra de las posibles situaciones complejas que puede atravesar una familia. Profundicemos en aquellos casos en los que una pareja, sea por el motivo que fuere, decide adoptar un niño.

 

3.4.9. LA ADOPCIÓN

La infancia es una etapa clave en la cual se establecen las bases de la personalidad del individuo gracias al apego, y a la estabilidad de un entorno familiar. Las experiencias traumáticas en esta fase pueden afectar a todos los niveles de la vida de la persona: cognitivo, afectivo, y social.

Por todo ello, en el caso específico de los procesos de adopción, aparecen enormes riesgos para el niño, el cual puede presentar déficits a nivel cognitivo, baja autoestima, serias dificultades para formar vínculos con otras personas y otros desajustes a nivel comportamental y afectivo. Debido a ese riesgo, es fundamental abordar con sumo cuidado un aspecto clave: cuándo se le debe informar acerca de su origen.

Para tomar esta decisión, aportamos dos consideraciones: que el silencio no es salud y que la comunicación fortalece los vínculos. Además de ello, tengamos en cuenta que el conocimiento de su verdadera identidad debe de ser el fundamento para que un niño adoptado pueda desarrollarse, emocional, psicológica y socialmente como cualquier otro niño.

Sea cual sea la edad del niño adoptado, es conveniente permitirle que lleve consigo objetos personales de su pasado, conocidos por él; él necesita ese nexo, ese punto de partida conocido, para poder iniciar su nuevo camino. Los padres adoptivos deberán enfrentarse a cuestiones bastante más complejas, como contarle las circunstancias exactas de su adopción. Ello ayudará al joven a disipar sus fantasías de culpabilidad. Si intentan ocultárselo, algún día, cuando lo descubra, se sentirá engañado y traicionado, y quizás entonces sea mucho más difícil reparar ese daño.

Sea como fuere, los padres deben acercarse a la adopción libres de expectativas acerca cómo debe de ser su hijo. Es decir, su deseo de ser queridos como padres debe pasar por comprender que el joven debe realizar su propio proceso, recorrer su propio camino. El niño adoptado debe de ser libre para elegir con quién identificarse. Y, en este caso, se trata de una tarea doblemente compleja, pues ha de asimilar su pasado, -su origen-, y crear un nuevo vínculo de afecto con la nueva familia. El tiempo que requiera para ello estará en función tanto de sus propias necesidades, así como del apoyo y la valoración que reciba de los padres.

Hasta ahora hemos hablado de las relaciones afectivas en la familia centrándonos en la infancia. Pero no sólo en dicho momento el área afectiva es el eje vertebrador de nuestra psique. Las emociones protagonizan nuestra vida a cualquier edad.

 

3.4.10. LA PRUEBA DE FUEGO

Pese a ser la fiesta familiar por excelencia en muchos países, la navidad conlleva para algunas personas, frustraciones, ansiedad y conflictos. A medida que se aproxima la fecha, aumenta su nerviosismo, debido a que, año tras año, acaba convirtiéndose para ellos en un escenario de tensión y situaciones bochornosas. Es justamente a estas personas a las que sugerimos las siguientes consideraciones:

En primer lugar, gran parte de la frustración tiene que ver con las expectativas. Es recomendable valorar hasta qué punto lo que esperamos de este encuentro se parece a lo que generalmente ocurre. Las personas solemos aprender de la experiencia, salvo cuando información disonante nos llega por otros canales. Es decir, si los anuncios de los medios, o el cine, nos muestra la navidad como un período bucólico, de ensueño, de paz y armonía, con familias cantando alrededor de un piano, puede que la imagen que aspiramos a visualizar en nuestra mesa no sea realista. ¿Cómo suelen ser nuestras celebraciones en realidad? ¿Qué nos dice la experiencia? Una vez hayamos respondido a esta pregunta, podemos empezar a mejorar lo que deseemos, pero desde una base realista.

En segundo lugar, tengamos en cuenta que la base del cambio es uno mismo. ¿Qué podemos hacer nosotros para mejorar las cosas? Desde luego, esperar que sea otro quien cambie, no conlleva más que a frustraciones y pérdidas de energía innecesarias. Y, en ocasiones, para justificar nuestra pasividad. Quizá pensemos que sería necesario más esfuerzo del que podemos ofrecer en este momento. Pero los cambios grupales funcionan de forma análoga al efecto dominó. Una pequeña modificación, con poco esfuerzo, provocará una respuesta diferente a la habitual en todos los demás.

En tercer lugar, podemos detenernos en la interpretación que solemos hacer de los acontecimientos. Recordemos que ésta, tiene más que ver con la intención que otorgamos al hecho que con el hecho en sí. Si una sonrisa la interpretamos como un ataque del otro, cargado de ironía, nos enfadaremos. Pero si el mismo gesto lo entendemos como una prueba de buena voluntad, nos relajaremos y nos sentiremos mejor. La interpretación, pese a que nos creamos ecuánimes, es siempre subjetiva. Podemos elegir la que más nos beneficie.

Por último, podemos valorar nuestra propia conducta. Existen personas buenas, que dan toda su amabilidad, toda su atención. Personas que entregan tanto de sí mismos, que luego se sienten incapaces de mantener esa actitud en el tiempo. Se agotan y además se frustran al ver que los otros no le corresponden con similares cuotas de dedicación. Es recomendable adecuar nuestro nivel de entrega para que sea sostenible en el tiempo y acorde al entorno.

Pensemos que los primeros que nos merecemos paz durante las navidades. somos nosotros mismos.