Viviendo en la sombra: Mi experiencia con la codependencia junto a un adicto.
Perdí la noción del tiempo. Sin saber cómo estuve atrapada en una dinámica que no comprendía del todo hasta mucho después. Mi pareja, un hombre carismático, pero profundamente marcado por su adicción al alcohol y las drogas, ocupaba todos los espacios en mi vida. Lo amaba profundamente y, sin darme cuenta, me convertí en su salvadora, su cuidadora, su cómplice. Así, caí en las redes de la codependencia.
¿Realmente era amor profundo? El amor da paz no nos martiriza.
Al principio, no era consciente de que tuviera una enfermedad y a medida que iban pasando los días asumí que su adicción era solo un rasgo de su personalidad que justificaba con excusas. “Tuvo una infancia difícil”, me repetía a mí misma. Creía, como muchas personas atrapadas en relaciones con adictos, que con amor podría sanarlo, que mi compañía sería suficiente para llenar ese vacío que él intentaba llenar con cada trago, cada dosis. Me convencí de que él me necesitaba más de lo que yo necesitaba mi paz mental. Una paz que desconocía que existiera y mereciera. Eso era, al fin y al cabo, la esencia de mi codependencia.
Los días comenzaron a mezclarse. Se desdibujaban entre sus promesas rotas y mis intentos desesperados de controlar una situación que escapaba por completo de mis manos. No había acciones, simplemente promesas en sacos rotos y una fe ciega hacia la construcción de un ideal de persona que sólo existía en mi mente. Me perdí en su caos, mi identidad giraba en torno a la suya, siempre pendiente de su bienestar, de sus recaídas, de sus momentos de lucidez que cada vez eran más escasos. Mis emociones se ataban a las suyas. Si él estaba bien, yo estaba bien. Si él caía, yo me hundía más profundo.
Lo más insidioso de la codependencia es que crees estar ayudando, cuando en realidad estás perpetuando el ciclo. La confusión inundaba las horas del día con atención plena y las noches sin dormir. Me convertí en su refugio, el lugar seguro al que siempre podía regresar después de sus noches de autodestrucción. Le tapaba sus errores, justificaba su comportamiento ante amigos y familiares, y al hacerlo, me convertía en parte de su enfermedad. Pensé que al protegerlo, lo estaba salvando, pero solo lo mantenía más alejado de la ayuda que realmente necesitaba.
Fui olvidándome de mí misma. Mi vida se redujo a la espera de la próxima crisis, la próxima llamada a medianoche, la próxima mentira que él me contaría y que yo, a regañadientes, aceptaría a pesar de las confrontaciones y las promesas incumplidas. Perdí mis propias metas, mis amigos, mi dignidad, mi identidad.
Esta será la última vez que me denigro pensaba en mis adentros pero volvía a caer en busca de esas migajas de atención intermitente, del premio de consolación por ser buena buena niña. ¿Y sabéis qué? De aquí, también se sale.
Es duro aceptar que no puedes salvar a alguien de sí mismo. Pero lo más duro es darte cuenta de que, en ese proceso, te has olvidado de ti misma. Mi despertar no fue instantáneo ni milagroso. Llegó después de años de dolor, de noches sin dormir, de gritos, lágrimas y promesas vacías. Llegó cuando toqué fondo emocionalmente y comprendí que no podía continuar cargando con el peso de una vida que no era la mía.
Comprender la codependencia fue el primer paso hacia mi sanación. Entendí que no soy responsable de las decisiones de otra persona, que mi amor no puede curar a nadie, y que mi bienestar no debe depender del estado emocional de quien amo. Poco a poco, comencé a reconstruir mi vida, a recordar quién era yo antes de que su adicción lo devorara todo. Me alejé, no porque no lo quisiera, sino porque por primera vez, me elegí a mí misma.
Si algo he aprendido es que el amor no debe costar la paz mental ni la dignidad. Si amas a alguien que lucha con la adicción, la mejor forma de ayudarlo no es sacrificándote a ti mismo, sino permitiéndole enfrentar las consecuencias de sus actos y encontrar su propio camino hacia la recuperación. Solo entonces, ambos podrán empezar a sanar.
Escribir este artículo no solo me permite compartir una parte muy dolorosa de mi vida, sino que también espero que sirva de espejo para aquellos que, como yo, han perdido el rumbo en nombre del amor. A veces, la única forma de salvarnos es soltar.
Si te has sentido identificad@, no estás sol@. Contáctanos y te acompañamos en tu nuevo camino hacia la libertad sin dependencias.